_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Política y filosofía: el marxismo regresa a Kant / 1

El reciente Congreso de Filosofía en Stuttgart y el excelente libro de Virgillo Zapatero Socialismo y ética han demostrado, con luminosa evidencia, las estrechas relaciones entre la política y la filosofía. Detrás de una concepción filosófica, por más abstracta que sea, siempre asoma una política y toda política seria, rigurosa, esconde una filosofía. Este es el Kampfplatz, de que hablaba Kant, o lugar de combate de las ideologías.En el debate del Congreso de Stuttgart se discutió sobre aproximaciones y oposiciones entre Kant y Hegel, lo que implicó evocar las complejas relaciones políticas de los partidos socialistas y comunistas. En una entrevista reciente, en Le Monde, Mitterrand subrayó las diferencias básicas insalvables que separan al marxismo-leninismo del socialismo humanista. Esta divergencia se fue creando paulatinamente cuando la socialdemocracia alemana clamó por la vuelta a Kant. Así, para Eduard Bernstein, el socialismo no es más que un ideal ético, mientras Karl Kautsky se esforzó en concebirlo como un proceso de evolución natural, un darwinismo científico, inspirado en las leyes económicas de El capital de Marx. Los teóricos de la Escuela de Marburgo, Cohen y Natorp, instaron a completar el marxismo puramente economicista con Kant, considerando al socialismo como un fenómeno moral, la realización del imperativo categórico. También la Escuela de Baden, con Rickert y Windelband, influyó en el neokantismo creciente del socialismo alemán. Pero fue la Escuela austro-marxista de Adler y Vorländer, con su libro Kant y Marx, la que operó la conjunción definitiva de ambas filosofías.

Para combatir el neokantismo o socialismo ético de los socialistas alemanes, Lenin propugnó una vuelta a Hegel. En su Cuadernos filosóficos realizó la lectura dialéctica subjetiva de Hegel, como base de su política voluntarista y revolucionaria. Así, pues, los socialistas eran kantianos y los comunistas hegelianos. Esta línea divisoria aparecía clara a principios del siglo XX, pero más tarde las disputas teóricas sobre el problema Kant-Hegel se hacen más complejas y las líneas ideológicas se entrecruzaron. En Italia Croce y en Holanda Bolland idealizaron a Hegel y, después de la segunda guerra mundial, Jean Hippolyte y Whal formularon una interpretación existencialista de Hegel. Casi al mismo tiempo Lukas y Kojeve veían en Hegel un marxista humanista, como si éste fuese no sólo el predecesor de Marx sino, también, su continuador. También de la Escuela de Frankfurt, sobre todo Adorno y Marcuse, se sintieron hegelianos de los pies a la cabeza. Y ahora Eugenio Trias, en su magnífica obra El lenguaje del perdón, nos descubre un Hegel de carne y hueso, conflictivo, dramático, con una humanidad concreta y una solución política: la conciliación de los odios, el perdón de las faltas, el amor total.

No sin cierta resistencia, la interpretación leninista de Hegel se impuso en todos los partidos comunistas: «La Dialéctica es el álgebra de la revolución» (Herzen), «el alma motriz de todo despliegue científico del pensar» (Hegel), y Kant penetró hasta el fondo en el alma del socialismo europeo. ¿Cómo se explica que, en el Congreso de Stultgart, algunos filósofos marxistas, soviéticos y alemanes, se hayan proclamado más afines a Kant que a Hegel? Esta aproximación del marxismo llamado ortodoxo a Kant tiene su raíz en la interpretación materialista científica del pensamiento de Engels y de Lenin. Así, Louis Althusser, en su obra Lénine et la philosophie, afirma que la filosofía ha cumplido su misión y que debe ceder su plaza a la ciencia, pues su sola tarea es «presentar un sistema orgánico unitario de las ciencias». En este sentido, Ricoeur descubrió que Levi Strauss, al estudiar las leyes del pensamiento e invocar a Engels, en realidad volvía a Kant, es decir, a una lógica del conocimiento científico. Igualmente el epistemólogo italiano Ludovico Geymonat, en su obra Storia del pensiero filosofico e scientifico, explica cómo la misión de la filosofía es unificar e interpretar los resultados de la ciencia experimental. Así, pues, es comprensible la vuelta del marxismo a Kant, el cual exigía que toda idea debe someterse a la prueba de la experiencia, a una verificación en la realidad empírica, a su comprobación definitiva. Esto es lo que García Bacca, nuestro gran filósofo, llama la operación dialéctica de experimentar, de llevar a la práctica una idea, un proyecto o una ocurrencia para poder crear y producir.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

No debe sorprendernos que en el Congreso de Stuttgart haya vencido casi totalmente Kant, pese a que Habermas rehusase aceptar que la filosofía sea, como quería Kant, una mera tejedora o coordinadora de las ciencias particulares. Esta invitación a que la filosofía se convierta en positiva, práctica, operativa, confirma que toda filosofía es política y toda política es filosófica. ¿La vuelta a Kant logrará la reconciliación de los partidos socialistas y comunistas?

Esta es una respuesta que deben dar los políticos serios, reflexivos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_