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Una ciudad llamada Rocinha

Las armas del narcotráfico dominan la mayor concentración de población marginal de Latinoamérica

Clavada en la montaña que hace fondo de escenario de la playa de San Conrado, una, de las más exclusivas de Río de Janciro, y, escurriendo por la otra vertiente rumbo al barrio de Gavea, uno de los más elegantes de la ciudad, vive y sobrevive la favela de Rocinha, donde el promedio de la renta familiar es de menos de 11.000 pesetas mensuales. No existe censo, pero se calcula quesus habitantes son alrededor de 300.000. Es la mayor concentración de chabolas de Latinoamérica, lo que equivale a decir la ciudad marginal más grande del continente americano.

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Las 'favelas', una solución

,En Rocinha existe un comercio fuerte, distribuido en infinitas biroscas -pequeñas tiendas que venden de todo-, y hasta pequeñas empresas, como la que fabrica mochilas plásticas. Pero lo que moviliza a Rocinha es la paradoja entre el sueño y la esperanza de una vida mejor y la violencia provocada por la batalla entre jugadores clandestinos y traficantes de drogas.La guerra empezó hace poco más de seis meses y nadie ve el final. Curiosamente, los mismos dueños de Rocinha, los traficantes de drogas que actúan bajo la dirección de un muchacho de 21 años, Sergio da Silva, admiten que la casi totalidad de la población local está formada por trabajadores y familias normales. Pocos son los habitantes dedicados al hurto y al tráfico de estupefacientes. Se calcula que de cada 14 moradores de la favela ocho son del Estado de Ceara y tres del Estado de Paraiba. Son dos Estados del noreste brasileño, región de atávica miseria, que inmigran hacia el sur en busca de una vida mejor.

Los que nacen en Rocinha llegan al mundo sin derecho a casi nada. No hay escuelas ni hospital ni guarderías públicas. El agua es precaria e insuficiente. Un cubo de agua vale un dólar, más el flete montaña arriba. Todo tiene un sobreprecio de flete. El transporte se realiza a hombros: en sus zonas más densamente pobladas, Rocinha es una ciudad de calles estrechas y empinadas que impiden la circulación de vehículos.

Rocinha funciona como una especie de república popular independiente. Todo lo que la sociedad no ofrece a través de las instituciones públicas, los habitantes de la favela lo tratan de obtener por sus propios medios. De esa forma, la comunidad levantó, con trabajo voluntario y donaciones, siete escuelas y 10 guarderías.

El orden político social es rígido y fue impuesto por el poder de las armas de los narcotraficantes. A principios de los años ochenta, un antiguo ayudante de cocina del lujoso hotel Intercontinental, Denir Leandro da Silva, alias Denis, se apoderó del control de los puntos de venta y distribución de marihuana y cocaína en Rocinha.

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Con la complicidad de policías corruptos, su reinado se fortaleció. Denis está preso, pero su sustituto, Sergio da Silva, mantuvo el control con mano fuerte. Hoy día, el tráfico de cocaína en Rocinha es de 150 kilos a la semana, lo que significa unos 270.000 dólares semanales. Es verdad que en otras Javelas de Río el tráfico es mayor, pero Rocinha está clavada en la zona sur, donde vive la gente que tiene dinero para consumir la droga. Sergio da Silva, el actual dueño del morro, se considera una especie de alcalde electo por la vía de las armas. Se vanagloria de haber ayudado a la comunidad con mucho dinero, y lo confirman sus moradores. Uno de ellos afirma que 'toda Javela necesita un mandamás, y el mejor mandamás es el que nació aquí y nos conoce bien".

Falta asistencia a la salud -no hay hospitales públicos-, pero abunda la asistencia al espíritu: en Rocinha existen 15 iglesias evangélicas, dos iglesias católicas y 30 centros espiritistas. La oficina de correos tiene un movimiento elevadísimo: son casi 36.000 cartas al mes. El 90% de ellas rumbo al noreste, origen de casi todos los habitantes de la favela.

Hacinamiento

Uno de esos inmigrantes, el carnicero Manoel Machado, afirma con orgullo que "Rocinha es la mejor ciudad del noreste brasileño". En cada unidad habitacional de Rocinha viven un promedio de cinco personas. Todas, invariablemente, sueñan con una vida mejor. Muy pocas, sin embargo, sueñan con una vida mejor lejos de los límites de la favela: aquélla es su ciudad.La mayoría de esa población está integrada por menores de 14 años, y en ellos radica un foco de marginalidad creciente. Muchos son los pequeños soldados del ejército de traficantes. Funcionan como vigías y correos, llevando entregas de cocaína o marihuana y dando avisos de peligro.

Son agilísimos vigilantes que llevan la descripción del desconocido, buscan instrucciones, indican los pasos. Al acercarse a las zonas importantes, cercanas al cuartel general de los asesores del jefe de la favela, el visitante será invariablemente sorprendido por jóvenes armados, y armados en serio: hay fusiles y ametralladoras más poderosos y modernos que los de la policía. Allá arriba Sergio da Silva cuenta incluso con una ametralladora del calibre 30, suficiente para derribar un eventual helicóptero de la policía (eventual porque nadie se atrevería a sobrevolar la favela en un aparato de éstos, vulnerables al armamento de los narcotraficantes). No se pueden fotografiar los rostros de los hombres, salvo como resultado de una intrincada negociación. Los comerciantes de la parte baja de la favela admiten ser fotografiados, pero la verdad es que ellos viven en la periferia, en la zona elegante de esta rara ciudad

División de clases

La favela tiene, como cualquier otra sociedad, una nítida división de clases. En la parte baja vive la gente bien. Arriba, los menos favorecidos por la suerte aunque de súbito aparecen, en medio de un torbellino de casuchas, algunas construcciones sólidas y poderosas: son las casas de los veteranos, de los que se adueñaron de las mejores parcelas y se dedicaron a especular con las viviendas de Rocinha. Se dicen a sí mismos "agentes inmobiliarios" y envían a sus hijos a estudiar fuera de la favela, en las escuelas de la zona sur de Río. Pero esa elite es mínima, vive al margen de la vida comunitaria y no padece los problemas de los demás.Los demás son la mayoría. Viven, en un gigantesco gueto. Los niños que se integran en las pandillas de traficantes y asaltantes son de una precocidad impresionante. Muchos, a los 10 u 11 años, manejan un revólver con habilidad de película y se encuentran en las listas de los más buscados por la policía. Miran el mar, desde lejos. Los que entraron en el trabajo pesado no bajan nunca a la luz del día. Siguen con devoción las órdenes del gran jefe, que tiene 21 años de edad y ocho de marginal. El mismo Sergio da Silva es un ejemplo. Empezó como corre¡ de los traficantes, fue subiendo rápidamente y logró ocupar el puesto del líder cuando éste fue detenido. Hoy pasa las noches despierto, cuidando el negocio. Cuando amanece y el morro empieza a bajar para trabajar en la ciudad, Sergio se acuesta. Él dice que no sueña con otra cosa que una vida mejor para todos, sin violencia pero con tensa vigilancia.

Uno de estos niños será el sucesor de Da Silva. Uno de estos niños que viven en una ciudad al margen de la ley y el orden será el gran heredero de este mundo aparte. Y toda la sociedad de allá abajo, de los elegantes, lo marginará, temerá y condenará. Es una historia escrita con anticipación.

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