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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Torpezas en Andalucía

EL RECIENTE referéndum sobre la autonomía andaluza ofrece un interesante material de estudio (particularmente relacionado con la sociología, el empleo de medios masivos de comunicación y la politología del fenómeno de las nacionalidades) que supera las ya gastadas discusiones sobre los dos artículos constitucionales que dan acceso a las diferentes autonomías o acerca de las zorrerías tácticas de los partidos o sobre el taumatúrgico nacimiento de ayatollahs -apodo acuñado por los propios ucedistas- de algunos personajes individuales que, habiendo sacado billete para el tren estatal y habiéndose quedado en el andén, han subido revestidos de redentores a los diferentes trenes autonómicos.En este segundo y necesario análisis de la votación de los andaluces, hay que destacar el fracaso -o la manipulación interesada- de los sondeos de opinión y de las ideas preconcebidas sobre el comportamiento electoral de los andaluces. La borrascosa reunión del último comité ejecutivo de UCD sobre este tema, de ser conocida detalladamente, arrojaría alguna luz sobre una primera duda que, presumiblemente, jamás será aclarada: si UCD poseía información fidedigna sobre el sentimiento autonomista «inmediato» de la mayoría del electorado andaluz y por ello derivó hacia una campaña abstencionista o si en verdad el partido del Gobierno daba por perdido de antemano el referéndum andaluz en Huelva, Almería y Granada y decidi6 patrocinar el abstencionismo para colocar de rodillas a una oposición parlamentaria presuntamente abocada a un estrepitoso fracaso.

La primera consideración obligaría a suponer de los analistas gubernamentales unos detalles de talento político que, por ahora, son, como mínimo, dudosos. Ya sabemos que el Gobierno es astuto, pero no tanto. Por el contrario, cabe más bien suponer -y lo confirma- la «bronca» sostenida en el seno del mandarinato de UCD- que el Gobierno no previó en Andalucía la sensación de que aquellos ciudadanos habían sido agraviados comparativamente con la apresurada decisión del ejecutivo de renunciar abiertamente a la vía autonomista del artículo 151 de la Constitución.

De otra parte, la utilización gubernamental de los medios de comunicación a su alcance -esencialmente el silencio «ruidoso»,de la televisión y la radio oficiales- aportan nuevos elementos de estudio para los comunicólogos. Es inútil ocultar el triunfo moral de los andaluces partidarios de la autonomía «rápida» -pese a su derrota pírrica- contra todos los vientos, mareas y obstrucciones desencadenados por el Gobierno. La radio, la televisión y la prensa del Gobierno han encontrado en el referéndum andaluz su más baja cota de influencia. Y precisamente por callarse. Cuando se estimaba que aquello que no fuera patrocinado por la RTV carecía políticamente de virtualidades. Parece que empieza a estar claro que la RTV del Gobierno -por acción o por omision- ya no es la «bomba de neutrones política» que se creía.

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La revelación casi milagrosa de «santos autonómicos», como el señor Clavero, con ribetes de martirologio tras haber propiciado la confusión inicial de nuestras autonomías, merece objeto de reflexión por los propios anda luces. Entre la demagogia estatista y la demagogia autonomista a veces sólo media un paso que puede abarcar la secreta ambición de alcanzar en un contexto autonómico lo que no se podía lograr en un ámbito estatal.

El Partido Socialista Andaluz, subrepticiamente alentado -¿o alimentado?- por el Gobierno, ese partido andalucista que ya cantaba el fracaso del referéndum antes de las votaciones, carece de legitimización para recargar sobre el PSOE solapadas acusaciones de obstruccionismo a la inmediata autonomía andaluza o de oscuras connivencias con el poder. Lo mínimo que se les puede reprochar a los responsables del PSA es que pese a su andalucismo hayan creído y propiciado menos la autonomía andaluza que lo que han arriesgado otros líderes del PSOE hasta más lejanas consecuencias.

Todo ello, empero -análisis de los «choques informativos» lanzados sobre el pueblo andaluz, el falso análisis de las encuestas previas o el protagonismo interesado de los mártires ya ajusticiados-, conduce al más interesante de los dilemas históricos, sociológicos y políticos que se plantea ahora este país: el serio erlpiaramiento de las nacionalidades del Estado. Cabría lamentar, en primer término, que la clase intelectual española no se haya pronunciado sobre la delimitación intelectual de las nacionalidades de este Estado. Es de lamentar lo poco que se ha escrito y hablado sobre la doble nacionalidad -cuando menos económica- que plantean el oriente y el occidente de aquellas tierras. El caso es que la interrogante intelectual sobre qué significa una nacionalidad en el seno de un Estado sigue sin contestaciones válidas para regiones españolas no significadas por el idioma, una economía diferenciada o una larga tradición política de reivindicación autonomista. Este puede ser el caso de Andalucía -o de ambas Andalucías-, que carecen de idioma diferenciador por más que se empeñen con sus eses los Lauren Postigo de la derecha y del PSA; que padece una burguesía históricamente atrasada. por su carácter agrario, y que, contrariamente a las burguesías catalana o vasca, no propician el autonomismo; cuya economía es eminentemente subsidiaria del paro crónico o de la emiltación y -todo hay que decirlo- con, una red de comunicaciones tan deficiente -o tan inteligente- que hace a sus provincias depender antes de Madrid que de la conexión entre ellas mismas.

En cualquier caso, Andalucía ha dado una respuesta, inesperada a su referéndum que no puede desdeñarse. Todas las previsiones han quedado rotas, y los andaluces han puesto sobre el tapete -por su mínima derrota frente a las grandes apuestas del Gobierno- el tremendo tema de las nacionalidades no históricas. Esa ha sido su victoria moral ante un tema mal conducidopolítica e intelectualmente. Así las cosas, el fracaso de la autonomía andaluza es el triunfo -dado lo imprevisto de los resultados- de un pueblo que sobre los ayatollahs recientemente descolgados, los partidos nacionalistas sujetosde alguna sospecha y la política del partido en el Gobierno, torpemente obstruccionista, ha encontrado una identidad común en los errores de los demás.

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