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Gonzalo Arias

El decano de los pacifistas españoles ha elaborado en su última obra una teoría no violenta para 'recuperar' Gibraltar

Gonzalo Arias, abogado y traductor de organismos internacionales, ha realizado, a lo largo de sus 58 años, dos viajes complementarios. El primero empezó en Valladolid, ciudad donde nació y punto de partida de su posterior periplo por Ginebra y París como traductor, una profesión que, a pesar de su aparente sobriedad, a menudo encubre aspiraciones cosmopolitas, una manera de llevar una vida discretamente errante y aventurera; casi un pretexto para eludir la tentación de elegir entre, Kafka o Stevenson. Pero Gonzalo Arias ha emprendido también un segundo viaje interior, una especie de viaje dentro del viaje. En 1965, en París, descubrió los escritos de Gandhi y de otros no violentos franceses, abandonó su trabajo y decidió combatir el franquismo desde la no violencia.

Gonzalo Arias tenía ya 42 años cuando decidió convertirse en un subversivo. La posible coartada de que ya no era tan joven o de que tenía hijos que mantener, tan esgrimida para acallar la conciencia por la mayor parte de los adultos que alguna vez coquetearon con la utopía, no prosperó en él. Si otro europeos se planteaban una revolución alternativa al modelo marxista autoritario, Gonzalo Arias -pensó- bien podía hacer llegar a Franco su disconformidad con la dictadura por una vía pacífica, pero no por eso menos insolente. Envió unos cuantos ejemplares de su primer libro, Los encartelados, editado por Ruedo Ibérico a modo de panfleto, y citó misteriosamente a sus posibles lectores a una manifestación en la Gran Vía, a la que sólo asistió él. Iba encartelado y pedía elecciones libres. La policía franquista apenas le dio tiempo a recorrer una manzana de casas. Fue acusado de un delito "contra las Leyes Fundamentales del Estado" y estuvo nueve meses en la cárcel. No sería la última vez.Aunque Gonzalo Arias hizo el servicio militar -y llegó a alférez-, en la época en que todavía no pensaba que hay que tener más agallas para defenderse sin armas que con ellas, apoyó la objección ética-política del valenciano Pepe Beúnza y de los objetores pioneros de los años setenta. Sus seis hijos e hijas tambien militan en el movimiento de objetores.

Antes de que Gonzalo Arias explique que su contestación tiene raíces cristianas, su aspecto de teólogo díscolo que en el fondo es un pedazo de pan ya le ha delatado. La desobediencia cívica es su método de oposición ante cualquier clase de autoritarismo o imposición. Su segundo libro, La no violencia, ¿tentación o reto?, fue publicado por Sígueme, pero el resto de su obra, editada por él mismo, conserva un aire casero y deliciosamente clandestino, como si Arias, escritor sin pretensiones resultara excesivamente provocativo o al menos no suficientemente comercial para convertirse en un autor pacifista de moda.

Desde hace unos años, su investigación se ha centrado en Gibraltar, "porque si por un lado Gibraltar tiene connotaciones colonialistas e imperialistas que un pacifista rechaza, reivindicar la soberanía sin contar con los llanitos es también una suerte de violencia". En su última obra, Gibraltarofagia y otros cuentos no violentos, Arias elabora una visión de Gibraltar en la que lo importante no es reclamar la soberanía, sino desmilitarizar la zona del itsmo, tradicionalmente neutral, y negociar la utilización civil conjunta del aeropuerto, construido ilegalmente durante la II Guerra Mundial y en contra del derecho internacional; de ese modo, "el patriotismo español se reorienta a favor de los llanitos y en contra de la base militar, y los pacifistas pueden colaborar integrándose con la población en la zona desmilitarizada". En la dedicatoria del ejemplar que entregó a Fernado Morán, ministro español de Asuntos Exteriores, Gonzalo Arias escribió: "Léalo con ojos de político, y no de novelista".

Arias y su mujer viven en La Línea, en un hogar que llaman Casatuya. "Mi mujer comparte las mismas ideas, pero es más realista y me recuerda que tambien tenemos hijos", hecho que evita a la pareja alimentarse sólo de utopías.

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