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La antropología médica de Laín

Pedro Laín se ha empeñado en ahondar y clarificar, con el máximo rigor, el problema de lo que sea la enfermedad humana y el hombre enfermo. A primera vista, parece que ese saber ya ha alcanzado alturas respetables y, sobre todo, que ya no es posible ver en su corpus doctrinal otra cosa que futuros descubrimientos, nuevas curaciones y tareas preventivas de creciente eficacia. En efecto, la medicina transita por un camino ilustre sembrado de victorias asombrosas. Un camino de esperanza con el vislumbre del dominio final y definitivo sobre toda clase de morbos. De los que hoy todavía nos agobian y de los que, presumiblemente, puedan aún surgir en el horizonte de la historia.¿Cómo es hacedero, pues, soñar con algo original, certero y fecundo, al poner pie en lugares una y otra vez transitados, una y otra vez conocidos? ¿Qué es esto de la Antropología médica por Laín propuesta? ¿Acaso una dura y erudita divagación por vericuetos ya explorados? ¿O una vana teorización, más o menos filosófica, en torno al padecer humano que la clínica registra y certifica? Las más de 500 páginas del texto lainiano, ¿siguen la pauta, ahora por desgracia tan corriente, de los libros innecesarios, de los libros gratuitos?

Quien se adentre con calma y reflexión simultáneas por la obra, inmediatamente echará de ver algo muy importante, cumple saber, que está ante un trabajo no sólo excepcional y meritorio, sino, además, imprescindible. ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque hasta ahora, que yo sepa, no se había ofrecido al lector -médico o no, médico- la oportunidad de penetrar en los múltiples problemas que el enfermar de la criatura humana trae consigo. Problemas de muy varia categoría. Unos, bien ceñidos a las necesidades clínicas directas del profesional. Otros, sustentando lo hasta ahora logrado y dándole la trascendencia conceptual y sistemática que merecen. Y, aún más allá, descubriendo los muros contra los que tropieza, una y otra vez, la indagación positiva más a ras del suelo, o la búsqueda de fundamento para las nuevas aportaciones científico-naturales de nuestro tiempo.

Esta es la empresa de Laín. En realidad, ha sido su cotidiana empresa. Pues sus libros y trabajos de historia de la Medicina representan un esfuerzo continuo por entender, desde la raíz, la estructura cambiante, movediza y abierta de la patología humana. No voy en este momento a reseñar tan ingente esfuerzo. Deseo afirmar, antes de nada, que la reciente Antropología médica de nuestro historiador representa algo así como la culminación de todo lo hasta este momento llevado a cabo por él y su escuela. Culminación no quiere decir solamente vista en panorámica de lo alcanzado. No significa, por tanto, resumen. Significa otra cosa, a saber, la superación integradora de lo anteriormente conseguido. Es una complejidad que, en cierto modo, simplifica ahondando. Es algo que busca el fundamento por debajo del último estrato de la realidad patológica. Que busca la fundamentación, podemos decir, más allá del fondo. Tras toda patología concreta subyace un conocimiento teorético de la criatura humana enfermable, sanable o no, y, finalmente, mortal. Así nace la Antropología médica de Laín. Ella, a su vez, ha de asentarse sobre la averiguación científica y filosófica de lo que el hombre sea en general. De este modo, la antropología médica se instala en el ámbito de la antropología general.

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Pues bien, todo esto suele darse indefectiblemente por supuesto, por cosa obvia, pero sin caer en la cuenta de su oculta operatividad. Con todo, aun en la concepción más ceñidamente científico-positiva de la enfermedad aparece una veta, perceptible o no, de idea médica del hombre, y ésta, por su parte, es, tiene que ser, quiéralo o no, parte de una imagen humana de arranque conceptual más amplio. Lo que sucede es que tal engranaje, a fuerza de ser usado, apenas si se advierte. Quizá fuera más exacto decir que funciona automáticamente sin que el usuario llegue a percatarse del andamio desde el cual actúa en su faena curadora.

La obra de Laín cumple, a mi modo de ver, varios cometidos. Uno, poner de relieve los supuestos que sostienen el quehacer clínico. Después, hacer que esos supuestos resalten y cobren presencia activa en el ánimo del patólogo. A seguida, evidenciar los fallos, las insuficiencias. Y, cumplida esta tarea, proponer a nuestra consideración un armazón intelectual de extenso alcance en el que sea hacedero injertar

Pala a la página 10

Viene de la página 9

lo que hoy se conoce en torno al hombre enfermo -que es mucho y, muy intrincado- y, de esa forma, poder trasladar a otra clave -ética y metafísica- toda la realidad del padecer y del curar. Como se ve, la empresa es de gran empeño, de enorme dificultad y de decisiva originalidad. Que yo conozca, hasta el momento actual no hay un solo libro con tales dimensiones intelectuales en la producción bibliográfica mundial. Y los ilustres precedentes no faltan, ni mucho menos. Desde Siebeck, Erwin Strauss, Medard Boss o Von Gebsattel, hasta Víktor von Weizsácker, a buen seguro el más audaz de todos -cito únicamente los primeros que me vienen a la memoria-, toda una línea especulativa original y fecunda jalona los pasos de las primeras mentes médicas de nuestro tiempo. Pero nadie ha logrado la totalidad, el estricto rigor discursivo y la profunda visión suscitadora que la Antropología médica de Laín nos ofrece. Por eso mismo, por su abier o campo de fuerzas doctrinal, es por lo que este libro puede y debe interesar, además de a los médicos, a todos aquellos a quienes inquiete la cambiante y contradictoria objetividad de la criatura humana de nuestra época. Estamos, pues, ante una obra prima por lo inédito del empeño y por lo rico de los resultados. Por eso merece un comentario un tanto extenso, aunque no tanto como sus páginas piden.

