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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

División y desconcierto en el Primero de Mayo

EL PRIMER centenario de los sucesos de Chicago que dieron origen a la conmemoración del Primero de Mayo se celebrará en España nuevamente bajo el signo de la división sindical. Pero la realidad del mundo laboral y sindical de hoy poco tiene que ver con esos ideales suscitados por el recuerdo de las muertes de Chicago, y que hicieron tradicionalmente del Primero de Mayo la gran fiesta de "la solidaridad internacional de todos los trabajadores del inundo". En la URSS y en los otros países de su bloque, los desfiles de esta fecha son actos rutinarios oficiales, propios de sociedades autoritarias sin capacidad ya de despertar ninguna atracción entre los obreros de otros países. En el mundo occidental, con las mutaciones sociales causadas por la introducción de nuevas tecnologías y métodos productivos, el concepto mismo de clase obrera como "sujeto del progreso histórico" es ya un fenómeno del pasado. Los trabajadores de hoy tienen cada vez menos que ver con ese concepto tradicional. La configuración de economías con un gran desarrollo del sector de servicios, el aumento del paro y el auge de la economía sumergida, la competencia laboral de importantes masas de trabajadores inmigrados -de peso ya notable en algunos países europeos- y la consiguiente aparición de una nueva insolidaridad, las dificultades de incorporación al mercado de trabajo por parte de los jóvenes, las reconversiones de sectores industriales en gran escala -como consecuencia precisamente de los cambios tecnológicos y de su incidencia en la competitividad- o la incorporación desigual de la mujer a numerosos ramas productivas son algunos de los fenómenos nuevos que acompañan a la desaparición del concepto tradicional de clase obrera.Todo ello está provocando una crisis profunda en los movimientos sindicales, en los cuales las antiguas reivindicaciones obreras se convierten con facilidad en defensa de los intereses corporativos de quienes poseen empleo y sustituye cada vez más el ideal de la solidaridad y de la igualdad por un discurso gremial trufado de derechos adquiridos y agravios comparativos. Como consecuencia de esta inadaptación, el mundo sindical vive una situación de desorientación y de crisis profunda.

En España, la Unión General de Trabajadores (sindicato socialista) ha anunciado que no se unirá a las demás fuerzas obreras para conmemorar una fecha que poco a poco va perdiendo sus caracteres más combativos y se convierte casi exclusivamente en una ocasión de efeméride y de fiesta. Con ello persiste en una actitud ya inaugurada con la llegada del PSOE al Gobierno. Posiblemente a la central socialista le resulta incómodo participar en unos actos que, inevitablemente, van a estar acompañados por las críticas a una política económica y exterior, la del Gobierno, que la propia UGT no se ha recatado en censurar.

A pesar de estas circunstancias no parece justificada la división sindical, máxime cuando algunas organizaciones han manifestado su intención de poner en sordina sus diferencias y celebrar el Primero de Mayo de forma unitaria.

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Nada hay de reprochable en que UGT quiera ofrecer a sus afiliados una jornada en la que el componente político y reivindicativo se complemente con el esparcimiento. Porque precisamente el sindicato socialista se encuentra en la búsqueda sincera de un modelo sindical que se adapte al modelo de relaciones laborales de la sociedad posindustrial. Y en este sentido, su fiesta en la Casa de Campo de Madrid no deja de ser una iniciativa que hay que aplaudir. Lo que no parece tan justificado es que los trabajadores sindicados, y hasta la enorme masa de no afiliados, hayan de asistir estupefactos a una guerra de comunicados y mutuas acusaciones de insolidaridad que tienen como marco la celebración del Primero de Mayo. No debe sorprender, por tanto, que ante este panorama, los asalariados prefieran aprovechar la festividad del día en actividades muy distintas a las que proponen los sindicatos. Las organizaciones obreras deberían pensar si la baja afiliación existente en nuestro país no estará también motivada por esta confrontación permanente entre organizaciones que tienen los mismos fines y dicen defender los mismos principios.

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