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Directores cinematográficos matizan la declaración mundial de la isla de Madeira

Se ha retrasado el acta de la Primera Asamblea Mundial de Directores de Cine, que tiene lugar en Madeira. Las siete comisiones que analizan la situación del realizador en orden a sus derechos de autor, sus posibilidades artísticas, industriales y políticas, así como su relación con los nuevos sistemas de la imagen, se han visto obligadas a prolongar sus reuniones para consensuar el matiz de cada párrafo. Es lógico que midan sus palabras. Por primera vez actúan conjuntamente, superando las diferencias que existen entre sus países respecto a la legislación del cine.

Las reuniones también se prolongan porque se les escurre el tiempo en dimes y diretes, aficionados muchos de los 150 asambleístas a un barroquismo insufrible que alarga sus discursos y denuncia su propia confusión. Hay casi tantos puntos de vista como miembros en la asamblea, pero también la conciencia generalizada de que defender el derecho de autor no es sólo una forma de garantizarse una lícita parte de los beneficios de sus obras, sino elemento esencial en la defensa de muchas libertades.Es lógico, pues, que los ojos se dirijan a la industria de Hollywood, fuente de tantos problemas en el resto del mundo. Sus representantes, sin embargo, no han acudido a Madeira, aunque algunos directores han manifestado su apoyo por escrito: Mankiewicz, Sirk, Kazan, Zinnemann, Wise, Aldrich, Preminger, Lucas... Sólo pasea por las comisiones el británico Richard Lester, responsable de los dos últimos Superman, gallina triunfadora en corral de dominados, evidenciando que, como sus colegas de industria, sabe que buena parte de las limitaciones de los otros nace de cómo se imponen las películas que ellos dirigen. Y no han venido. De cualquier forma, la declaración de Madeira no se dirigirá exclusivamente hacia esa meta. Cada director o cada país tiene su postura al respecto. Los. hay que aún sueñan con el viejo Hollywood, creyéndose simples contratados, y quienes no ignoran que sus obras tienen una repercusión pública y que sus problemas no serán planteados más que desde una comprensión de cuál es la situación ajena.

Esta dualidad de planteamiento no estaba prevista. Los organizadores de la asamblea de Madeira habrían deseado invitar sólo a determinados elefantes, abarrotar de famosos los hoteles de Funchal y, en todo caso, concluir con una declaración de buenas intenciones. Hubo, sin embargo, que abrir la convocatoria a las asociaciones de profesionales (y, entre ellas, ADIRCE, la española, cuyo presi dente, Manuel Gutiérrez Aragón, ha disculpado su ausencia por el rodaje de Feroz). Los estudios pre.vios de cada una de esas asociaciones y el concurso de la FERA (Federacín Europea de Realizadores de lo Audiovisual) subieron el nivel crítico de la a1amblea, aunque sin eliminar su variedad.

Largas horas de discusión porque pocos quieren perder la posibilidad de oír su voz. Los directores expertos en asambleas (Miguel Littin, Tomás Gutiérrez Alea, Costa Gavras, Ruy Guerra, Bardem ... ) esperan con paciencia su turno. Otros son felices sólo con la oportunidad de darse a conocer; finalmente, unos cuantos han optado por el turismo, despreciando la ocasión de averiguar algo más sobre su oficio. Es lógico que así sea: si hay películas liberales y conservadoras, buenas y tontas, originales y viejas, los directores que las realizan responden a clasificaciones similares. Pero, a tenor de las impresiones se impondrá el responsable criterio de la mayoria: reconocimiento moral y profesional de su trabajo, defensa: de las libertades de expresión y defensa de los mercados propios.

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