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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El "caso" valenciano, todavía

Cuesta romper el silencio, cuando se está -como a mí me ocurre- tanto tiempo en él. El ostracismo, sin embargo, me ha procurado, durante todos estos meses, la comodidad de poder contemplar la caótica situación política valenciana desde fuera de la pista, como un espectador más. Pero en estos momentos cuando el proceso autonómico andaluz está ya definitivamente encarrilado, y cuando también, según me cuentan, el pacto autonómico entre los partidos valencianos está a punto de ser firmado y rubricado, desaparecen las razones de prudencia que habían informado mí silencio.Para aproximarnos a la comprensión del «caso valenciano» hemos de rechazar, desde un principio, los «argumentos» de carácter jurídico o legislativo según los cuales el País Valenciano no puede acceder ya a la autonomía por la vía del artículo 151 de la Constitución. Muy acertadamente recordaba EL PAIS (domingo 26 de octubre) cómo los valencianos habían cumplido los mismos requisitos constitucionales que Andalucía, por lo que respecta a la dinámica legal previa a la convocatoria del referéndum de iniciativa autonómica. Es oportuno recordarlo: el 25 de octubre de 1979 presentaba yo, como presidente del Consell, toda la documentación con las peticiones autonómicas de la casi totalidad de los municipios del País Valenciano. Lo hice, tal y como estaba preceptuado, ante el Ministerio para la Administración Territorial y ante la Presidencia del Congreso de los Diputados. La ley de modalidades de referéndum no había sido promulgada aún, y, en consecuencia, la legislación vigente sobre materia autonómica -la Constitución- no exigía matiz alguno a los pronunciamientos municipales. Bastaba un acuerdo favorable emitido dentro del plazo de seis meses a contar desde el inicio del proceso.

En el caso del País Valenciano se comenzó políticamente este proceso con el acuerdo suscrito entre todos los partidos presentes en el Consell -PSOE, UCD, PCE y AP- de iniciar formalmente la vía del 151, inmediatamente después de la renovación democrática de los ayuntamientos. Tal cosa, tal acuerdo, sucedía en Morella el día 9 de enero de 1979. Pero es que -lo anoto especialmente para los olvidadizos- el día 31 de junio de ese mismo año el Consell ratificaba en Alicante ese mismo acuerdo. Y para aquel entonces la vía del artículo 151 había sido «inaugurada» ya constitucionalmente con los pronunciamientos autonómicos, el día 25 de abril, de los municipios de Picanya y de Bellreguard. Sin olvidar -cuan flaca es la memoria humana...- el acuerdo tomado en ese mismo sentido por las diputaciones provinciales del País Valenciano.

Así, pues, cumplido el plazo legal de los seis meses, en la interpretación más restrictiva a contar desde el 25 de abril, el mismo día del mes de octubre quedaban cumplidos, con creces, los requisitos exigidos por la Constitución. Una acta otorgada por el decano del Colegio de Notarios de Valencia así lo atestiguó en su día.

No conozco la documentación similar presentada por la Junta de Andalucía. Y si hasta hoy había mantenido, sobre esta cuestión, un silencio prudente y expectante, pienso que es llegada la hora de rasgar todos los velos. Y no «contra» Andalucía, ni mucho menos, cuyo éxito autonómico felicito sin reservas, sino en aras del principio de la igualdad de los derechos ciudadanos ante la ley. En otras palabras: es necesario que el Ministerio para la Administración Territorial haga públicos los pronunciamientos de los municipios andaluces y de los municipios valencianos. Debe de hacerlo así el señor Martín Villa, para eliminar cualquier posible recelo sobre la actuación anticonstitucional de algunos órganos del Gobierno y del Estado».

