_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Línea digital

No mienten los escaparates de la patria. Mentirán los prospectos, las publicidades, los tipos que están al otro lado del mostrador, o los fabricantes. Pero los escaparates siempre dicen la verdad, aunque sean verdades con sonido de quiebra. Resulta que las vitrinas donde se acumulan los electrodomésticos de línea blanca andan últimamente de saldos enormes. Tras esas lunas de alta seguridad se exhiben las ruinas alpacas de aquellos célebres frigoríficos, lavaplatos, calentadores, lavadoras y cocinas que durante tanto tiempo simbolizaron el confort familiar, y con su look eléctrico lograron la milagrosa conversión de aquel austero país de hábitos rurales a la religión del consumismo salvaje.Los escaparates de línea blanca están decorados ahora, unánimemente, por cartelones con los precios originales tachados, gritando con desesperación grandes rebajas. Incluso los pequeños electrodomésticos de línea marrón parecen contagiados por el cáncer histórico de sus hermanos mayores y en sus lomos de baquelita soportan el peso infamante de los descuentos, apenas surgidos al mercado esos aspiradores multiuso, esas batidoras todo terreno.

¿Está llegando a su fin la electrodomesticación de las masas? Aquella metáfora de aluminio y vatios, de ronroneo eléctrico y plástico indestructible, que resumió toda una era industrial -la segunda- ha caído en desgracia. Está en rebajas. Lo que anuncian a saldo descubierto estos escaparates es algo más que la crisis del sector: es la liquidación fin de temporada de aquella primitiva moral doméstica surgida del paso histórico de la producción al consumo, cuando las masas industrializadas dejaron de hacer la revolución y se pusieron a coleccionar frenéticamente frigoríficos y lavadoras, batidoras y aspiradores.

Los nuevos habitantes de los escaparates, que atraen las miradas y hacen salivar de deseo, ya no son aquellos chismes ruidosos de 220 vatios, cuya gran coartada consistía en reducir al mínimo el trabajo casero. Ahora son esos seres electrónicos de silicio y cuarzo, silencio digital y memoria binaria, cuyo atractivo consiste en ¡levar el trabajo a casa. La línea blanca perseguía el ocio, en la cocina y la línea digital, el negocio de la oficina. Esa es la gran diferencia sexual.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_