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Tribuna:EL MOVIMIENTO OBRERO EN EL CAMPO ANDALUZ
Tribuna
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El jornalero invisible

EDUARDO SEVILLA GUZMÁNEl autor hace un repaso de la historia del movimiento obrero en el campo andaluz desde sus orígenes hasta la actualidad más inmediata, en la que un líder jornalero, el secretario general del Sindicato de Obreros del Campo, Diego Cañamero, puede ir a dar con sus huesos en la cárcel dentro de unos días a causa de una ocupación de tierras. El autor conecta la lucha de hoy de los jornaleros andaluces con las del motín de Montilla, Casas Viejas y otras protestas campesinas.

Hace unas semanas estuve de trabajo de campo por El Coronil. El verano es un tiempo excelente para convivir con el objeto de estudio: lo que los sociólogos llamamos observación-participante. Presencié la entrevista que una colega cordobesa hacía al secretario general del Sindicato de Obreros del Campo de Andalucía (SOC), Diego Cañamero. Me impresionaron varias cosas de la entrevista (Córdoba, 6 de agosto de 1986): la sólida formación sindical de Diego, la sinceridad y coherencia de su discurso, su orgullo de jornalero. Pero lo que más me llamó la atención fue la interpretación que dio a su inminente encarcelamiento por ocupar una finca. Su situación la contextualizaba dentro de un proceso de lucha del movimiento obrero en el campo andaluz; habló de Pérez del Álamo, del motín de Montilla de 1873, de Casas Viejas y de otras protestas campesinas como si le fueran propias, sintiéndose elemento de un proceso que se enfrenta a la bien guarnecida fortaleza del injusto orden socioeconómico establecido.Estos papeles son un homenaje de admiración a Diamantino, Paco, Juan Manuel, el Lara y cuantos jornaleros se sienten agentes de ese proceso y luchan por la tierra; y, sobre todo, a Diego Cañamero, cuyo pensamiento quiero interpretar aquí.

Los orígenes del movimiento

El primer autor que interpreta la protesta campesina en Andalucía como un proceso cuya naturaleza es creada por su ropia actividad es Díaz del Moral. Aunque se remonte al siglo IX para analizar la "prehistoria de las agitaciones obreras cordobesas", parece existir unanimidad historíográfica en fijar la primera mitad del ochocientos como el punto de arranque de las agitaciones campesinas andaluzas. Es entonces cuando se produce el primer período de protesta campesina generalizada en Andalucía. Nadie ha estudiado tan profunda y sugestivamente la naturaleza de dicha protesta como Antonio M. Bernal, quien establece corno motivo central de ésta el gran número de usurpaciones que, por parte de la nobleza, tiene lugar como consecuencia del desalojo de los pequeños campesinos y colonos que se establecían en las tierras de jurisdicción señorial.

La primera gran oleada de ocupaciones de tierras y quemas de cosechas se produce como reacción de los campesinos a la ilegítima apropiación de la tierra por parte de la nobleza, que permite la ambigua legalidad en que se desarrolla la disolución del régimen señoria en Andalucía.

Hasta 1845, fecha en que se fundó la Guardia Civil, se produjeron numerosas intervenciones del Ejército para desalojar las fincas ocupadas por los jornaleros andaluces. Se puede afirmar, pues, que por aquellas fechas se cierra la etapa del bandolerismo social para dar paso a una nueva formulación de la cuestión agraría andaluza en términos de lucha de clases: se pasa de la protesta ineficaz y discutible del bandido a una nueva forma de protesta (ya exenta del pecado original de aquélla: el delito), también ineficaz, pero legítima: la reivindicación de la tierra para quien la trabaja.

El campesinado andaluz comienza entonces a tomar contacto con los grupos políticos de oposición, los progresistas primero y los demócratas después. Dentro de este contexto de toma de postura del campesinado como clase, ha de entenderse la llamada revolución de Loja, donde 6.000 jornaleros armados lucharon contra el Ejército durante cinco días. Aunque la historiografia ha atribuido a este movimiento campesino "una influencia masónica de tipo carbonarío", el contenido social de sus reivindicaciones permite, sin duda, hablar de socialismo indígena (en expresión de Díaz del Moral). De otra manera no puede explicarse que numerosos pueblos de Málaga, Granada, Jaén y Almería respondieran al llamamiento de Loj a y que los Jornaleros procedieran a repartir las tierras, colmando así sus aspiraciones (Antonio M. Calero). Aunque la normalidad se restableció con relativa rapidez, el levantamiento de Pérez del Álamo, conocido como la revolución de Loja de 1861, puede ser interpretado -tal como hace hoy Diego Cañamero- como una acción de clase del campesinado.

