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Despues del ajuste, ¿qué?

Xavier Vidal-Folch

El debate económico, parcial y frecuentemente de vuelo gallináceo, se ha tornasolado de tintes dramáticos. La discusión sobre los presupuestos o sobre el empleo juvenil se ha desarrollado desde trincheras cerradas, lo que ha generado poca claridad sobre el peso de las razones esgrimidas. Para mayor desgracia, desde instancias gubernamentales se ha abusado del argumento según el cual no existen verdaderas alternativas a la política económica practicada. Este aserto, que se ha convertido ya en hábito -a veces matizado por la versión de que el camino trazado constituye un mal menor-, ha generado por sí mismo buena parte de la crispación reciente. Y al cabo han renacido sobre antiguas cenizas remedos de las dos Españas, deslindadas ahora por un creciente abismo que separa a los convencidos de ser los nuevos propietarios de la racionalidad -que se reputa única- de quienes se sienten humillados y ofendidos por la supuesta implacabilidad de la misma. Así, quedaron arruinadas las propias bases del debate económico y del diálogo social, antes incluso de iniciarse, y se enfrentaron las actitudes hasta niveles no siempre correlativos con las posiciones de partida.Todo eso sucede justo cuando, cautiva y desarmada, la crisis económica ha terminado. El ajuste realizado sobre la triple base de inmensos recursos oficiales, del juego del mercado y de la moderación salarial tenía, pese al sacrificio general y a los costes políticos para quienes lo encabezaron, una gran ventaja, la claridad y potencia del mensaje: ante la crisis había que apretarse el cinturón para sanear las empresas y las grandes magnitudes de la economía. Con la expansión hay que proponerlo y discutirlo todo de nuevo. La depresión es negra, pero la luz se intuye al final del túnel. La expansión es luminosa, pero su luz es cegadora.

El examen de la historia reciente puede ayudarnos a elevar la polémica pública más allá de la vista de un murciélago y situarla también en los campos de la economía real y del comportamiento de los agentes económicos. Tenemos precedentes. En los expansivos años sesenta se produjo un interesante debate económico en Cataluña centrado en dos asuntos: la capacidad financiera de la burguesía autóctona y el tamaño de las empresas. Esa discusión es útil hoy a nivel general: entonces el microcosmos catalán se abría un nuevo mercado interior más evolucionado, y hoy el microcosmos español se abre y se penetra de un mercado a escala europea.Exégetas, economistas e hístoriadores (Jacinto Ros Hombravella, Francesc Cabanal Ernest Lluch) rescataron de los maestros de los años treinta (Joan Sardá, Lluc Beltrán) el análisis de las causas de la endiablada historia de las finanza,. autóctonas. Querían comprender los defectuosos intentos del pasado para evitar su reencarnación, aunque luego en algún caso malhadadamente se repitieran. Paralelamente al debate llegó la realidad con las rebajas. Y la crisis del primer grupo financiero catalán desembocó en nueva frustración.

Una lectura anticipada de la reciente recapitulación de la aventura del Banco de Barcelona (El fracaso de la burguesía financiera catalana, de Juan Muñoz) de los primeros años veinte quizá hubiera constituido buena vacuna para soslayar posteriores desenlaces negativos. Pero de ese estudio, y de las realidades recientes, surgen conclusiones prácticamente definitivas. La reincidencia en la heterodoxia y la precipitación histórica acaban por convertir las aventuras bancarias en un suicidio. El ilusionismo del poder es el nudo gordiano de esta desgracia.

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Calladamente, otras trayectorias que suscitaron menor atención cincelaron en los últimos años modelos eficaces. Así sucedió en el ámbito catalán con la banca familiar practicada por las cajas, con la banca mediana comercial, con la especialización en productos y servicios o mediante la conexión sin pérdida de personalidad hacia la gran banca española.