«Callé por disciplina»

Presentada, pues correctamente la documentación, lo ocurrido con el abandono dé la vía del 151 requiere, en el caso valenciano, otro tipo de explicación ajena a la técnica jurídica. Es «otra cosa». Porque el «cambio de vía» se inició el día que los socialistas abandonaron el Consell. Fue aquella una decisión exclusivamente tomada por los órganos dirigentes de mi partido. Una decisión que yo respeté, y con la cual cumplí, aun cuando su acatamiento no sólo echara por tierra un intenso trabajo, sino que iba además a convertirme en víctima de una inmunda campaña de difamación personal. Campaña lanzada con el fin de enmascarar la extraordinaria y masiva respuesta autonómica de los municipios.

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Pero callé entonces, y cumplí. No me costó apenas hacerlo con la disciplina. Más difícil era, sin embargo, hacerlo con mí conciencia. Y en aquel dilema, entre mi conciencia y el ejercicio de un cargo público, opté por renunciar a una acta parlamentaria ganada, como cabeza de lista por Valencia del PSOE, en las dos convocatorias legislativas, volviendo de lleno a la actividad profesional que abandonara en abril de 1977. Aun así, y desde «la base», no abandoné la política, ni mucho menos el compromiso autonómico por el cual tantos kilómetros recorrí de norte a sur del País Valenciano, haciendo en solitario lo que debiera de haber sido la tarea y la responsabilidad de toda la clase política que, desde la derecha hasta la izquierda, tantas veces se había comprometido en conducir nuestra autonomía por la vía del 151.

UCD fomenta la polémica permanente

Hoy en día, meses más tarde, el panorama autonómico valenciano está tiñéndose del color de la derrota. Pero por encima de los temores y de las impotencias personales pienso en Azaña, cuando decía que, en ocasiones, «hay que saborear el amargor del problema». Pues bien, en el «caso valenciano» las claves para diseccionar «el problema» pasan, en primer lugar, por la resistencia de la derecha al cambio. Esa resistencia es la que ha producido el fomento de una estrategia desestabilizadora cuya finalidad- ha sido y es la de fragilizar el proceso- autonómico, volcando toda- la tensión en una polémica irracional e insoportable para una convivencia pacífica. Al igual que sucede con las líneas de conducción, cuando se sobrecargan y se produce un cortocircuito, la derecha fomenta en el País Valenciano una polémica permanente con el fin de que la historia no avance y se vuelva constantemente al punto de partida. Sólo así se entiende -y pueden hacerlo también quienes contemplan perplejos el «espectáculo valenciano»- la reiteración de los tres «leit-motiv» que la derecha utiliza hipócritamente para su labor de zapa: la bandera, la denominación del territorio y el idioma.

Veamos, para empezar, la bandera. La discuisión sobre si la Senyera que nos corresponde es la de las cuatro barras de la a ntigua Corona de Aragón, y que el rey Jaime I el Conquistador trajo a Valencia o, por el contrario, debe de llevar además la franja azul vertical que caracteriza la enseña de la ciudad -no del País- de Valencia, esta discusión es un tema permanente en desgaste. No voy a entrar en explicaciones históricas: doctores tiene la iglesia para hacerlo. Tampoco hablaré de ló que es y resulta evidente: la proliferación de las cuatro barras de la confedración catalano-valenciano-aragonesa-balear en los monumentos históricos y en multitud de testimonios que czuzan los siglos. Es igual. No sirve para nada recurrir a las verosimilitudes históricas. Por que las razones de fondo son políticas, y a ellas hay que remitirse, sabiendo además que la razón intelectual está de su parte. Hace apenas unos años, los mismos «ideólogos» azuales de la franja azul presumían de demócratas manifestándose contra la dictadura con esa «seryera» cuatribarrada que siempre ha sido la bandera de la lucha contra el fascismo en el País Valenciano. Los partidarios de la franja azul no existían entonces. O, al menos, no se les oía. Y es que la dictadura, ahora se ha visto, era muy compatible con sus reivindicaciones actuales.

