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Tribuna:EL ASESINATO DEL PRIMER MINISTRO SUECO
Tribuna
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Olof Palme, ciudadano del mundo

Emilio Menéndez del Valle

Olof Palme fue un ejemplo de político pragmático y ético, internacionalista y universalista, europeo y, a la vez, tercermundista en un sentido solidario y positivo del término. Aunque una conspiración ha acabado con su vida, su recuerdo, su impacto y su ejemplo perdurarán. Éstas son algunas de las consideraciones del autor de este artículo, que conoció personalmente a Palme, sobre los principales valores políticos y morales del líder sueco recientemente desaparecido.

Como todo líder en un sistema democrático, Olof Palme estaba acostumbrado a la alternancia en el Gobierno, por lo que, de cuando en cuando, cambiaba de despacho. Habiendo sido primer ministro desde 1969 hasta 1976 y, tras un lapso conservador, asumió de nuevo esas funciones en octubre de 1982.Sin embargo, de alguna manera puede decirse que, aun habiendo estado fuera del Gobierno unos pocos años, ni el Partido Socialdemócrata de Suecia (SAP), ni los sindicatos, ni los dirigentes de uno y otros han estado alejados del poder. Porque en Suecia, al igual que en algunos otros países eurooccidentales -aunque escasos y nunca en el grado del país nórdico-, el poder es, en gran medida, el Estado socialdemócrata, la sociedad del bienestar.

Una sociedad cuyos inicios se remontan a hace medio siglo, impulsada y perfeccionada a partir de los años cincuenta. Desde antes que Olof Palme fuera primer ministro. En concreto, mientras lo fue Tage Erlander, otra señera figura del socialismo escandinavo y de quien, significativamente, Palme fue secretario particular.

La sociedad sueca moderna es producto de un pacto interno entre el capital y el trabajo. Disminuida por razones diversas la conciencia de clase; lograda por las clases medias una función clave, y superado el concepto de proletariado como protagonista privilegiado e imprescindible del proceso social, el pacto sueco ha logrado estabilidad y racionalidad suficientes para facilitar unas relaciones de producción y distribución satisfactoriamente aceptables para todos.

Progresista y tolerante

Olof Palme era simialtáneamente causa y producto de esa sociedad. Una sociedad justa y abierta, progresista y tolerante, tierra de asilo para miles de perseguidos políticos de nuemerosas latitudes.Conocí personalmente a Palme hace una década, cuando los españoles comenzábamos a dejar de ser exiliados en nuestro propio país. Él y muchos otros dirigentes de la Internacional Socialista asistían al primer congreso del PSOE celebrado en la tolerancia política española de 1976. Recuerdo cómo no acababa de acostumbrarse al servicio de seguridad que el partido había dispuesto en torno a su persona, debido sobre todo a las amenazas de ultras españoles y de algún que otro importado.

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Pocos años después, y en compañía de su inseparable Pierre Schori, entonces secretario de relaciones internacionales del SAP y hoy secretario de Estado de Asuntos Exteriores, y mientras dábamos una vuelta por Madrid en un pequeño Seat 133, seguido de un imponente coche de escolta, Palme comentaba con entusiasmo los nuevos tiempos que permitían que la policía protegiera a los demócratas, incluso a los demócratas extranjeros.

En otoño de 1982, Olof Palme me invitó a la toma de posesión de su nuevo mandato gubernamental. Volvía el trasiego de los despachos. Asistí a la conferencia de prensa que ofreció sobre su nuevo período en la sede del partido, en la avenida Sveavagen, la misma en la que ha sido asesinado, y después le acompañé a su oficina del Parlamento.

Durante una hora fui interlocutor privilegiado de sus reflexiones ante la nueva etapa que se avecinaba en un momento de crispación de las relaciones internacionales, de precaria distensión. En dos ocasiones interrumpieron a Palme. En una, cambió impresiones con el ministro de Defensa saliente sobre el grave incidente del submarino desconocido interceptado esos días en aguas suecas. En la otra, deliberó sobre el papel del nuevo ministro de Asuntos Exteriores.

Mientras el primer ministro trataba esos temas, yo hojeaba el ejemplar del Quijote que acababa de pasarme. Lo llevaba de despacho en despacho, cuando quiera que le tocaba mudarse: del partido al Gobierno, o viceversa. Olof Palme apreciaba la obra cervantina. Sabía lo que significaba, y, en el fondo, su temperamento era quijotesco. Estimaba muy especialmente el ejemplar de la editorial Aguilar que yo entonces tenía entre las manos porque se lo había regalado su amigo Felipe González. Con una dedicatoria de puño y letra de éste, que rezaba: "¡Si pudiera servirte de buen compañero de viaje, como a mí, estaría cumpliendo su misión!". Claro que le sirvió. ¿Acaso no es un acto quijotesco, en el fondo muy español, acudir a la vía pública cuando es menester recolectar unas monedas con que ayudar a quien lo necesita?

Palme acometió en su vida empresas quijotescas en el sentido idealista del término. Pero gozaba de una ventaja sociológica. El Cid Campeador y el Quijote fueron héroes aislados, emprendedores audaces, vareadores de molinos de viento, en un ambiente que llevaba a exclamar: "¡Qué buen vasallo si tuviera buen señor!". Palme era producto de un sistema que, de seguro y por fortuna, producirá otros Palme a no mucho tardar.

En cualquier caso, de Olof Palme y de otros europeos como él aprendí en los años sesenta, a ser internacionalista, universalista. Como muchos nórdicos, holandeses, alemanes -sin dejar de ser europeo, pero sí dejando de ser eurocentrista- aprendí a ser tercermundista.

Durante unas semanas del año 1977 y tras viajar por África austral con Olof Palme y una delegación de la Internacional Socialista que él presidía y de la que yo era secretario, las realidades y dramáticas diferencias entre el Norte y el Sur, entre el mundo desarrollado o semidesarrollado y el que se muere de hambre, se me acabaron de hacer palpables y descarnadas. Desde entonces he admirado su manera digna veraz y directa de combatir la injusticia social internacional.

Ayudar al Sur

¿Encarnaba Olof Palme de modo quijotesco los graves problemas del Tercer Mundo o simplemente era cualificado adalid de lo que podríamos denominar "escuela del interés mutuo"? Esto es, ¿hay que ayudar al Sur para ayudarnos a nosotros mismos? No es posible el crecimiento económico sostenido del Norte sin verdadero y definitivo despegue económico del Sur.De cualquier manera, un imperativo ético estuvo siempre presente en sus planteamientos internacionales, que, como sueco, ocupaba gran parte de su vida política. Nunca en él, por otro lado, enfoque ético fue igual a ingenuidad.

En el área del desarme, otro capítulo del que el ciudadano de Estocolmo fue firme defensor, siempre tuvo las ideas claras. El primer ministro asesinado había promovido un proyecto (cuyas fases teóricas están ya construidas) tendente a lograr progresivamente una reconversión de la industria armamentista sueca hacia diversos proyectos industriales civiles.

La filosofía de ese empeño (Desanne y desarrollo), que incluye el trasvase de los fondos sobrantes a la ayuda internacional al desarrollo, es eminentemente humanitaria y antibelicista, pero no ingenua: todo el esquema está supeditado a que en la sociedad internacional se den las condiciones políticas adecuadas. Suecia no se desarmará hasta que se produzca ese momento.

Una conspiración de mezquinos ha acabado con la vida física de un luchador entrañable. Su recuerdo, su impacto, su ejemplo, perdurarán.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España en Jordania.

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