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UNDECIMA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

La guerra del japonés y el empleado

La fiesta es un espectáculo de lucha, una guerra, en la que casi siempre vence la inteligencia del torero a la fuerza bruta del toro. Esa es la consideración que, con otras más de índole menor, mueve a los espectadores para acudir diariamente a Las Ventas. En los últimos días, sin embargo, va a ser preciso añadir otro motivo de atracción, no menos belicoso: la guerra del japonés y el empleado.Resulta que la empresa de Madrid tomó hace algún tiempo la decisión de no permitir el uso de filmadoras en el interior de la plaza, sin permiso previo. A tenor de esta disposición, algunos empleados celosos tratan de cumplir su cometido con una dedicación encomiable. Y, claro, la batalla es inevitable.

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El torero vestido de escayola

Imagine que es usted un japonés en España; como tal, ha traído numerosos artilugios electrónicos en su equipaje, entre los que no falta, estaría bueno, una filmadora. Imagine usted que su señora, en Okinawa, le ha encargado con insistencia que le traiga de Madrid un vídeo con una corrida de toros. Entonces (siga usted en japonés), llega a la ansiada plaza con su pesada filmadora al hombro y resulta que un extraño señor con gorra le dice que no con el dedo. Usted no comprende y se va, encogiéndose de hombros. El extraño señor entonces le agarra por la manga del traje, y le sigue diciendo que no, esta vez con la cabeza. Usted, que es un japonés educado, hace un gesto inquiridor, al que obtiene por toda respuesta un poco refinado tirón al estuche de su filmadora. En ese momento, usted pierde su proverbial paciencia, se cabrea y da otro tirón a su artilugio. Y se monta la otra lucha de todos los días.

Tontamente mezclaron también ayer los espectadores, sobre todo los de la andanada. fiscal (¡qué ricamente, por cierto, estaba ayer Antonio Sánchez, presidente de la Peña Andanada, en una contrabarrera del ocho, mientra sus pupilos cumplían su misión desde arriba!) al secretario de Estado para la Información, Ignacio Aguirre, con la escasa presencia de algunos de los toros, simplemente por mor del parentesco que une al portavoz gubernamental con Atanasio Fernández, el ganadero de la tarde. Bastante tendrá Aguirre con asimilar el descalabro de UCD en Andalucía. Enrique Múgica, sin embargo, se paseó exultante, flotante, en vencedor, por el callejón de la plaza. Nadie de UCD se atrevió a tal. Algún experto en leyes, como Escudero, debería, por cierto, patrocinar una modificación del reglamento taurino para obligar a los toreros rubios como Pepín Jiménez a usar coleta, moña o castañeta de color igual que el pelo. Jiménez, que parece un querubín sueco, visto de espaldas en la plaza parece como si llevara en el cogote un enjambre de moscas negras, negrísimas, o algo peor. No es serio.

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