El «tema de la bandera» es un tema artificial, que va tomando cuerpo conforme la derecha advierte su utilidad para desprestigiar a la izquierda, preferentemente socialista, que es sometida a la máxima estrategia de la tensión al perder UCD las elecciones municipales en el país Valenciano. Se trata de un auténtico filón para la desestabilización y el freno del auge de la izquierda. La demagogia y la desinformacíón que «cubren» los «mass media» del partido del Gobierno, combinados con los profesionales de la algarada callejera y con los habituales y, por repetidos, suficientemente identificados «inconirolados», se ocupan de servir a la carta, a UCD, la imagen de una izquierda acorralada y de unas autor idades democráticas insultadas, abucheadas, cuando no apedreadas desde la más estricta impunidad provocadora.

Enfrentamiento civil

Cuando la -derecha carece de alternativas, su única ocupación es enturbiar los posibles recambios de la oposición. Lo que ocurre, sin embargo, es que, en el caso que nos ocupa, la derecha se ve ahora incapaz de controlar el enfrentamiento civil que ella misma ha provocado. De ahí que, después de poner en crisis los valores fundamentales de la democracia y de la convivencia, no sea posible ahora llegar a una solución negociada del problema. Problema creado por UCI), pero que desborda ya, actualmente, los límites del partido del Gobierno, que se ve impotente y preocupado por detener la nube contaminadora que él mismo puso en órbita.

Somos un pueblo con una base pactista muy arraigada. Y esta noble tradición no merece estereotiparse invirtiendo ahora su escala de valores. Es decir, convirtiendo en pacto lo que es, defacto, un derecho de conquista en la calle. Me parecería una burla cruel para las generaciones venideras la imposición de una enseña de rendición frente al actual caos. Porque no puede haber pacto alguno mientras tanto no sean restituidos los valores democráticos de la convivencia pacífica. Y eso llegará cuando la violencia «azul» deje de impedir en el País Valenciano la exhibición de cualquier bandera, y cuando las autoridades democráticas puedan ejercer, sin miedo a los «incontrolados», la tarea que el voto de la mayoría les ha encomendado. Primero, pues, hay que restituir la democracia. Luego, si cabe, pactar.

La «polémica» sobre la denominacion del territorio (País Valenciano, Regne de Valencia, Región Valenciana ... ) es aún, si ello fuera posible, más artificial y prefabricada por los intereses de la derecha. Es una polémica que se ha querido potenciar desde UCD, en favor recientemente del Regne de Valencia, y que se ha estrellado contra el uso común del término País Valenciano y también contra los resultados de todas las encuestas de opinión, que demuestran asimismo la preferencia mayoritaria de la denominación País Valenciano, la más extendida en todos los ámbitos. La misma ridiculez de la polémica pone de manifiesto la hipocresía de quienes, sin creer personalmente en ella, la lanzan por los aires, esperando que germine su fruto envenenado en los campos de la desinformación y del confusionismo.

El idioma como problema

Sin embargo, el punto neurólgico de la estrategia de la tensión lanzada por UCD es el idioma y, por extensión, la cultura. La caza de brujas que la derecha patrocina persigue en Valencia, que es donde mayormente ocurren estas cosas, a todo aquel que ose proclamar la unidad lingüística del valenciano con el idioma que se habla en Cataluña, Baleares y otros territorios como el Principado de Andorra. Gracias a las campañas de agitación anticatalanistas pagadas por el partido del Gobierno, quienes en Valencia coinciden con la opinión de los más ilustres romanistas del mundo e, incluso, con las definiciones oficiales de la Real Academia de la Lengua, son tachados de «traidores» y perseguidos con saña desde todos los centros de poder de la derecha.

