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Tribuna
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Sí: ya viene el lobo

Muchos amigos de Nicaragua, inclusive algunos que están bien. informados, piensan que las voces de alarma que los dirigentes sandinistas hacen oír cada cierto tiempo en el mundo entero no corresponden a una amenaza real en sus fronteras, sino que son como los gritos de diversión con que el pastor de la fábula anunciaba que ya venía el lobo. Sin embargo, la amenaza desde territorio de Honduras no sólo es verdadera y constante, sino que cuenta cada vez con mayores recursos, y si no ha llegado hasta sus últimas consecuencias es porque distintos sectores del Gobierno de los Estados Unidos no han logrado ponerse de acuerdo para una decisión final.Hace unos meses, un oficial del Ejército argentino, mandado por su Gobierno como maestro de represión en Honduras, desertó de su empleo por la actitud de los Estados Unidos en la guerra de las Malvinas, y reveló a la Prensa todos sus secretos. Su confesión espontánea no dejaba ninguna duda de que la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos estaba madurando una agresión en grande contra el Gobierno de Nicaragua, y que contaba no sólo con antiguos militares de Somoza y mercenarios del mundo entero, sino también con asistentes oficiales argentinos, chilenos e israelíes. Este convencido de última hora permitía pensar también que había sido una patraña del Gobierno argentino el retiro anunciado de sus maestros de represión en América Central, también por la actitud de los Estados Unidos en la guerra de las Malvinas. La patraña acabó de confirmarse con visos de burla sangrienta hace algunas semanas, cuando, otra vez, el Gobierno militar argentino volvió a anunciar que retiraba a los asesores que ya se suponían retirados y que, al parecer, todavía hoy continúan dando clases en sus escuelas siniestras, lo cual es -ahora sí- una versión moderna de la fábula del lobo, pero al revés.

Todo esto recuerda, a quienes tenemos una buena memoria de periodistas, las vísperas del desembarco en bahía de Cochinos, en abril de 1961. En esa ocasión, como todo el mundo sabe ahora, se llegó hasta el extremo de pintar las insignias de la aviación cubana en el fuselaje de aviones de guerra de los Estados Unidos, los cuales bombardearon la base de San Antonio de los baños, en Cuba, con el propósito -cumplido a medias- de destruir a los pocos aviones cubanos que podían enfrentarse al desembarco. Los aviones disfrazados regresaron a la Florida, y sus pilotos, que en realidad eran exiliados cubanos, se presentaron ante la Prensa como desertores de la aviación revolucionaria que había bombardeado su propia base con aviones robados. Es cierto que las condiciones de América Central y el Caribe y del mundo no son las mismas de hace veinte años, pero también es verdad que el Gobierno de Ronald Reagan actúa como si no lo supiera. De modo que los nicaragüenses tienen razón, una vez más, en gritar tan fuerte como puedan, y está bien que sus amigos los ayudemos a gritar tan fuerte como podamos, porque es verdad que ya viene el lobo, el lobo, y que viene pisando con pasos de animal tan grande que hasta el pastor más ingenuo se daría cuenta de que no viene solo.