Encuentro con el anarquismo

La aceptación creciente por parte de la historiografía económica de la hipótesis de una lenta expansión del capitalismo desde dentro del propio modo de producción feudal en la agricultura andaluza (Castellano, González de Molina), no anula la explicación de la ruptura del orden económico y político del XIX como variable central para entender la naturaleza del movimiento obrero en el campo por aquellas fechas: tan sólo la matiza y enriquece. Sucede, empero, que es necesario complementarla con nuevas variables para caracterizar su dinámica. La persistencia de un sistema de desigualdad social fuertemente desequilibrado y la aparición en su seno de una nueva ideología, el anarquismo, son -junto a la citada implantación hegemónica de relaciones de producción capitalista en la agricultura- los elementos que voy a utilizar. Tomemos primeramente el anarquismo. Éste, como nuevo sistema de valores, propugna una organización social y modelo de vida nuevos, fundamentando así la protesta campesina con una justificación moral. En efecto, la continuidad y coexistencia acomodada de formas de dominio y subordinación nuevas son impuestas al campesinado a través de la coerción por el Estado liberal centralizado, como si se tratase de una ocupación extranjera que establece una práctica política de corrupción burocrática, caciquismo y cambios de régimen en nombre de principios y promesas nunca respetados. La reacción campesina adopta, junto a sus reivindicaciones tradicionales, ideales de formas sociales comunitarias de tipo libertario y modos de acción insurreccional espontáneas (Pierre Vilar). Aparecen entonces formas cíclicas de conflictividad campesina, con fases ascendentes de difusión e influencia del anarquísmo y períodos de sumisión y sometimiento en alternancia espiral, en la que, a pesar de las aparentes inconsecuencias e irracionalidades, el movimiento jornalero se modela a sí mismo en un proceso de racionalización (Víctor Pérez Díaz). Racionalización que ha sido a veces erróneamente explicada en términos exclusivamente materialistas (Temma Kaplan); el anarquismo agrario andaluz no responde a un claro programa agrario de liberación definitiva, articulado en una organización campesina (como ha demostrado el mejor conocedor del anarquismo hispano, José Álvarez Junco). Por el contrario, la naturaleza del proceso se corresponde tanto al sistema de relaciones sociales ambivalentes con el Estado y la clase terrateniente corno a la articulación de los distintos estratos de clase del campesinado en el interior de su estructura social. .

Sin embargo, lo que no ofrece duda es que la contestación institucional al movimiento obrero del campo andaluz se realiza a través de formas de represión que hoy en día no dudarían en calificarse de terrorismo de Estado, en forma liberal (Mano Negra) o democrática (Casas Viejas). La historiografía ha resaltado la existencia de múltiples razones estructurales a la hora de interpretar los modos de acción del movimiento obrero en el campo andaluz, pero entre ellas siempre aparece como una variable explicativa constante la política gubernamental, encarnada en la bárbara y atemorizada represión que, en forma violenta primero y en el marco de legalidad de los procesos después, frustró las tendencias iniciales del obrerismo organizado (Álvarez Junco). No obstante, el movimiento jornalero como proceso continuó lleno de racionalidad y de razones. Que el despotismo absolutista de la restauración (Costa) utílizara esta forma de respuesta es normal en aquellas circunstancias dadas; que la Segunda República defendiera su naturaleza burguesa de igual forma ya lo es menos; pero que, en las circunstancias actuales (con una reforma agraria por medio) se repita la historia encarcelando jornaleros, de probada honradez y honestidad, por el terrible delíto de ocupar pacíficamente una finca, como símbolo de su deseo de que la política agraria oficialmente prometida y en marcha (la reforma agraria) llegue de una vez, es una política gubernamental que puede desnaturalizar el contenido democrático de la monarquía parlamentaria que todavía vivimos.

Campesinos sin tierra...Cuando Diego Cañamero contesta a la pregunta de si existen diferencias en la respuesta a los jornaleros entre el franquismo y la situación actual con un rotundo "aunque el trato ha cambiado, el resultado es el mismo", lo hace a través de una percepción subjetivizada.

Quienes hemos estudiado las formas de subordinación y dependencia a que el franquismo sometió al campesinado, sabemos de los horrores del sistema represivo que sobre la mano de obra agrícola andaluza estableció aquella forma de dominación política. En efecto, después de unas primeras fases en que la implementación de tal sistema de represión tenía un carácter de violencia incontrolada, se pasa a formas más institucionalizadas. La Hermandad de Labradores y Ganaderos vigilaba un orden económico y una jerarquía social que la Guardia Civil respaldaba en última instancia. Así, los un día conscientes, combativos movimientos populares (el anarquismo jornalero, el socialismo proletario, los nacionalismos de izquierda, etcétera) fueron reducidos a una fragmentada y silenciosa masa popular, sobre la que grabar a sangre y fuego la ideología dominante.

Mientras tanto, los efectos de la dinámica del sistema capitalista se ocuparían de expulsar de sus pueblos a los campesinos sin tierra. La política de mover personas dejando inmóvil al capital, para así acumular más y mejor, fue sustituyendo lentamente a la acción del aparato represivo del Estado franquista.

Las formas de protesta jornalera de la minoría marginal a que queda reducido el movimiento obrero en el campo andaluz continúan mostrando las características acurnulativas de racionalidad como proceso: tomas simbólicas de fincas, huelgas de hambre, marchas reivindicativas. La llegada de la ley de Reforma Agraria es un logro cuya dinámica de transformación estructural permanece abierta aún, a pesar de los síntomas de arrepentimiento. Hasta ahora la respuesta era la misma que en el resto de los países capitalistas avanzados: el jornalero era socialmente invisible (H. Newby); no obstante, el proletariado rural andaluz no se acepta reducido. Su lucha responde a la máxima anarquista de "aceptar la legalidad como medio y rechazar ésta como fin". La interpretación de Diego Cañamero, y de otros muchos, del movimento jornalero como proceso les puede llevar a la cárcel, no por decirlo en entrevistas, sino por demostrarlo viviéndolo día a día. Esperemos que la monarquía parlamentaria no responda una vez más -como lo hicieron el despotismo caciquil y la República burguesa- reduciendo a los jornaleros a campesinos no sólo sin tierra, sino también sin libertad.

es director del Instituto de Sociología y Estudios Campesinos de la universidad de Córdoba.

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