_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

España, la OTAN y la paz

En relación con el asunto OTAN, la pregunta básica que debemos plantearnos es ésta: ¿contribuirá la adhesión de España a la Alianza Atlántica a la causa de la paz -paz para nosotros, paz para los demás- o, más bien, lo contrario?Somos un pueblo pacífico que, desde hace un par de siglos, carecemos de afanes expansionistas. Nuestra guerra de Independencia fue defensiva. Nuestras acciones en Filipinas y Cuba, liquidadoras del imperio. Tanto en 1914-1918 como en la segunda guerra mundial nos mantuvimos al margen. Evitamos el conflicto bélico en el Sahara y en Marruecos cuando tuvimos que abandonarlos, y si reivindicamos Gibraltar somos conscientes de que no iremos la guerra para reconquistarlo. Incluso, hemos sabido hacer una transición a la democracia evitando la guerra civil que Dios sabe si no hubiera podido extenderse, como a veces ocurre con los incendios.

El nuevo Estado, a fuer de democrático, ha de contribuir a la paz mundial mediante el imperio de la ley para la solución de los problemas internacionales y la vigencia de los derechos humanos (véase artículo 10 de la Constitución). Nuestras Fuerzas Armadas sólo tienen reconocidas misiones defensivas (artículo 8 de la Constitución).

El Tratado del Atlántico Norte, suscrito en 1949, ha proporcionado a Europa el período de paz más largo de toda su historia. Gracias a él las guerras entre naciones occidentales ni se conciben siquiera y las relaciones Este-Oeste han quedado enmarcadas, después de superar el período de la guerra fría, en el clima más cooperativo y esperanzador de la distensión.

La Alianza posibilitó el nacimiento y desarrollo en su seno de la CEE.

La nueva distensión permitió, en f in, que se celebrara la Conferencia de Helsinki, seguida por la de Belgrado, para consolidar la causa de la paz e impulsar la vigencia y desarrollo de los derechos humanos. Por primera vez en la historia de las grandes potencias se logró un acuerdo efectivo de limitación de armas -el SALT I- y está en espera de ratificación el SALT II.

En contra, pues, de algunas afirmaciones puramente demagógicas, la contribución de la Alianza Atlántica a la creación de un orden jurídico internacional pacífico y progresista, ha sido enorme. Las fuerzas de la OTAN no han practicado una sola intervención militar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Si nos atenemos a la última crisis, aún vigente, la de Afganistán, cabe comprobar la labor pacificadora y, constructiva de la Alianza, que ha pedido la retirada de las tropas soviéticas pero no ha recomendado el uso de la fuerza, sino la negociación. «En cuanto a los sucesos en Irán -otro importante factor de crisis-, la OTAN ha constituido de nuevo el forum que exigía la discusión y la coordinación de las respuestas apropiadas. Los miembros europeos de la Alianza han fomentado la moderación de los americanos para lograr una liberación de los retienes sin violencia, y frente a "la opción militar" de Carter dieron su sostén a las sanciones económicas» (informe del holandés De Vries a la última asamblea del Atlántico Norte, junio de este año). Según el alemán Curterier (informe político a esa misma asamblea), «la Alianza se enfrenta hoy con tres problemas esenciales: restaurar la solidaridad en su interior, formular una política común frente a la agresión soviética en Afganistán y restablecer los mecanismos para el arreglo de las crisis entre el Este y el Oeste. Para ello es crucial que los aliados europeos permanezcan en estrecho contacto con los americanos y que aquellos mecanismos y los logros de la distensión se defiendan, para lo cual reviste una especial importancia el viaje de Schmidt a Moscú. El canciller alemán no va como mediador entre las superpotencias, sino como portavoz de la OTAN».

Estas dos importantes citas, quecorresponden a dos socialistas, nos muestran bien a las claras el papel que desempeña dentro de, la Alianza lo que podemos llamar su « pilar europeo », en el cual se ubica también Francia, con su brillante Ejército y su situación especial respecto de Africa y del mundo árabe.

Pues bien, sin llegar a la simpllficación maligna de que a Estados Unidos le corresponde la defensa y a los europeos la distensión, a uno, pues, la zanahoria, y a los otros, la estaca, sí que puede afirmarse, a mi juicio, que el papel de los europeos es el de moderadores y negociadores entre las superpotencias, hasta el punto de que, hoy en día, ese «pilar europeo» -que coincide prácticamente con los países de la CEE- constituye el más importante factor mundial de estabilización y ello es así, no sólo en el plano Este-Oeste, sino también, en el de las relaciones Norte-Sur.