El bochorno es, pues, en este punto y en los antes citados, inevitable. Porque quien desde Valecia se rompe los pulmones clamando en contra de un inexistente «imperialismo catalán» lo hace, si el grito es en «vernáculo», en el mismo idioma que utilizan los vituperados. Guste o no, así es. Los ejemplos, entre tantísimos otros, de una Colombia y un México, hablando ambas naciones en español y poseyendo a la vez sus rasgos característicos, no sirven para acallar las voces que ahora defienden una «personalidad valenciana» a cuyos requerimientos y represiones permanecieron insensibles, cuando no del lado del franquismo y en la nómina, en tiempos bien recientes. La polémica, y la irresponsabilidad de la derecha que la engorda, es cruel por lo que tiende lucha fratricida. De lo que se trata en el fondo es de impedir que el País Valenciano pueda despegar cultural e idiomáticamente, con todo lo que esto comportaría de «incómodo» para una derecha que se niega al cambio y que mal podría digirir, sin una reconversión radical, los módulos sociales de ese País Valenciano que trata ahora de coartar. Pero en donde, quizá más que en ningún otro punto, el ataque brutal de la derecha resulta más repugnante y repite sin rubor el grito del «viva la muerte, abajo la inteligencia», es en la marginación a que se han visto sometidos nuestros intelectuales, nuestros artistas, nuestros escritores; -los hombres y mujeres que, en definitiva, han sido desde hace muchas décadas la vanguardia- del País Valenciano moderno y la línea primera de la lucha contra el fascismo, y la intolerancia. En 1977 pensamos que la libertad estaba ganada, y ahora nos vemos de nuevo, como en un túnel del tiempo, sintiendo el horror del exilio interno de un Joan Fuster, o de un Vicent Andrés Estellés, o de un Manuel Sanchís Guarner, ilustre filólogo siempre luchando con razones para imponer lo obvio, lo lógico, la unidad lingüistica que se estudia y se practica en todos los departamentos de catalán de todas las universidades del mundo.

Con estos mimbres, ¿qué clase de cesto autonómico se puede fabricar?, ¿hasta dónde podría llegar, y cuántas semanas podría durar, un pacto autonómico que quisiera cambiar simplemente el escaparate sin barrer la trastienda? Nada será posible hasta que quienes provocaron el conflicto permanente y la escalada de la violencia no devuelvan a este País Valenciano la normalidad democrática de la que tan pocas semanas disfrutó. Ese «quienes» se refiere, obviamente, a determinados sectores, hoy dominantes, de la Unión de Centro Democrático.

Defender la cultura

¿Y desde- el socialismo, en el cual me inscribo hoy como simple militante de base?, ¿qué se puede hacer desde el socialismo? Ante todo, defender la cultura, que es tanto como defender la libertad humana. En la cuna primera del socialismo histórico estuvieron siempre presentes, físicamente, los intelectuales más preclaros de la época y han estado acompañando e influyendo desde siempre, en la vida misma del partido, hasta lograr reflejar esa presencia en la propia simbología adoptada como emblema del partido, en donde, sobre el yunque, se sostiene el libro y la pluma del escritor. Y si esto ha sido y es así, sería torpe y suicida abandonar ahora ese compromiso. Estoy convencido de que no ocurrirá.

Nos cabe, pues, a los socialistas, como partido mayoritario del País Valenciano, el honor de impedir la masacre cultural de nuestro pueblo, de reconocer, además, con orgullo y sin complejo, nuestra pertenencia al área lingüistica y cultural catalana. Y todo esto no debe de constituir, como parece que ocurre con algunos, una pesada carga, sino un hecho profundamente liberalizador y creativo indirectamente avalado por el reaccionarismo -a veces violento- de sus detractores. Lo contrario sería absurdo y tan equívoco como cerrarnos el paso a contribuir sinceramente en la construcción de ese «Estado de Las Autonomías» que algún día, cuando sea eficaz y francamente edificado, quizá pueda llevarnos al convencimiento final de sentirnos identificados con España.

José Luis Albiñana Olmos fue presidente socialista del Consell Valenciano.

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