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Tribuna
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Su turno

Ha sido su jornada. Se les debe tras estos tres meses de proceso librementre tratados por la opinión pública. Se han levantado y han hablado. Con quince minutos de retraso comenzó la jornada de ayer -última de esta causa- para depararnos lo ya intuido: que el ministerio fiscal no tenía intención alguna de replicar. Por lo demás, cada encausado ha hecho uso de su derecho a la palabra, para hacer o no uso de ella.La función apenas ha durado la sesión de la mañana, siempre presidida por la pregunta de Gómez de Salazar de "¿Tiene algo que exponer ante este Tribunal?", expuesta en tono amable. Bastantes se han levantado y han dicho que "sí". Quienes han deseado replicar se han levantado y han avanzado unos pasos hasta alcanzar un micrófono de pie, pocos metros antes de la izquierda del Tribunal. Desde ahí, y sin sentarse, han leído o improvisado sus últimas deposiciones en esta causa.

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Tejero fue expulsado de la sala por declarar su desprecio a "gran parte de los mandos militares"

Milans, usando un texto, estima que siempre ha amado a España, alude a que siempre ha adaptado su vida a pensamientos básicos sobre el honor, el deber, etcétera y que aquella larga paz propiciada por una guerra de liberación, hoy escarnecida y vilependiada, le empujó para prepararse civilmente. Vista la desmembración de la patria (crisis autonómica, crisis económica, crisis de valores morales), estimó que la situación era tan grave como la de 1.936. Y el 23 de febrero de 1.981 actuó por indénticos ideales. Creen el 23 de febrero que se les llama por salvar a la patria, por dar un golpe de timón, por salvar al país en función del artículo octavo de la Constitución y obedeciendo órdenes del Rey, cuyo confidente era el general Armada. No se afirma si se jugó con dos barajas o si se vaciló. Relevo de toda responsabilidad a quienes me siguieron, junto con mi mayor desprecio por quienes no asumen sus responsabilidades. Tono neutro, tranquilo, respetuoso.

El general Armada estima que no puede aportar nada nuevo y que es innecesario un nuevo alegato. No tiene nada que acusar, nada que ocultar y nada que agregar. Se reafirma en su espíritu de servicio, en que siempre ha asumido sus responsabilidades, pero no las que no son suyas. Y un canto final, noble en su factura, por la felicidad y la concordia de los españoles. Leyó un papel, como Milans.

El general Torres Rojas habló ante el Tribunal: que siempre creyó obedecer órdenes del mando supremo de las Fuerzas Armadas. Pide a Dios que este sufrimiento tan enorme sea el último que padezca esta sociedad por la unidad indisoluble de España, su prosperidad y su paz.

Camilo Menéndez movió a la lágrima aludiendo a la Marina oficial, por la que se sentía maltratado, y a la real, de la que sólo tenía elogios. Critica a Enrique Múgica y al general Santa María por sus declaraciones como testigos y, tras ser llamado al orden, estima que él y hombres como él jamás eludieron sus responsabilidad. Se le quiebra la voz y afirma, como sus compañeros requetés, que "la victoria es de Dios y que a nosotros sólo nos queda la gracia del combate". Breves aplausos por parte de la Sala, que son obviados por el presidente.

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Alegato del coronel San Martin

El coronel San Martín leyó tembloroso su alegato, acaso más indignado que nervioso. Hizo una defensa como jefe de filas de los encausados de la División Acorazada y extendió su perdón a quienes presuntamente le han agraviado e injuriado. En uno de los alegatos más prolongados y, sin pretender involucrar a nadie, según confesión propia, insiste en que hizo lo que hizo por estimar que el Rey lo deseaba y por tener a la patria al borde de la destrucción. Sale la DAC, afirma, porque lo manda su jefe y vuelve a sus acuartelamientos por lo mismo. ¿Dónde está la rebelión?. Alguna maldad se les escapa. Que mandos militares que no cita conocían el 23 de febrero con antelación y no están encausados, que se pudo evitar institucionalmente el 23 de febrero o que la orden de acuartelamiento -Alerta 2- dada por el Rey no significaba que éste hubiera cambiado de opinión. Asume la responsabilidad de sus hombres y los exonera. Resume lo que ha sido en estos tres meses: un hombre desesperado ante una carrera prometedora y destruida.

Ibáñez Inglés, el jefe interino del Estado Mayor de Milans, "hombre fuerte" entre los encausados, niega haber imputado al Rey responsabilidad alguna; después se deshace en elogios hacia Milans, niega la calificación fiscal de rebelión militar y acaba citando a Unamuno para llorar finalmente un entrecortado "¡Viva por siempre España!".

El coronel Manchado recuerda sus años de lucha en la sierra contra el maquis, los sacrificios y su papel como oficial de una generación puente entre la oficialidad de la guerra civil y la posterior. "Que Dios no me encuentre con las manos vacías". Casi mueve a pena.