Las maniobras conjuntas que 1.700 soldados norteamericanos y 4.000 hondureños comenzaron ayer en las fronteras de Honduras con Nicaragua no contribuyen, ni mucho menos, a la paz, que ya más de medio mundo está deseando para América Central, ni son un paso para la solución pacífica negociada que tantos gobiernos de buena voluntad están tratando de conseguir, ni revelan en sus protagonistas ningún ánimo real de poner término a la sangría constante que padece esa desdichada cintura de las Américas. No comparto los temores de quienes piensan que semejante despliegue militar es apenas una pantalla para encubrir una invasión masiva de Nicaragua. No es así como suelen suceder las cosas. Pero estoy de acuerdo con quienes piensan que son decisivas para mejorar las condiciones profesionales del Ejército de Honduras, que está demasiado bien adiestrado para la represión interna, pero no para una guerra internacional. Las maniobras permitirían también a los Estados Unidos introducir equipo bélico mejor y mayor, y dejarlo en Honduras después del retiro de sus tropas, y no sólo al servicio de las fuerzas armadas hondureñas, sino también de los somocistas y sus pandillas de mercenarios. En cambio, comparto el temor de quienes piensan que el peligro real no está en las maniobras de tierra que se llevarán a cabo en la Mosquitia, sobre el mar Caribe, sino en las maniobras navales que se llevarán a cabo al mismo tiempo en el golfo de Fonseca, sobre el océano Pacífico. Este hermoso lugar, cuyas costas son compartidas por Honduras, El Salvador y Nicaragua, es la esquina caliente de América Central. Los tres países limítrofes montan allí una guardia constante y tensa, y cualquier provocación que en cualquier otro lugar sería resuelta con una protesta diplomática formal, podría ser allí el principio de una deflagración irreparable. A los Estados Unidos les gusta servirse dos veces del mismo plato, aun de los más amargos, y no sería asombroso que intentaran en el golfo de Fonseca una provocación semejante a la del golfo de Tomkin, en el mar de China, que les sirvió de pretexto para intervenir en Vietnam. Las analogías, por desgracia, son cada día más inquietantes.

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A los numerosos periodistas que vinieron a mi casa de México el 21 de octubre pasado, a las seis de la mañana, les expresé mis temores de una invasión inminente a Nicaragua desde el territorio de Honduras, y les dije que había que hacer lo imposible por evitarla. No hablaba por decir algo resonante en la mañana del Nobel, no; el proyecto de invasión a Nicaragua desde Honduras lo había preparado la CIA bajo los auspicios del anterior secretario de Estado de los Estados Unidos, Alexander Haig, y su sucesor, George Shultz, lo había encontrado servido cuando tomó posesión del cargo. Era lo mismo que le había ocurrido al presidente John F. Kennedy, en 1961, cuando encontró servido en su mesa el proyecto de invasión a Cuba preparado por su antecesor, el general Eisenhower. Dos personalidades que hablaron por separado con George Shultz a principios de octubre lo encontraron preocupado por lo que pudiera ocurrir entre Honduras y Nicaragua, y aunque no les habló del proyecto, les dio seguridades de que él se oponía a cualquier acción de guerra en esa línea de alta tensión, y que haría lo que estuviera a su alcance por impedirla. Yo tenía versiones directas de esas conversaciones cuando dije lo que dije a los periodistas, y hoy creo y celebro que tal vez el señor Shultz haya logrado impedir el desastre a principios de diciembre, que era la época prevista. Lo que no sabemos hoy es si aquello no fue más que un aplazamiento.

Todo esto obliga a una movilización más activa, eficaz y coherente para el logro de una solución pacífica global al drama de América Central. La oposición armada de El Salvador ve aumentar cada día sus posibilidades de una victoria total sobre un Ejército cada día más dividido y desmoralizado; 5.000 rebeldes, la mitad de ellos con armas automáticas sofisticadas, avanzan frente a un Ejército regular que abandona sus posiciones y sus armas sin combatir. Los propios Estados Unidos deben ser conscientes de que aquélla es para ellos y sus socios salvadoreños una guerra que no van a ganar, pero que puede prolongarse con una crueldad que ninguno de los dos bandos merece. Los cancilleres de México, Colombia, Venezuela y Panamá se reunieron hace poco en la isla de Contadora, tratando de encontrar la fórmula de paz necesaria para América Central, pero la reunión, al parecer, fue más bien un torneo de buena voluntad que de sentido práctico. No tengo ninguna duda de la sinceridad y la antigüedad de los buenos deseos de México, y me consta que la paz en esta región, como en su propio país, es uno de los propósitos más entrañables del presidente de Colombia. Sin embargo, en lugar de prestar atención al clamor, ya casi mundial, por un acuerdo político que los propios gobernantes nicaragüenses y los mismos rebeldes salvadoreños están dispuestos a patrocinar, el Gobierno del presidente Reagan prefiere seguir mostrando sus dientes de lobo, de lobo, de lobo, en unas maniobras de ya viene el lobo que, en el menos grave de los casos, habría que repudiar de todos modos como una impertinencia estúpida.

Copyright 1983. Gabriel García Márquez-ACI.

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