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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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OTAN: El optimismo fatuo

Si tras una guerra nuclear no habrá supervivientes, ¿para qué salir de la OTAN? ¿Lograríamos evitar con ese gesto quijotesco la tercera guerra mundial? ¿Es un gesto al menos positivo para la causa de la paz y la distensión? Tengo la impresión de que Paramio y Claudín operan con dos legitimaciones de muy distinta índole, que convendría explicitar y discutir.Según la primera de ellas, aludiendo al punto de partida de la historia actual, la amenaza soviética está ahí, y todos somos responsables de la defensa de Occidente. Si queremos estar integrados política y económicamente en Europa, es imprescindible asumir nuestra cuota de responsabilidades. Hay que estar a las duras y a las maduras.

Esta primera legitimación no es sino el viejo argumento de Unión de Centro Democrático sobre la congruencia. Sólo hay que repasar los discursos del señor Rupérez para recordar su insistencia en la conexión lógica entre los aspectos económico, político y militar de la integración europea. Y, por cierto, sólo hay que releer el libro de Fernando Morán para descubrir la simplificación de tal perspectiva.

La legitimación más fuerte, el argumento de más peso, en el artículo mencionado, no es, sin embargo, la amenaza soviética. Si he logrado entender a los autores, no es tanto que el pacifismo sea inmoral por abandonar a Europa a su suerte ante el ogro soviético, cuanto que es apocalíptico por exagerar el peligro de guerra nuclear.

Europa hoy está (la economía manda) en tratos de acceder a un proceso de entendimiento, el relanzamiento económico está a la vuelta de la esquina, y sería insensato desperdiciar esta oportunidad de engancharnos al tren del bienestar por prejuicios moralistas. Nos jugamos, nada menos, que el nivel de vida de nuestros hijos.

Una legitimación difícil

Creo que este argumento puede tener un efecto mayor en la polémica que el primero. Es difícil, muy difícil, que grandes sectores de la ciudadanía comiencen a temblar por la amenaza soviética, y más aún se sientan réprobos moralmente por no apoyar la estrategia atlantista. Como se ha afirmado, nuestros compatriotas tienen más temor ante nuestros presuntos aliados que ante nuestros hipotéticos enemigos.

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La legitimación por el bienestar y por el nivel de vida es, sin embargo, mucho más útil. Y ¿si los pacifistas exageran? ¿Es tan grave el peligro de guerra? ¿A qué viene condenarnos al ostracismo, a la impotencia, al tercer mundo? Al meditar sobre el argumento de Claudín y Paramio me ha venido a la memoria la reflexión de Norberto Bobbio sobre ciertos dirigentes del Partido Socialista Italiano (PSI). Éstos habían criticado al pacifismo, afirmando que éste exageraba el peligro de guerra nuclear.

Pacifistas o apocalípticos

Para Bobbio, por el contrario, cualquier observador de la política internacional sabía que no era posible minimizar el peligro. La clase política italiana, sin embargo, propendía a mantener una confianza y un escepticismo excesivos; la categoría que mejor los definía era la del optimismo fatuo (Leviatán, número 6, entrevista con Norberto Bobbio).

Pienso que el artículo de Claudín y Paramio respira ese optimismo. Sólo desde la idea de que la guerra nuclear no es probable, cabe pensar que no es tan grave moralmente contribuir a reforzar el orden militar internacional. A fin de cuentas -se afirma- ahí están las mejores condiciones para poder enlazar con la locomotora norteamericana que nos permita salir de la crisis económica. Sólo así puede jugarse alegremente, ambiguamente, a conseguir nuestra integración en la CEE a costa de nuestra permanencia en la OTAN.

No está de más recordar que fue el presidente del Gobierno el que comenzó a hablar de la necesidad de que los españoles comprendieran las ventajas de nuestra permanencia en la OTAN. Es a partir de entonces cuando comienza a pensarse que la misión histórica de los socialistas es lograr las contrapartidas que UCD no supo obtener. El error de UCD no fue integrarnos en un bloque militar, sino realizar ese proceso sin obtener ningún tipo de beneficio.

La misión de los socialistas es volver a jugar la gran carta de la OTAN, carta que fue desaprovechada por UCD, y obtener nuestra definitiva integración en Europa. Si se obtienen contrapartidas, es estéril discutir sobre la OTAN, porque la OTAN no es buena ni mala; es una realidad que está ahí, y lo que procede es sacar la mayor tajada por nuestra permanencia.