La adhesión de España a la Alianza significaría, ante todo, un efuerzo de ese «pilar europeo» y, por tanto, una. contribución importante a la causa de la paz.

Ante todo, ese refuerzo contribuiría a un mejor equilibrio de fuerzas convencionales en Europa, compensando la actual superioridad del Pacto de Varsovia, que De Vries cifra en unos 200.000 hombres. Sin disuásión no hay distensión. Sin equilibrio no hay paz, sino « apaciguamiento », es decir, «soberanía limitada», a plazo más o menos largo. La debilidad engendra la codicia del más fuerte y, por tanto, la guerra. La misión pacificadora y justiciera que compete a la nueva democracia española sólo cobrará sentido y eficacia si se suma al pilar europeo occldental, a través de la doble integración en la CEE y en la OTAN. Cuando se dice que esta última limitaría nuestra capacidad de acción internacional, se cae en un tipo de argumentación irreal, ¡como si nosotros solos pudiéramos hacer algo en el mundo!, ¡como si fuéramos los «árbitros morales del gran teatro de las naciones»!

La verdad es que los europeos poseen hoy una relación especialmente privilegiada con los países del Tercer Mundo y con los árabes. La solución del problema de Rhodesia y su buena disposición respecto de Gibraltar -caso de confirmarse- convertiría a lord Carrington en una autoridad moral de primer orden, como lo es Giscard respecto del Africa francófona y del mundo árabe y Schmidt en cuanto a Turquía o en el diálogo con el Este.

En el plano económico de las relaciones Norte-Sur, lo único cierto, más allá de la retórica tercermundista, es que los europeos han hecho la Convención de Lomé I y, luego, la Lomé II, que abarca 54 países pobres, los cuales no sólo reciben ayuda económica, sino que ven estabilizados sus ingresos por exportación (mecanismo Stabex). También es cierto que nuestros vecinos de la CEE son los que proporcionan más ayuda al Tercer Mundo, sea financiera, alimenticia, etcétera.

Allí está, a mi juicio, el lugar reservado a España para contribuir al nuevo orden económico, con la especial proyección que nos puede corresponde en Latinoamérica.

Debemos ser conscientes de que, en el interior de la Alianza Atlántica y sin mengua de su solidaridad, la postura geoestratégica de los europeos es distinta de la americana, dada su dependencit energética, común con la española, y dado su importante comercio con el Tercer Mundo y con el Este. Como consecuencia, se perfila cada vez más una convergencia de ideales y de intereses que es algo muy distinto de una identidad o de una subordinación europea, según nos lo demuestra la posición europea y española favorables al interés americano a una «patria palestina». Dado que la Alianza Atlántlca se compone de países democráti cos, cuyo espíritu pluralista la em papa por completo, caben en su seno la discrepancia y el diálogo. En ella no rige el principio de la «soberanía limitada», sino el de igualdad y el de plena indepen dencia de todos los miembros que sólo se obligan si consienten los acuerdos (principio de actuación por consenso). Justan-iente, de ahí deriva la reivindicación europea de mayores consultas previas de los americanos con sus al¡ados, incluso en aquellos asuntos que no son de competencia OTAN, pero que pueden afectarles, como la crisis del golfo Pérsico. De hecho, debe mos llegar a instrumentar, de acuerdo con el consejo de Kissinger, un «comité intemacional para el manejo de las grandes crisis». Así, pues, y para concluir: nuestro destino es Europa, la Europa occidental y democrática y este destino es indivisible. No puede aceptarse en lo comercial y repudiarse en su dimensión más honda que es la política y, por tanto, la de seguridad. España no puede ser aíena a las grandes decisiones político-estratégicas que inevitablemente le afectan, dado que no somos en un escenario de conflicto más que un trozo de la península euroasiática. Como lo ha dicho el general Beaufré: «En nuestros tiempos, el tablero de ajedrez está constituido por los continentes y por los mares».

España no puede quedarse al margen de la proyección cultural, económica y política de Europa en el mundo. La CEE y la Alianza Atlántica son los instrumentos internacionales para que España participe como país soberano en la toma de decisiones que han de servir las necesidades y los ideales comunes. No podemos aceptar los riesgos de un tratado bilateral en relación con la defensa sin tener la plena responsabilidad de decidir y las ventajas derivadai; de pertenecer al colectivo más rico y poderoso del mundo.

Alberto Ballarín Marcial es senador de UCD por Huesca y presidente de la Comisión de Defensa del Senado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_