_
_
_
_
_
Crítica:MUSICA CLASICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Joaquín Turina y sus amigos franceses

Continúa la programación de obras de Joaquín Turina en el año de su centenario. Esta vez, Enrique García Asensio con la Sinfónica de RTVE. Revisó la Serenata y la Sinfonía sevillana y las hizo acompañar en el programa de dos maestros franceses que Turina conoció y trató durante sus años de París: Gabriel Fauré y Maurice Ravel, autores respectivamente de Masques et bergamasques y de Dafnis y Cloe.Con la Sinfonía sevillana (1920), Joaquín Turina acomete, con resultados excelentes, un difícil problema: el engaste de una inspiración popularista (sin más cita concreta que la petenera del movimiento central) en las entonces todavía imperantes formas cíclicas que, desde César Franck, habían modificado en algo el sinfonismo europeo. El equilibrio entre arquitectura, desarrollo de escuela, textura sinfónica y carácter andaluz resulta plenamente logrado y más vivo si se nos da en versión tan coloreada y brillante como la de García Asensio.

Sinfonía sevillana y Serenata, de Joaquín Turina

Obras de Gabriel Fauré y Maurice Ravel. Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE. Director del coro: Alberto Blancafort. Director: Enrique García Asensio. Teatro Real. 6 y 7 de marzo.

En 1935 -el año del Concierto sin orquesta, Mujeres españolas y Homenaje a Lope de Vega- compone Turina para su hijo Joaquín una Serenata cuarteística. Por sus vecindades y diferencias, la página -fácilmente trasladada a la orquesta de cuerda- evoca La oración del torero, de 1925, si bien la Serenata carece de alusiones descriptivas, con lo que se aparta del cuadro de género. De poder expresivo muy directo, transparente escritura y fuerte cohesión interna, la pieza transcurre dentro de una continuidad agógica vivificada por el plan dinámico. A pesar de su objetividad y su tiempo allegro vivace, tiene algo de idilio andalucista.

En 1919, Gabriel Fauré prepara, por encargo del director del teatro de Montecarlo, Raoul Gunsbourg, Masques y bergamasques, título tomado de Verlaine. Se trataba de un espectáculo con "poema, canto y danza" sobre texto de René Fauchois, para el que Farué utilizó algunas músicas de juventud junto a otras nuevas. Del total de la obra seleccionó, el mismo año, cuatro tiempos -obertura, minuetto, gavotta y pastoral- que, en forma de suite estrenó Philippe Gaubert con la Orquesta del Conservatorio de París.

El espíritu -como los decorados a lo Watteau- recoge del pasado dieciochesco francés elementos para una obra muy atractiva que, a veces, parece preludiar ciertas creaciones de Poulenc y, en todo momento, evidencia el genio comedido de aquel maître des charmes, que, en palabras de Debussy, fue Gabriel Fauré.

Tras la limpia versión de Marques, García Asensio dirigió a orquesta y coro, la segunda suite de Dafrás, de Ravel, auténtica concentración de un largo proceso evolutivo en la música de Francia.

Largas y repetidas ovaciones subrayaron la brillantez de la versión, excelentemente servida por los profesores de la RTVE.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_