Muy en primer lugar, la superación de la dicotomía orgánico-psíquica. Siguiendo las directrices zubirianas, Laín nos muestra con toda claridad que no hay en el hombre realidades exclusivamente físicas y realidades exclusivamente psíquicas. Una y otra estructura van siempre mezcladas, están imbricadas de forma indiscernible. El último reducto de todo lo que acontece en el cuerpo, fijémonos bien, de todo lo que acontece en el cuerpo, por recóndito y material que nos parezca, o por alquitarado y anímico que se nos presente, es siempre el resultado del juego de aquellas dos instancias. Organismo y espíritu integran una única forma. Y, desde ella, emergen todas y cada una de las manifestaciones a que esa unidad da lugar. Los análisis mediante los cuales Laín hace ostensibles esta más-que-suma del organismo son de una finura y de una penetración impresionantes. Y así asistimos al proceso por el que el psicoorganismo humano, provisto de una extensa gama de recursos funcionales, desde el molecular al personal, accede al ejercicio de la intelección, al de la creatividad artística, al del pensamiento abstracto, a la autónoma capacidad de decisión y, en suma, al uso de la libertad. Es lo que Laín llama "la total realidad del hombre". Esta absoluta realidad escapa ya al simple condicionamiento material por tenue que sea. Su reino está en otros confines. Cuáles son y cómo deban asumirse es ya empresa metafísica, o instalación religiosa, ante la que el autor no hace otra cosa sino indicar su propia convicción, es decir, "la existencia de un quid supraestructural en la total realidad del hombre". Pero si esto es, en líneas generales, el horizonte del libro, su contenido concreto hierve de sugerencias, planteamientos conceptuales nuevos y propuestas de soluciones claras, diamantinas. Por lo pronto, la disección del fenómeno de la enfermedad como proceso -algo que tiene su propia, específica dinamicidad- y estado, esto es, algo que supone una manera de vivir, una manera de estar en el mundo. Si hay el "estar sano", también hay el ,"estar enfermo". El hombre, pues, puede ser, lo es de hecho, sujeto personal sano. Y es, puede ser, ¡qué duda cabe!, sujeto personal enfermo. Desde aquí arranca la meditación lainiana para hacernos ver en qué consiste la salud -su sustancia antropológica-, en qué consiste la enfermedad -su originario núcleo antropológico-, en qué consiste la nosogénesis para la que Laín introduce lo que él denomina "vector nosogenético" -magnífico acierto de índole estrictamente médica que aquí no puedo detallar-, hasta llegar, a través de la conformación del cuadro morboso, a la fisica y metarisica de la enfermedad. O, más adelante, en el desmenuzamiento analítico del acto médico -relación con el enfermo, el tratamiento, la dimensión moral del menester médico, su dimensión social, la curación y la muerte.

Son a este respecto muy ilustrativas las distinciones que nuestro autor maneja para diferenciar el hecho de tratar del hecho de curar y del hecho de sanar. A las que habría que añadir mi vieja propuesta de bautizar al médico como curador, esto es, como el técnico que se ocupa, por descontado, en curar al enfermo y, al tiempo, que "se cura de", es decir, sepreocupa, de su estado de enfermedad.

No es posible en un artículo decir todo lo que en la Antropología médica de Laín hay de original, de sistematización, de conocimiento en profundidad de los problemas humanos que la clínica nos presenta día a día. Ni lo mucho que en las páginas del libro se contiene como información modernísima y de primera mano en un amplio espectro de saberes que van desde ciertas estructuras bioquírnícas hasta el pensamiento fenomenológico de Husserl. Pero es necesario subrayar el soporte que se infiltra en sus páginas y que debe su efectividad a las ideas de Xavier Zubiri. He aquí un caso patente de simbiosis fecunda entre un pensador puro y el escoliasta, aplicador y fecundador de sus hallazgos, mediante ampliación al terreno más ceñido y concreto de la medicina. De la medicina como saber antropológico.

En última instancia, la facha de uno y otro autor apuntan hacia un estilo del pensar los problemas en el que se dan, al lado de la exigencia y el rigor, otra cosa nobilísima. ¿Cuál? El respeto intelectual a lo que se nos muestra en los entresijos de la realidad aprehensible. A lo que es como la filigrana que sólo se adivina en la transparencia de la luz. De aquello que se conoce, arranca una ultimidad apenas captable en palabras de concepto. Es el horizonte de lo absoluto. En un texto relativamente reciente de Ernst Jünger -Siebzig verweht I- se nos dice que el arte y la naturaleza nos remiten a una esencia distinta, a "un tercer principio". Pues tanto la creación artística como la vida de la naturaleza son solamente algo así como alusiones -anspielungen- Esas alusiones, en esta Antropología médica son esenciales, iluminadoras, novísimas, exigentes. Ellas nos remiten, como el arte, como la naturaleza misma, al absoluto del mysterium doloris lainiano, del que este espléndido libro es, sin duda, el máximo avance. Y, desde luego, la más personal y lograda obra de Pedro Laín. La que quedará como libro clásico en la indagación de la conditio humana.

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