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TEATRO
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Una distorsión cómica

Madrid Agustín Moreto fue un autor zumbón y elegante, contemporáneo de Calderón (nacido más tarde que él, muerto antes), que quitó dramatismo al Siglo de Oro y lo pagó con una dosis menor de fama. Quizá aliviaba sus cargas ideológicas -fue cura- con la frecuentación, desde niño, del teatro por dentro, y por el italianismo de sin padres, y tal vez también su afición por cultivar temas que otros habían sembrado le rebajó la fama. En No puede ser... merodeaba por el lugar común de que no hay hombre con llaves, espadas y esbirros suficientes para guardar a una mujer si ella misma no estaba decidida a ello; una broma sobre la capacidad femenina de dirigir su propio amor hacia el objeto querido y manipular en la sombra.La adaptación que ha hecho José Luis Alonso de Santos, aceptando -dice él- la dirección y la concepción de la obra por Josefina Molina tiende a exagerar esa capacidad de la mujer a entontecer los personajes masculinos y a derivar la comedia, que fue fina y matizada, hacia el género abiertamente cómico mediante la elevación al protagonismo del gracioso hasta hacer de él un figurón. Cierto que en Moreto se ha advertido siempre una tendencia a aumentar el papel de los graciosos, pero no tanto. Esta deriva no se hace sin serias alteraciones del verso, en parte con el sentido actual de la significación y la claridad para el público -a costa de perder el saborcillo gongorino de la escritura muy culta de Moreto-, en parte también para distorsionar los personajes ,hacia el punto deseado, de política social, por los adaptadores, y, en fin, para conseguir lo divertido -lo atractivo, lo que pueda atraer espectadores- por encima del viejo cañamazo. Todo esto tiene los riesgos, una vez más advertidos, de que patrocinado el todo por la oficialidad de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, puede hacer ver a un clásico como no fue, y una época de España como tampoco fue.La gracia conseguida reposa principalmente, como queda dicho, en la entronización del gracioso -Antonio Valero- en una triple ficción: como el palurdo criado Tarugo -su naturaleza-, como un afeminado -una loca sin límites- o un indiano -con acento mexicano en el tono de Cantinflas-; llena el escenario, convierte en meros juguetes a los demás personajes en cuyas manos tiene su destino -como un arlequín, o como lo que luego hicieron o copiaron los franceses de la comedia española y de la italiana-; en detrimento, claro, de los demás y de los actores que los incorporan. Está también esa gracia en la propia invención verbal de Alonso de Santos y en los gags visuales introducidos por Josefina Molina con la buena ayuda escenográfica de Julio Galán; hay bastante cine comico detrás de esta versión -hasta con la irónica música de fondo de José Nieto-, y en el ridículo permanente de los sucesos representados. Es una versión crítica: sostiene un equívoco muy frecuente en nuestros contemporáneos, que es el de infantilizar a los clásicos y los tiempos pasados desde una visión perspectiva. que consideran superior porque es contemporánea.

No puede ser

.. el guardar una mujerDe Agustín Moreto, versión de Alonso de Santos; intérpretes: Juan Calot, Ana Gracia, Alfredo Alba, Antonio Valero, Manuel Luque, Juan Carlos Montalbán, Mercedes Lezcano, Rosa Morales, Roberto Cruz, Beatriz Bergamín, Félix Cubero, Alfonso Nsue; música de José Nieto; escenografía y vestuario, Julio Galán; dirección, Josefina Molina. Teatro de la Comedia (Compañía de Teatro Clásico), 9 de abril.

Queda dicho que la interpretación reposa sobre Antonio Valero y que ello perjudica a los demás; curiosamente, a las mujeres, lo que es raro en una obra con la intención burlona de la de Moreto y hasta con el feminismo de la adaptación; se desvanece la dama culta -Ana Gracia-, que, sin embargo, es la que urde la trampa para el hermano celador -y para los hombres en general-, y también la enamorada -Mercedes Lezcano-, cuyo amor y cuya decisión pierden fuerza -al mismo tiempo que sus versos- proporcionalmente a la forma en que se disminuye el empeño de su voluntad. Aventura parecida sufren Juan Calot y los otros hombres del reparto, caracterizados por la versión hasta el punto de perder matices y convertirse en esquemas.

El resultado que busca esta versión se consiguió en el estreno: el público se ríe, los arranques de aplausos aparecen en varias escenas -a veces, hacia el decorado o hacia alguna broma escenográfica- y las ovaciones suenan al final. Queda flotante, en este final de la representación, la idea de un buen éxito. Sumada a las dudas ya anteriores de si estas distorsiones son propias de un teatro nacional dedicado a los clásicos o si son totalmente equivocadas. Pero ésta es otra discusión más amplia y más general.

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