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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El vuelo del 'Challenger'

EL VUELO del Challenger está demasiado próximo a las declaraciones del presidente Reagan describiendo una guerra futura en el espacio exterior como para que nos limitemos simplemente al regocijo por el paso adelante en la aventura humana. No habría hecho falta tampoco el futurismo presidencial para que supiéramos que por lo menos esas dos grandes naciones militares que son la URSS y Estados Unidos y la colaboración tecnológica de otras desarrollan toda su ciencia hacia finalidades guerreras. De tal manera integra nuestra conciencia esta forma de amenaza, que cuando en el primer momento se supo el fallo del gran satélite lanzado por el Challenger hubo quien pensó que había sido inutilizado desde tierra por la electrónica soviética. No era así, pero no resultaba inverosímil. Primero, por la sospecha de que el satélite es un sistema de espionaje universal; segundo, porque puede suponerse que la URSS dispone realmente de medios capaces para este tipo de acción; tercero, porque podría ser un primer signo de esa guerra espacial ya anunciada.Entre las formas de malestar que el vuelo puede producir está también la de su desproporción con respecto a lo que fácilmente llamamos progreso de la Humanidad. La Humanidad no es de ninguna manera un todo y ese supuesto progreso suyo tiene la forma de una goma que se tensa cada vez más: en un extremo hay seres inmovilizados en la Edad de Piedra -quedan suficientes muestras en el mundo- y el otro llega hasta el espacio exterior; en toda la longitud se reproducen simultáneamente muestras de todas las civilizaciones clasificadas por la historia. Las tensiones políticas de esta desigualdad creciente están presentes en algunos conflictos mundiales contemporáneos. La intercomunicación de estas civilizaciones se produce en forma de tensión, y no tendría nada de extraño que una guerra de alto grado tecnológico, electrónica y estratosférica, pudiera producirse por alguno de esos conflictos arcaicos (la reciente y trágica escaramuza de las Malvinas muestra cómo todos estos mundos históricos se pueden comunicar, y cómo pergaminos del siglo XVI pueden potenciarse con los proyectiles Exocet).

Y, sin embargo, quedan los rasgos positivos de la enorme capacidad de posibilidades que tiene esta experiencia espacial y todas las experiencias paralelas. El Challenger, que contribuye a producir la domesticidad del espacio exterior, es una medida de inteligencia, de sabiduría, de impulso. Sólo el misterio responde a la pregunta de por qué una inteligencia tan agudísima para preparar, para modernizar la guerra, no se aplica enteramente para evitarla.

Queda, por lo demás, la maravilla. Es maravilloso este vuelo y todas sus relaciones: la capacidad de hacerlo, la velocidad de acumulación de mejoras y simplificaciones con respecto al anterior -el Columbia-, la aportación de materiales nuevos y de combustibles, los trajes espaciales. No es, así, la ciencia lo que puede causar las inquietudes: es la política. De los hombres que la rigen depende, hoy como nunca, la supervivencia real de este mundo, y el planteamiento de un futuro más feliz.

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