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Tribuna:GENTE DE LA CALLE
Tribuna
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"Hay que conocerlo"

En la sociedad española, como en la de otros países, se da el hombre arisco y antipático, y su oponente, el extravertido y amable (que quiere decir, no lo olvidemos, "el que se hace amar"). Ambos son fáciles de detectar, con lo que la reacción se adapta perfectamente a cada caso. En las reuniones uno se acerca al segundo y rehúye, en lo puede, al primero. Uno invita deja invitar por el segundo y habla con el primero sólo cuando negocios urgentes le obliguen a ello. Las cartas están boca arriba sobre la mesa y sólo hay que coger la que convenga.Pero existe otro tipo híbrido además de esos dos que señalaba. Es el que aparentemente es duro, áspero y difícil, el que os contesta con un gruñido cuando os presentan y que mira a otro lado mientras conversáis... Tras ese encuentro inicial, el buen ciudadano cataloga al recién conocido en la primera de las series antedichas, pero cuando está a punto de guardar esa ficha mental y obrar de acuerdo con ella en el futuro, un amigo común nos desconcierta con un informe inesperado:

-¿Antipático Fulano? En absoluto.

-Pues, hijo, a mí me ha parecido un ogro..

-Pura apariencia. Es buenísimo y amabilísimo-. Lo que pasdes que hay que conocerlo...

Uno, a veces, cae en esa trampa, y al volver a ver al tipo en cuestión procura sonreírle, invitarle a tomar una copa. El otro sigue barbotando las mínimas palabras posibles entre gente civilizada. Nuestra queja al intermediario:

-Que no, hombre, que te equivocas. Que es un trozo de pan y se deja matar por los amigos. Pero es tímido y le cuesta darse a la gente. Pero cuando lo hace...

Es muy posible que sea así; es muy posible que uno, al renunciar a insistir, pierda la dulce almendra que está dentro de esa amarga cáscara o la perla que alberga esa dura ostra, pero aun así yo he decidido renunciar a esa lucha. Hace ya mucho que he: decidido realizar los mínimos esfuerzos sociales posibles, y esa lucha por encontrar al ángel dormido tras el demonio aparente es superior a mis fuerzas...

-¿Qué prefieres, entonces? ¿Esos acaramelados que se vuelcan en amabilidades para contigo y que te ponen verde cuando doblas la esquina?

-Pues sí. Los prefiero porque, en la vida, al amigo perfecto, al capaz de arrojarse al río para salvarte lo necesitas muy de cuando en cuando -cuando haya un río cerca, por ejemplo-, y en el largo resto del tiempo sólo pido a la humanidad que ponga una cara amable cuando me encuentre. En la vida áspera y difícil que llevamos es más de agradecer a quien me diga falsamente que estoy muy joven y que escribo muy bien al sincero y honrado'que me asegura que no hay quien pueda leerme y que tengo un aspecto horrible. El hecho de que de ese sincero me puedo fiar cuando las cosas vayan mal dadas, el hecho de que mil jarros de miel se alberguen bajo una capa de hiel me deja totalmente sin cuidado. A uno le gusta ver a su alrededor gente sonriente y afable. Y renuncio gustosamente a la capacidad de entrega que quizá tenga escondido ese tipo que ha contestado con un ladrido a mi afectuosa salutación.

-Que te equivocas con él. Hay que conocerlo...

-Pues que lo conozca su padre.

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