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La misa ha terminado

Tomando como punto de partida una película que explica la relación entre dos sacerdotes, uno célibe y otro casado, el autor analiza el papel que estos dos estereotipos representan en la Iglesia actual y el que podrían representar.

En un filme de éxito, La misa ha terminado (La messa é finita), el director Moretti ha colocado frente a frente a un cura tradicionalista y a un cura casado. Es el primero quien termina siendo la figura verdaderamente trágica de la trama, aquel que vive más fuertemente la falta de fe como dimensión social en el mundo al que ha sido enviado. Llegará a sentirse como una figura sin sentido y sin significado, testimonio impotente de la ausencia de Dios. En cambio, el cura casado conserva un sentido tranquilo de la existencia, todavía se ve a sí mismo como integrado en la Iglesia, y a la Iglesia, como acontecimiento social en su familia. En la primera figura sorprende la dimensión mística: el cura de sotana siente cruelmente la falta de Dios, la advierte como algo que quita sentido a su propio existir y que al mismo tiempo le deja abierta la vida de la esperanza a través del deseo.En cambio, el cura casado, aunque formalmente impedido para el ejercicio del ministerio, es una persona eclesiástica en el sentido formal del término. Y precisamente lo es porque no está solo: tiene a su mujer y a su hijo. Él pertenece a la familia. Constituye una experiencia que mantiene vivo en él el sentido de Iglesia. Los curas casados tienen el sentimiento de su identidad eclesiástica: tienen la convicción de que sólo un sacerdocio no célibe puede conferir al sacerdote ese sentido de pertenencia que hoy día el celibato ya no puede ofrecer. Por eso piden ser reconocidos por lo que son: el más firme sostén de la, Iglesia como sociedad y como institución. Y verdaderamente tienen razón.

El sacerdote célibe, cuando actúa adecuadamente como sacerdote, crea a su alrededor un grupo espiritual que se alimenta de su persona. Y no importa que sea un grupo dedicado a la oración o al trabajo. Lo importante es que lo que se exalta es la figura personal del sacerdote y no su dimensión institucional. El grupo espiritual es un grupo de un solitario con solitarios. Juan Pablo II ha definido al cura célibe como aquel que ha elegido estar solo para que los demás no estén solos. De este modo, surgen cada vez más dentro de la Iglesia ecclesiolae grupos y movimientos que se multiplican y se fraccionan hasta casi desaparecer.

Factor de riesgo

Debido a su edad, los curas casados reunidos en Roma son hombres que han vivido el concilio y experimentado incluso el preconcilio. Poseen un vivo sentido de la Iglesia como institución. Sin embargo, el Vaticano los contempla como un factor de riesgo. ¿Existen motivos doctrinales o espirituales que justifiquen este temor? La base doctrinal del celibato eclesiástico en la Iglesia latina es nula: se sustenta en hacer extensiva a la vida del sacerdote la prohibición de hacer uso del sexo íntimo que el libro del Levítico prescribe para el sacerdote hebraico que debía realizar el sacrificio. Pero hasta la espiritualidad del sacerdote célibe es dudosa. ¿Quién sostendría hoy las tesis de la Escuela Francesa del siglo XVII, que consideraban al sacerdote como la víctima misma del sacrificio eucarístico que él mismo ofrece? Sacerdote y hostia, se decía en otros tiempos. Pero hoy ni el concilio ni Juan Pablo II dan lugar a esta espiritualidad. Ha desaparecido de los textos eclesiásticos toda visión pesimista del sexo. Y es precisamente el actual Papa quien llega a afirmar en una serie de sermones basados en los textos sexuales de la Biblia que el hombre se une con Dios en cuanto macho o hembra y que el matrimonio es un estado de perfección como la vida religiosa. Ya no existen argumentos místicos para el celibato eclesiástico, y por eso decae, convirtiéndose en una especie de celibato de funcionarios: ¿Quién se atrevería a hablar en la Iglesia de la virginidad sacerdotal que, al fin y al cabo, sería un término místico? Al contrario, el celibato implica un estado civil, una condición jurídica, no espiritual.

El único fundamento del celibato eclesiástico es el derecho canónico que lo determina y que sustancialmente lo agota en sí mismo. Y éstos son, efectivamente, los argumentos que se hallan en la base del celibato de los funcionarios: la concepción del cura no como sacerdote de Cristo o ministro de la Iglesia, sino como funcionario de la institución. El celibato eclesiástico es una institución providencial para una institución de jornada completa como es la Iglesia,, desde el punto de vista de su organización. Un cura puede ser transferido, ascendido, castigado con mucha facilidad. Se halla disponible para la omnipotencia burocrática, a la que ofrece una superficie homogénea que no opone ninguna resistencia.

¿Cómo vive el sacerdote en cuanto hombre el celibato? La Iglesia no se interesa de ese aspecto. No le concierne lo que ocurra en el corazón de sus sacerdotes, hasta el punto de no ofrecerles más motivación para su soledad que la soledad misma. Delega completamente en cada uno de ellos lo que podríamos llamar la sublimación del celibato. No es una regla espiritual. Cada uno se las apañará como pueda, mientras que la institución dispone de todos y para todos. Los curas casados, tan sensibles a la dimensión pastoral de la Iglesia, a su condición de sociedad humana, llaman a la puerta. Quieren seguir siendo sacerdotes de la Iglesia y en la Iglesia. Han abandonado el ministerio a cambio de una fidelidad a su idea del sacerdocio, que sienten como real. Han tenido que sufrir brutalmente la pérdida de su condición sacerdotal, que se había convertido en el semblante de su misma existencia. Han sido degradados social y profesionalmente. Pero siguen ahí, su causa en Roma resulta desesperada: el papado, que introdujo el celibato y que incluso fundamentó sobre él su soledad imperial, no llegará a revisar la ley. Pablo VI pretende en pleno concilio que el problema del celibato, al igual que el de los anticonceptivos, sea hurtado a la asamblea conciliar y reservado a su decisión. Éstos serían los temas que condujeron al abandono del espíritu del concilio. El principio eclesial del primado de la eucaristía cede ante el principio burocrático' del primado del funcionario.

Este conflicto tiene un futuro y un sentido. Por eso existen asociaciones y movimientos de curas que se sienten cada vez más como tales, precisamente porque están menos solos.

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