Este planteamiento de la clase política socialista no es ajeno al de Claudín y Paramio. Para unos y otros, los pacifistas son demasiado apocalípticos. Son seres que gustan de emociones fuertes, rojos reconvertidos, que antes esperaban la revolución y hoy piensan que sólo es posible el holocausto. En fin, mentalidades milenaristas, incapaces de percibir la verdadera realidad. El equilibrio, aunque montado sobre el terror, es equilibrio, y la entente económica está a la vuelta de la esquina. No perdamos la oportunidad histórica de ser uno de los grandes, por ensoñaciones escatológicas.

Gabriel Jackson ha mostrado en estas páginas que tal estrategia es, cuando menos, discutible. Una España neutral podría tener mejores bazas internacionales que un país de segunda dentro de la OTAN. Igualmente ha insistido en que es excesivamente mecanicista la tesis que establece que soportaríamos graves represalias económicas si nos negásemos a asumir determinados compromisos militares. Los argumentos de Jackson merecen ser estudiados a fondo, pero lo que me interesa en este momento es llamar la atención sobre otro hecho.

Un socialista, no optimista ni fatuo, que piense que la disyuntiva política actual pasa por elegir entre colaborar con el armamentismo o propiciar las iniciativas pacifistas, ese socialista, aun aceptando que fueran ciertos los argumentos que hablan de ostracismo y marginación, de periferia y tercermundismo, ¿no tendría que optar moralmente por la neutralidad activa? ¿Es acaso el socialismo únicamente un proyecto que se mide por el bienestar y el nivel de vida?

Días antes del 29º Congreso, en octubre de 1981, interrogado Luis Gómez Llorente sobre las señas de identidad de la corriente de izquierda socialista, contestaba que éstas no se encontraban en el siglo XIX, como algunos malévolos e ignorantes habían insinuado, sino en las resoluciones aprobadas en diciembre de 1976. Efectivamente, hay que volver a releer las páginas de aquel 27º Congreso y percibir su innegable actualidad.

Los socialistas defendíamos entonces la neutralidad para nuestro país, el desmantelamiento de las bases norteamericanas y repudiábamos la dinámica de los bloques militares. Hoy, con más razones todavía que ayer, por la nueva situación internacional, algunos socialistas consideramos imprescindible volver a retomar aquella estrategia, y así lo defenderemos en el próximo congreso de nuestro partido.

Difícil, pero justificado

La integración del Gobierno de UCD en la OTAN ha acabado con una política intermedia que pretendía mantener unos márgenes de autonomía sin romper los equilibrios globales. Hoy sólo cabe optar por una vía que nos lleve hacia la neutralidad o continuar un proceso que nos satelitizará definitivamente.

En este sentido, afirmar, como hacen Fernando Claudín y Ludolfo Paramio, que no tenemos nada que perder que no tuviéramos perdido de antemano al integramos en la OTAN es incierto. Sí tenemos algo que perder; podemos aumentar el riesgo de destrucción nuclear, como siempre hemos afirmado los socialistas. Es cierto que ni siquiera siendo neutrales podemos garantizar nuestra seguridad; pero lo que es evidente es que siendo parte de la OTAN lo que ya podemos garantizar desde ahora -como afirma Galtung- es nuestra inseguridad.

Apearse hoy del tren atlantista tiene costes y puede hacernos asumir determinados riesgos. Ni unos ni otros se pueden negar, y tiene de todo, menos gracia, ironizar sobre la ineficacia de los servicios secretos norteamericanos. Congelar -la integración militar en la OTAN, proponer un referéndum para salir de la OTAN, apostar por desmantelar las bases extranjeras de nuestro territorio es un proceso difícil.

Es difícil, pero merece la pena luchar por él; aunque no sea una medida suficiente para evitar la tercera guerra mundial, sí es positiva para otros pueblos de Europa. ¿No es acaso ejemplar el lograr que la decisión sobre los temas de defensa no sea patrimonio de los tecnócratas de la guerra? ¿No es reconfortante que la ciudadanía empiece a jugar un papel activo al ver en peligro su supervivencia.

La neutralidad es deseable -y con ello concluyo-, no para realizar la política del avestruz, ni para evadirse insolidariamente de la seguridad y de la paz de Occidente, sino para contribuir más y mejor a esa causa.

Muchos socialistas seguimos pensando que esa causa se defiende mejor fuera y no dentro de los bloques militares, debilitando la hegemonía de las superpotencias y no reforzándola.

Antonio García Santesmases es militante del PSOE. Miembro del Consejo de Dirección de la revista Leviatán, pertenece a la corriente Izquierda Socialista.

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