Quien ignore experiencias como la catalana de entonces estará condenado ahora a repetirlas a más amplia escala. Los pequeños grandes éxitos y el enorme fracaso de las finanzas catalanas auguran hoy para las finanzas españolas algo que es tautológico, pero no siempre obvio: la viabilidad de los productos económicamente viables y emprendidos sobre pautas inequívocamente profesionales. E interrogan también hoy sobre la seriedad de los movimientos pendulares en los que la escenografía del poder y del éxito no se base sobre sólidas cuentas de resultados típicos de la explotación. Conviene no llamarse a engaño, aunque inventos o inventores salvadores de las patrias dispongan -a diferencia del coronel de García Márquez- de quien les escriba.La otra gran cuestión debatida hace más de 20 años versaba sobre el tamaño de la empresa catalana. Eran los años del crecimiento desplanificado e intervenido y de la ampliación de un mercado interior de consumo masivo inventado más de un siglo antes por losfabricantes catalanes y sus arquetípicos viajantes de comercio. A la reestructurada industria manufacturera media textil y alimentaria se le unía la irrupción de la química, la siderometalurgia y los transportes (autopistas). Este polo, junto a los sectores pesados vascos y a la industrialización de Madrid -un fenómeno en el que se ha profundizado poco, pero que ha permitido a esta capital convertirse en ciudad-, vertebró un renovado mercado español: focos locales que acabaron consagrando un haz común.

Se discutía entonces en Barcelona con pasión exaltada la calidad de la aportación propia: ¿era adecuado el tamaño de las empresas transformadoras, pequeñas y medianas, en ausencia de gran industria pesada? Simposios y artículos concluían que no y elogiaban las fusiones avant la lettre. Pero la depresión originada por el choque energético de los primeros setenta quebró a la gran industria. La crisis consagró el elogio de las -antes malditas- pyme como valor refugio. Eran las realidades existentes. El small is beautiful de Schumacher se convirtió en libro de cabecera. Éramos pequeños y felices.

Duró poco. La crisis acabó en expansión, y con ella, los valores refugio perdieron moda. Lo pequeño apareció ínfimo y desnudo ante las coordenadas europeas. Nos enteramos de que el gigante de la Fiat se autoconsideraba casi pyme a nivel mundial. La necesidad de conglomerados de raíz española o de emparentamientos continentales apareció como urgencia de competitividad en unos mercados internacionalizados en los que el jet sustituía a los viajantes de comercio de la época gloriosa de la industrialización. El mismo Gobierno socialista apadrinó las fusiones bancarias.

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Después del ajuste , ¿qué ?

Viene de la página anterior La vieja polémica de la dimensión se hace ahora actual. Pero se echa en falta que alguien trace la nueva frontera de la economía española. La reconversión industrial y bancaria culminada por los socialistas ha sido, pese a los altos costes sociales y al desgarro del antiguo tejido sociolaboral, un éxito. El ajuste respondió a un esquema rotundo y comprensible. Había que sanear las empresas, de asmático capital propio y endeudadas hasta el cuello, o cerrarlas. Ahora sobreviven. Pero para el mítico 1992 no basta ya con eso. Está faltando la clara exposición de un nuevo horizonte tras el ajuste, el correspondiente a la fase expansiva: dotar de dimensión adecuada, multinacional incluso, a las empresas. Para ello resulta estúpida y ociosa la confusa discusión sobre los beneficios de las empresas. Constituye una gran noticia que los excedentes se hayan cuadruplicado en dos años. La cuestión está en si también los beneficios repartibles en forma de dividendos deben cuadruplicarse.

En este terreno no valen las lamentaciones más o menos farisaicas, sino las propuestas de los agentes económicos y las políticas claras y articuladas. La consigna de beneficios, más; dividendos, los mismos tendría aplicaciones complejas, pero sugerentes: estimular la investigación y el desarrollo tecnológicos; dar un paso hacia una mayor libertad de amortizaciones para generar más inversión productiva; articular contrapartidas empresariales de formación y aprendizaje en cualquier plan de empleo juvenil que quiera ser sensato y no el crisol de todas las esquizofrenias patrias.

Dimensión de las empresas, responsabilidad y profesionalidad financieras, aplicación de los excedentes. Son aspectos muy concretos del escenario económico. Junto a ellos, otros muchos (infraestructuras, transportes, distribución, política social) están demandando un planteamiento general desde el Gobierno y desde la academia. Una nueva frontera, que deberá ser menos sencilla que la del ajuste, entre otras cosas por la desorientación general básica de los agentes económicos y la subsiguiente variedad de los tratamientos a aplicar. Crear resulta más difícil que reconvertir. Gestionar la complejidad requiere más complicidades sociales que sortear la crisis. Por ello hay que huir del vuelo gallináceo, entrar en el verdadero debate y cuidar más las actitudes para que sea fructífero. ¿Cómo se aprovechan los resultados de la reciente cura de caballo? Después de apretarse el cinturón, ¿qué?

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