Tejero monta su número menor. "Ante la gran mayoría de los mandos de las Fuerzas Armadas siento un profundo desprecio por su cobardía y por su traición a la patria". El presidente no le deja terminar la arenga y le insta a que se retire.

Retirada entre aplausos

Lo hace entre aplausos de muchachas jóvenes, que ni siquiera son familiares de encausados (han entrado a la Sala como visitantes) y que están acompañadas por la esposa de Camilo Menéndez y otras damas. Ante el altercado, el presidente ordena desalojar. La Policía Militar duda, mientras extrae sus porras. El presidente clarifica su orden: "Desalojen a los alborotadores, nada más". Van abandonando la Sala sin que la P.M., prácticamente, tenga que intervenir. Tejero, vomitado su despropósito, se ha retirado de la Sala. Incidente tenso y molesto, pero menor.

Un grito aislado de "¡Traidores!" precedió a la declaración del teniente coronel Pedro Mas: muy duro, defensor a ultranza de Milans y debelador (lo quiera o no) dé La Zarzuela. Estima que días antes del 23 de febrero un general de la III Región Militar (Valencia) fue recibido por el Rey quien le dijo que la situación política del país se aprestaba a cambiar. Tal recado le fue transmitido a Milans, quien se hizo su cuadro de situación. Y después insiste en lo tardío de la primera llamada del Rey a Milans aquella noche. Este es el hombre que cuando Milans abandona el juicio (asqueado) le sigue contraviniendo las órdenes del Presidente de la causa. Más que un ayudante se asemeja a un criado.

Pardo Zancada recuerda que habla acaso vistiendo por última vez su uniforme, que siempre ha dicho verdad y que la cambiante conducta de otros (abierta alusión al general Armada) les ha llevado a sus banquillos. Alusión de gratitud a sus capitanes de la Acorazada, a quienes exime de responsabilidad, a quienes como maestros le enseñaron las virtudes militares (varios miembros del Tribunal) y otras gracias varias.

El comandante Cortina recuerda que no puede hablar por ser miembro del CESID (Inteligencia de la Defensa) lo que puede aportar a su caso cierto grado de indefensión por más que no se queje. Alude a razonamientos viciados de error en su origen y llega a hacer un punto de poesía esotérica a cuenta del vuelo errático del águila que no puede ser seguido (todos pensamos en esa águila bicéfala cuya cabeza "más gorda" -según Pardo Zancada- es la de Armada). Que es ajeno a la conspiración y que el CESID nada tiene que ver en esta historia. Y que él ha trabajado por la seguridad y la libertad de los españoles, al margen de represalias insidiosas de otros servicios secretos extranjeros. (La CIA le denunció en su día como presunto oficial golpista. También es cierto que Cortina, entonces, pretendía descubrir una estación de escucha de tal agencia estadounidense en Madrid).Pasa a la página 20 Viene de la página 19

De ahí para abajo, en la escalilla jerárquica de los justiciables, o silencios, o dobletes sobre lo dicho por sus superiores o la tontería final del ruidoso y voluminoso único civil de la causa, Juan García Carrés. Este casi nos hace llorar a cuenta de sus sufrimientos en Carabanchel y estima que no pudo producirse ninguna rebelión militar el 23 de febrero, en tanto en cuanto este delito atenta contra la seguridad del Estado y entonces el Estado carecía, como ahora, de seguridad. Acabó su deposición con un "¡Viva España!" coreado por el público.

Los demás oficiales no citados abundaron, lógicamente, en su amor a España, a la disciplina, a sus jefes naturales (los obedecieran o no) y a su carrera; a más de grandes dosis lacrimógenas, y comprensibles, de recuerdos y agradecimientos sobre sus abogados, sus mujeres, sus hijos, hasta sus padres o abuelos ya fallecidos, y amigos en general.

Es su día y, su ocasión. Sería mezquino, tras tres meses de batalla legal, restarles ahora su turno aún so capa de comentario. Algo de patético ha tenido esta última jornada. Todos esperábamos alguna barbaridad final, y la realidad es que al márgen de la salida de Tejero esta última sesión ha resultado breve y tranquila. Lágrimas en los rostros de muchas mujeres, un punto mínimo de tensión ambiental y una emoción lógica y generalizada.

El veneno de un anónimo

El veneno vino de la mano de un panfleto, anónimamente atribuido a las comisiones militares, "aparecido" en los lavabos de señoras del Servicio Geográfico y, también, abiertamente distribuido por un comisionado teniente coronel del Ejército del Aire; en el se pone a caldo a casi todos los jefes y oficiales que han pasado por la causa. Ascensos y prebendas supuestamente indignos, señalamiento de posibles concubinas, alusión a hipotéticos asesinatos por venganza, enfermedades de la mente, falsedad en los testimonios, etcétera. Personas escasamente reflexivas tienen a algunos periodistas por debeladores de las instituciones castrenses. Este panfleto -que indudablemente "sale desde dentro"- destroza el oficio. Mal comienzo del final. Pero, sean como fueren las cosas, hemos llegado a este punto y aparte. El juicio está visto para sentencia.

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