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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Historia de una oreja

Terciopelo azulDirector y guionista: David Lynch.

Intérpretes: Kyle Maclachlan, Isabella Rossellini, Dennis Hooper, Laura Dern, Hope Lange, George Dickerson y Dean Stockwell. Fotografía: Frederick Elmes. Música: Angelo Badalamenti. Canciones cantadas por Bobby Vinton, Isabella Rossellini, Ketty Lester, Julee Cruise, Roy Orbison, Bill Doggett y Chris Isaak. Producción norteamerícana, año 1986. Título original: Blue velvet. Estreno en Madrid: cines Palacio de la Música, Roxy sala B, Narváez e Infantas.

Terciopelo azul nos llega precedida de un tormentoso pase en San Sebastián y del principal premio del Festival de Cine Fantástico de Sitges.

En este último festival cosechó tantos admiradores como detractores. Ahora, en su encuentro definitivo con el público, la división de opiniones sigue produciéndose y, lo que es más interesante, de manera abierta, con carcajadas o siseos irritados que reclaman silencio en la sala de proyección.

No hay muchas películas que logren irritar o fascinar, que provoquen manifestaciones explícitas y simultáneas de entusiasmo o de rechazo, y eso es algo que apuntar en el haber de Terciopelo azul.

Pero ¿qué hay en la última película de David Lynch que hace imposible mantener ante ella la indiferencia? La respuesta más satisfactoria es la que relaciona la ilógica de la ficción contada por Lynch con la lógica de los sueños. Terciopelo azul es una pesadilla o, mejor aún, una ensoñación por el lado oscuro del deseo.

Dimensión incestuosa

El protagonista de Terciopelo azul -que está interpretada por un Kyle Maclachlan cuyo parecido físico (ambos tienen unos mentones imposibles) con Laura Dern presta al relato una inesperada, dimensión visual incestuosa suplementaria- es un joven aficionado a las historias de misterio, algo así como un fan de Enid Blyton que se embarca en una investigación cuyo significado último es de orden iniciático, de pérdida de la inocencia.Los hechos se hilvanan en la película de manera distinta a lo que suele considerarse normal, sin preocuparse por dar satisfacción a los comisarios del sentido común.Todo sucede en un lugar imaginario, síntesis extraña de épocas, pues los años cincuenta se dan la mano con los actuales ochenta; los coches curvilíneos y aparatosos del período del presidente norteamericano Dwight Eisenhower, con el pendiente del héroe; las canciones melosas de Bobby Vinton, con el cuerpo desnudo y blancuzco de Isabella Rossellini, que reclama un dolor que le cause placer y le permita olvidar que ella, como en Eraserhead, también tiene una criatura escondida en una habitación misteriosa.

Y todo eso tomando como único soporte de la continuidad de Terciopelo azul el flujo sonoro, el delirio que surge de un Universo inesperadamente convertido en oreja. El director, David Lynch, se siente a sus anchas jugando con imágenes de corte buñueliano o con trucos a lo Alfred Hitchcock, mezclando las orejas cortadas y repletas de hormigas con los relucientes cuchillos.

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