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Reportaje:

Colonias textiles de la mística a la lucha contra la crisis

Los complejos fabriles algodoneros del Llobregat todavía supervivientes dejaron atrás su social-catolicismo fundacional y afrontan la actual situación con criterios de rentabilidad y productividad

Francesc Valls

Basta un simple contrato laboral para trabajar actualmente en cualquier colonia textil. No es preciso residir entre las paredes del complejo fabril, aunque inicialmente el contrato de alquiler de vivienda iba estrechamente unido al de trabajo y el patrón podía dejar al trabajador a un tiempo sin casa y sin salario. Todo lo que encerraban estas viejas colonias pertenecía a un solo dueño. En la de l'Ametlla de Merola, fundada en 1872 en el término municipal de Puig-Reig, existían en 1885 una iglesia definida como románica, pero con un pequeño rosetón, un café, teatro, comercios e incluso un maestro, un sacerdote -también en nómina- y un reducido grupo de monjas dominicas.

Lo público, privado

Las colonias, que fueron una forma genuinamente catalana de adaptar la industrialización a la debilidad del Estado -según el historiador Ignasi Terradas-, constituyeron también un intento de cambiar la conflictiva mano de obra urbana por la dócil de un campesinado que vivía en pésima condiciones. Apelando a la privatización de lo público, ante estos poderes del Estado asumidos por la patronal, Prat de la Riba escribió que en las colonias Ios obreros han de vivir sujetos a un régimen de dirección moral y de tutela radicalmente distinto del de las ciudades. Bajo la acción de una severa disciplina moral y religiosa, los resultados no se harían aguardar".Hoy las cosas han cambiado. Todo ha disminuido, a excepción de la producción. En l'Ametlla de Merola, las 735.000 libras de hilado (unos 330.000 kilos) de producción media anual en 1885 han dejado paso a dos millones de kilogramos anuales. El trabajo lo realiza una quinta parte de los trabajadores. Los 324 telares empleados entonces han quedado ahora en 300 y los 9.000 husos existentes a finales de siglo se han duplicad.

Pagar las consecuencias

Antoni Serra Martí está al frente de la antigua colonia de l'Ametlla de Merola, que actualmente se denomina Serra y Feliu. La empresa ha superado sus momentos más difíciles, "aunque está bajo los efectos de la crisis, como cualquier industria". Sin embargo, la antigua colonia es una de las más productivas de la cuenca del Llobregat. Los históricos telares Harley han dado paso a otros sin lanzadera, y 1 as 67.000 piezas tejidas anualmente, a los 10 millones de metros actuales.La producción de algodón, que fue víctima de la introducción de fibras sintéticas en los mercados, vuelve otra vez por sus fueros. Las empresas asentadas en la cuenca del Llobregat alternan y mezclan esta materia prima con el polyester o la fibrana. La aplicación del Plan de Reconversión Textil ya se dejó notar en el sector algodonero el año pasado, cuando el valor de la producción vendible de hilados y tejidos experimenté un alza del 20%, mientras que los precios medios crecieron alrededor del 16%.

"Los que no remodelaron la empresa a tiempo están pagando ahora las consecuencias", explica Antoni Serra. La más reciente de las crisis de Serra y Feliu sucedió hace 15 años y la reestructuración de la empresa pasó por la supresión de 300 puestos de trabajo que fueron absorbidos mediante la creación de una nueva empresa en la cercana localidad de Navars Las inundaciones de 1982 llevaron al borde de la catástrofe a las empresas textiles afincadas en los márgenes del Llobregat. Serra y Feliu tuvo unas pérdidas de unos 500 millones de pesetas. En esta ocasión, el espíritu comunitario de la colonia volvió a manifestarse y todos los habitantes de l'Ametlla de Merola se volcaron en las tareas de reconstrucción.

La crisis, río arriba

"La empresa ha perdido el viejo espíritu paternalista, que está en la raíz de la creación de colonias", explica Antoni Serra Martí. De la actual plantilla sólo la mitad vive en el recinto, que actualmente cuenta con 503 habitantes, y la empresa simplemente se encarga de la restauración de las fachadas y de las subvenciones por determinadas actividades culturales a entidades autónomas formadas por los propios trabajadores.Río arriba, la situación es diferente. La colonia Rosal, una de las primeras en instalarse en la zona (1769), se encuentra en una situación económica difícil. Es la otra cara de la crisis, la que ha llevado a los trabajadores a constituirse en Sociedad Anónima Laboral (SAL). Situada a seis kilómetros de Berga, sus antiguos dueños, miembros de la familia Rosal, siguen ostentado la presidencia y el cargo de consejero delegado del consejo de administración, aunque en realidad cuentan con el 49% de participación en la empresa, frente al 51% de los trabajadores.

El lastre de la suspensión de pagos, que se produjo en 1979 con un pasivo de 460 millones de pesetas, y los débitos a la Seguridad Social siguen pesando sobre esta SAL, que lucha por poder acogerse al Plan de Reconversión Textil. De los 1.300 trabajadores que formaron su plantilla en épocas de auge, se ha pasado en la actualidad a 468.

Esta empresa vivió en los años sesenta y principios de los setenta el boom de las sábanas estampadas. A partir de 1974, el incremento de los precios de venta no pudo contrarrestar los efectos de la inflación y el incremento del precio de las materias primas. La demanda cayó y las existencias crecieron, originando unos costes financieros que de 1974 a 1978 se incrementaron en un 3.200%.

El Fondo Nacional de Protección al Trabajo concedió un préstamo de 250 millones de pesetas. En 1980 se levantó la suspensión de pagos y Textil Colonia Rosal consolidó su posición en el mercado. La producción se incrementó un 50% por encima de lo vendido en 1979 y se hicieron adquisiciones de maquinaria. A finales de ese año volvió a agudizarse la crisis textil y se efectuó una reducción temporal de plantilla que afectó al 3 3 % de los trabajadores.

Su mantenimiento hasta 1983 estriba, en buena medida, en la política de contención de salarios y en la compra de maquinaria, en muchas ocasiones, de segunda mano. Hace escasamente dos meses ha sido vendido a sus ocupantes un edificio de la colonia y, al contrario de lo que sucede en l'Ametlla de Merola, la empresa no puede hacerse cargo del mantenimiento de las fachadas exteriores de la colonia.

En la colonia Rosal viven actualmente unas 1.000 personas, de las que tan sólo 250 prestan servicio en la empresa, cuya productividad ascenderá, al concluir 1983, a cuatro millones de metros de tela y 1.200 kilogramos en la producción de hilados. El 70% de esta producción está destinada a la exportación, cosa que también sucede con parte de la fabricación textil de Serra y Feliu, que se destina a países como Holanda, Gran Bretaña,. República Federal de Alemania y Francia.

El combate por los mercados ha sustituido a las viejas contiendas carlistas. Algunas colonias han visto, fruto de la reciente guerra por la supervivencia, como sus puertas se cerraban irremediablemente ante la situación económica. La vieja Cataluña se resiste a perder una nueva batalla.

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