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Tribuna
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Un conflicto sin solución

Adam Michnik

En la noche del 12 al 13 de diciembre, la elite comunista del poder llevó a cabo una acción desesperada para salvar su calidad de clase gobernante y sus privilegios. El aparato ya no defiende una ideología, sino simplemente el poder; ya no defiende determinados valores, sino muy concretos privilegios. El golpe de Estado de diciembre no fue una respuesta ante supuestos planes de Solidaridad de tomar el poder, porque Solidaridad carecía de lo que se llama un gabinete de sombras y de un programa de golpe de Estado. La génesis del golpe está en el conflicto imposible de solucionar entre un movimiento social de millones de militantes y un Estado totalitario. Las reformas exigidas por Solidaridad y por la sociedad polaca son indispensables para el funcionamiento normal y democrático del Estado y de su desprestigiado régimen. Pero dichas reformas son inadmisibles para el poder, ya que equivalen a su desaparición en su actual modelo. Por esta razón, las declaraciones de los representantes del poder sobre las reformas planeadas carecen de todo valor, ya que no puede tratarse de las reformas exigidas por la sociedad y menos cuando han de ser llevadas a cabo en un régimen basado en las bayonetas, el chivatazo y el guardia de la esquina.Quince meses duró la lucha por las reformas, una lucha en condiciones relativamente democráticas, una lucha que jamás recurrió a la violencia y que no derramó sangre, una lucha contra las estructuras totalitarias. Esta lucha puede convertirse en modelo para otras sociedades que viven en regímenes comunistas. Desgraciadamente, aquella etapa terminó con la declaración de la guerra al pueblo y esta solución también puede servir de modelo a otros regímenes comunistas. Las fuerzas políticas organizadas en el Tratado de Varsovia se valieron del Estado polaco para someter a la sociedad polaca, y la causa de ello ha sido, entre otras, el hecho de que Solidaridad era incompatible con la tesis proclamada siempre por la ideología comunista de que sólo los partidos comunistas son auténticos representantes y defensores de los intereses del proletariado.

El plan del aparato del poder es evidente y tiende a ponerle nuevamente a la sociedad polaca la camisa de fuerza que antes llevaba. Se trata de un plan y no de un programa, porque esos señores carecen de programa y se guían únicamente por ese miedo que denominan como "razón de Estado polaca". Al dar el golpe, los comunistas volvieron a la situación de 1945, cuando eran una insignificante secta que gobernaba con las bayonetas. Pero entonces eran una secta de prosoviéticos jacobinos, mientras que ahora son una secta de mandarines prosoviéticos; antes defendían un programa, mientras que ahora defienden sus privilegios. Hay también otra diferencia sustancial: los quince meses de libertad vividos por el pueblo, una gran lección de libertad. De que el golpe haya iniciado una guerra y no terminado un proceso, ha sido una batalla ganada por ellos, pero no una victoria final. Sin embargo, sí ha sido el fin de su credibilidad. Junto con los cadáveres de los mineros de Wujek, el comunismo enterró en Polonia para siempre toda posibilidad de echar auténticas raíces.

Los sistemas dictatoriales se desintegran o evolucionan. Los polacos saben resistir y conspirar, y Jaruzelski no les ha dejado otra opción. Yo he sido uno de esos que en los últimos años ha estado en contra de las conspiraciones, pero ahora estoy de acuerdo con esa concepción. Para que podamos influir sobre el destino de Polonia tenemos que ejercer nuestra presión sobre el poder y aprovechar todos sus puntos débiles. No podemos contar con su buena voluntad. Sólo la debilidad le obligará a pactar. Por eso respaldo hoy la idea de la conspiración. El movimiento social clandestino tiene que generar una sociedad clandestina (una sociedad y no un Estado con Gobierno y Parlamento surgidos de manera antidemocrática y menos aún con fuerzas armadas propias). El movimiento social clandestino tiene que abarcar todas las ciudades y el campo, los centros.de trabajo de todo tipo, los institutos científicos y escuelas superiores y secundarias. Tiene que abarcar todas las esferas de la vida de la sociedad: la cultura, la enseñanza, la asistencia médica y social, etcétera. Debe velar por el mantenimiento de la solidaridad de lbs represaliados y desgraciados, tiene que impedir que la sociedad se deshabitúe a pensar, tiene que generar concepciones sobre la futura Polonia democrática. Un movimiento así sabrá paralizar y frustrar todos los planes antipopulares del Estado oficial. Hay que tener presente que sólo las presiones -incluida la huelga general- obligarán a los militares a ceder. Hoy día el poder ya siente temor ante el movimiento clandestino y hace llamamientos a la unidad en torno al Estado, alegando éste lecciones al pueblo polaco, sobre el gran valor que tiene el que haya luchado más de un siglo para conseguir ese Estado. Pero tiene que ser un Estado del pueblo y para el pueblo. Cuando en un Estado el poder ha sido confiscado por una pandilla de gánsteres, la desobediencia y la resistencia es la única postura que merece respeto y admiración. Cuando el Estado aplica el terror contra el pueblo, el respaldo de ese Estado equivale a la participación en un crimen.

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Hoy es muy difícil ser optimistas, aunque debemos tener presente que hace diez años nadie habría pensado sensatamente en un agosto como el de 1980 o en un movimiento como Solidaridad. Esos fenómenos son la mejor prueba de lo mucho que puede hacer una sociedad unida que sabe lo que quiere y lucha por ello. La sociedad clandestina estará en condiciones de realizar grandes proezas. Y precisamente por eso soy enemigo del terrorismo. Hoy día las acciones terroristas pueden ser obra sólo de estúpidos o de provocadores. La sociedad clandestina tiene que proteger a su pueblo ante la plaga del terrorismo. Tiene que generar un movimiento lo más amplio posible encaminado a reconstruir una sociedad civil. El desarrollo de la situación puede avanzar hacia un estallido espontáneo de la sociedad, que podrá ser segado en sangre, Pero que también podrá causar una tal escisión en la elite del poder que reaparezcan las condiciones favorables para un nuevo pacto social. La sociedad clandestina deberá prepararse para esa eventualidad. El nuevo pacto debería basarse en el realismo de la situación geopolítica, pero también debería precisar que se comprende por "el papel dirigente del partido en el Estado" y por "el respeto de las alianzas internacionales". Para Solidaridad, los límites del compromiso estarán marcados por su independencia.

Pero la situación podrá desarrollarse también de otra forma, y entonces tendremos que aplicar la táctica de la larga marcha. Esta táctica comprende el aislamiento del poder y del partido, de manera que la URSS pierda su confianza en ambos, dada su ineficacia. Si en esa situación la intervención rusa directa también resultase inadmisible (demasiado costosa e insegura), la URSS podría prescindir de la actual elite del poder y del partido polacos para optar por un pacto con otras fuerzas que le garanticen una Polonia tranquila y sus intereses no sólo militares. Por esta razón, la propaganda antisoviética encaminada a exacerbar los ánimos es absurda y puede conducir a una catástrofe. La estrategia de la marcha larga requiere realismo, consecuencia y paciencia.

Adam Michnik es miembro del KOR y asesor de Solidaridad en la región de Varsovia.

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