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Tribulaciones de un manuscrito

Un día apareció en la vida de Camilo J. Cela un joven editor de Burgos. Se llamaba Rafael Ibáñez de Aldecoa, tenía 25 años y era médico aunque, por razones familiares, se había visto obligado a dejar momentáneamente la profesión para dirigir el negocio familiar. Pero el dueño de Ediciones Aldecoa era su padre, un militar que por aquel entonces tenía el grado de coronel y que llegaría al generalato. "Mi padre era un gran bibliófilo, un hombre amante de los libros, que estaba apuntado a un sinfín de asociaciones de libros raros y antiguos", dice Rafael Aldecoa a Angeles Gil, que le entrevistó en Burgos, donde en 1920, siendo capitán de Caballería, su padre fundó una imprenta que fue prosperando de año en año. "En 1942, como él estaba destinado fuera y nos habíamos quedado sin director, yo, que era el mayor de los hermanos, me hice cargo de la imprenta", recuerda Rafael Aldecoa.El joven editor iba mucho a Madrid, donde tenía tertulias en el café Gijón y otros sitios, "y un día mi hermana me habló de un amigo suyo, Camilo José Cela. Me gustaría que le conocieras, me dijo. Es un chico muy ocurrente y escribe muy bien. Así que me lo presentó, charlamos y me dejó un manuscrito de una novela para la que no encontraba editor. Tenía una letra horrorosa, y creo que tardé por lo menos un mes y medio en decidirme a leerla.Pero una noche me puse a ojearla y la leí de un tirón. Me pareció una novela sensacional. Así que a la semana siguiente me fui a ver a Camilo".

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"Te voy a publicar la novela pero ¿por qué no me quitas o cambias la escena del entierro del hermano de Pascual, que es muy fuerte?, le dije. Hombre, es que si la cambiara, ya habría encontrado muchos editores, me contestó Cela. Yo insistí. Es que se me va a echar encima la censura. Y Camilo dijo: 'No te preocupes, que de la censura me encargo yo'. Recuerdo que un día fui con Camilo a casa de Pío Baroja y le dije que por qué no me escribía un prólogo para la novela de Camilo. Y don Pío contestó: 'Porque no quiero ir a la carcel; vete tú solo'".

Rafael Aldecoa recuerda que se publicaron 1.500 ejemplares y que al principio la venta fue fatal. "A los tres meses no habíamos vendido más que unos cuantos ejemplares a los amiguetes de Camilo, y yo ya me estaba haciendo a la idea de que había editado una gran novela, pero que no iba a ser precisamente un buen negocio. Pero un buen día, sorprendentemente, empezaron a llover los pedidos, de tal forma que a los quince días ya habíamos agotado la edición. ¿Qué había ocurrido? Pues una cosa muy curiosa: en plena guerra mundial España estaba dividida en germanófilos y aliadófilos. Los primeros oían las noticias de Radio Nacional y la emisión que había de Alemania para Europa. Y los aliadófilos escuchaban la BBC. Una vez por semana, la BBC tenía una emisión en español en la que se hablaba de literatura y solían destacar el libro de la semana. Total, que en una de esas emisiones, el libro de la semana fue La familia de Pascual Duarte, y nos quitaron el libro de las manos".

"Se nos agotó la edición, y en diez días ya teníamos la segunda en la calle. Todo marchaba de maravilla, hasta que, un día, el empleado que teníamos en la sucursal de Madrid me llama y me dice: 'Ha venido la policía y nos ha incautado la edición. La ha retirado la censura'".

"A mí me quedaban bastantes ejemplares en los talleres, y recuerdo que, como seguían lloviendo los pedidos, ideamos una treta. Por aquel entonces habíamos editado un libro sobre Rommel, que era malísimo. Y lo que hicimos es que los libreros nos ponían en sus pedidos: dos libros de Rommel, El Zorro del Desierto, y nosotros les facturábamos dos ejemplares de La familia de Pascual Duarte. Era una clave que funcionaba muy bien".

La obra tuvo muchas críticas. "A unos les pareció una barbaridad y a otros una obra extraordinaria", recuerda Aldecoa, a quien una de esas críticas, publicada "en una revista de los jesuitas que se llamaba Razón y Fe, donde nos pusieron a parir" le facilitó el regreso a la medicina porque su padre, que tenía a gala que su imprenta nunca había dado motivo de escándalo, "me dio todo género de facilidades para que me fuera".

El manuscrito de La familia de Pascual Duarte es ahora propiedad de la Diputación de Cantabria, por donación de José María de Cossio, junto con su Biblioteca de la Casona de Tudanca. "Para José María de Cossío, culpable máximo de que esto haya llegado a publicarse", reza la dedicatoria que Cela envió al escritor cántabro, informa Víctor Gijón.

El manuscrito tiene 164 hojas, de papel cuadriculado, en cuadernillos escolares escritos por una sola cara y con una letra nítida y clara, siendo las correcciones mínimas. El manuscrito se encuentra guardado en una caja que imita un libro con encuadernación de arte, en perfecto estado de conservación, a excepción de la primera página, en la que un boquete evidencia la acción de un cigarro o, "posiblemente, de uno de los puros que fumaba Cossío", según precisa el conservador de la Casona de Tudanca, Rafael Gómez.

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