Controlar los 'friskys'
La gatomanía ha llegado a Espaha. Es ya un old fashion en EE UU y en Europa. Razones sociológicas lo explican: el aislamiento y la soledad es un fantasma que recorre las grandes urbes. Y la siempre conflictiva textura de las relaciones interpersonales. Por eso mucha gente ama los animales domésticos e, inconscientemente, los elige como interlocutores insustituibles. El gato, con su probada artificiosidad (que esconde, acaso, una escasa inteligencia), es uno de los que más fascinan: sombras ondulantes (Baudelaire) enamoradas del aire y sus secretos. Son (agunos así lo creen) una de las más felices formas de la naturaleza. Hay, sin embargo, en el mercado (objeto de esta nota) un producto dañino, letal para estos hermosos animales: los famosos friskys secos, las croquetitas crujientes que ellos devoran a placer. Producen fatíoicos cálculos renales (una amiga me contó la larga agonía de su gato por esta causa). Los veterinarios las desaconsejan tibiamente. Las tiendas del ramo las siguen vendiendo muy bien. Y ellos (los gatos) se las meriendan como caramelos. ¿No estaremos matando lentamente la pavorosa geometría del felino? (Blake). Ruego: control de calidad. Retirar del mercado este producto. /