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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El vals de Ias sillas

Los tópicos-semillas planteados en el vivero presidencial están a punto de germinar. La decisión es archiconocida: «Mientras la locomotora continúe manejándola yo, no importa qué pasajeros suban al tren». O sea, que el Gabinete se escogerá siempre entre los habituales y los amiguetes, y aquí no ha sucedido nada.Sin embargo, al país sí que le han sucedido muchas cosas, y muy malas. Al presidente, también. Rodeándose de figuras repetidas, Adolfo Suárez, posiblemente de manera inconsciente, está invirtiendo una vieja ley política que afirma, como primer cuidado de un gobernante, el independizarse de quienes le han encumbrado. Aquí no ha florecido su «fina sensibilidad» para el oficio y sí una notoria pérdida de facultades para el dribling.

Quizá el presidente inicie ahora un período que puede o no terminar, ya que sobre su cabeza pende, otra vez, la damocliana moción de censura. Por otra parte, es posible que se haya sobrevalorado la ambición política de Adolfo Suárez y los límites de ésta consisten, tan sólo, en ser el héroe de una hazaña inconclusa o, quizá, el presidente perpetuo de un partido sin ideas que, como el Arca de Noé, tenía al nacer un representante de cada especie.

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Pudo ser el presidente el forjador de una antigua ideología aplicada en circunstancias muy complejas, el pionero de un esfuerzo realizado en condiciones casi imposibles. Tuvo esa oportunidad única, y la perdió. Ahora sabe el presidente que el país que existía en junio de 1977 no le cree y, lo que es peor, no cree ya en casi nada.

El presidente, qué duda cabe, analiza los principales problemas del país -autonomías, terrorismo, paro, inflación...-, medita sobre la irrelevante imagen del Gobierno, investiga el alcance del múltiple juego de presiones a que se ve sometido, escucha los partes relacionados con las reacciones de la ciudadanía, toma contacto a través de persona interpuesta con las organizaciones empresariales y laborales; el presidente reflexiona sobre todo ello en la búsqueda del procedimiento más adecuado para combinar sus ideales pre-electorales con una realidad que le exige constantemente aceptar muchas cosas para poder así cambiar otras. Y aquí es, en mi opinión, donde la óptica presidencial tiñe el azul primitivo con un gris adicional: no comprender que la política es el arte de establecer, de la manera más adecuada, la relación amigo- adversario, lo que implica una búsqueda de nuevas alianzas y una ruptura permanente de vínculos que la realidad del país vuelve caducos.

Los nombres, muy respetables, que forman parte del nuevo Gabinete de ninguna manera significan un importante avance en las definiciones gubernamentales que el país necesita y la ciudadanía reclama. Los españoles no soportan más esa sofistificación del pseudo-equilibrio político que todo lo paraliza, imposibilitando iniciativas coherentes y que, en definitiva, está premiando por sistema a los quedantistas, los temerosos y los pusilánimes en detrimento de los imaginativos, los inteligentes, los progresistas.

La incógnita de la definición gubernamental es política; la solución a los males de este país es un hecho político, aunque sería absurdo desconocer la tremenda importancia del sector económico. Pero la encrucijada del Gobierno, el gravísimo problema que tiene que resolver el presidente rebasa no sólo la economía, sino hasta lo estrictamente político, para centrarse en un interrogante desgarrador que consiste en precisar y ajustar una filosofía política del Estado, del país, de las autonomías, de los ciudadanos, en una etapa en donde los márgenes se han terminado casi para siempre y en donde se ha perdido hasta un punto extremo la capacidad de maniobra.

Los nombres muy valiosos que integran el nuevo Gabinete -el sexto en los cuatro años que lleva Adolfo Suárez de presidente- parecen, sin embargo, destinados a no realizar ningún acto realmente constructivo. Todos ellos propugnan la democracia, salvando, claro está, algunos mínimos detalles que permiten detentar el Gobierno a los ciclotímicos; pero la declaración de principios es insuficiente, la presunta composición rezuma añoranzas por épocas en donde una élite era designada para que se «sacrificase», dedicándose a la «pesadísima carga de gobernar», mientras el resto del país -la mayoría del país- no tenía otro papel que el acatamiento y la aceptación sin posibilidad de discusión. No debe extrañar, pues, que incluso en las áreas más cercanas al presidente, al leer algunos de estos nombres, se mueva negativamente la cabeza: fondo y apellidos suenan totalmente rancios, asemejan a un disco rayado. Por otra parte, en ese Arca de Noé de antes del diluvio, han olvidado cobijar a la representación liberal y es preciso reconocer que la democristiana es muy mezquina. Las especies nuevas son más bien escasas y, en cambio, abundan los políticos «en blanco», es decir, los hombres sin ideología.

Cualquiera que sea el desenlace del intríngulis new deal -económico aparte-, puede afirmarse que el campo político se ha transformado en la encrucijada de mayor trascendencia que tiene que afrontar el presidente. Fingir que el problema no existe, negociar clandestinamente, palmearse públicamente o practicar todas las variantes posibles de arreglo son pautas desechables para el inicio del juego inmediato.

La crisis se ha resuelto ya, al menos momentáneamente, vuelve al Gobierno algún ministro que había ocupado el cargo poco tiempo, quizá algún mes, para enterarse de cómo va la cosa, otro para meditar sobre el porqué de su fracaso y un último para preguntarse tristemente por qué le echan. Pero le queda toda una vida para gozar del sueldo de ex ministro y para, si es bueno y no protesta, preparar el regreso al banco azul.

Vuelven también otros a distintas carteras, aunque para ello se necesita rapidez en ese agobiante vals del cambio de sillas, en el que la música para de repente y quienes intervienen en el juego deben sentarse apresuradamente, pues hay menos sillas que personas. Es preciso reconocer que, esta vez, liberales y democristianos se han movido con poca agilidad y menos astucia y no han conseguido atrapar silla alguna. Es decir, que se han quedado con el culo al aire.

Antonio de Senillosa es diputado de CD por Barcelona.

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