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Cuando sólo nos queda la comida

Fernando Fernán-Gómez, Rosa Regás, Luis Berlanga, Xavier Domingo, Lía, Alfonso Sánchez, Vizcaíno-Casas, Juan José Plans, Emma Cohen, Mercedes Milá, Perlado, María Jesús, Carmen Rico-Godoy, Raúl del Pozo, Azancot, Altares, Tita, Barnatán, esta dorada basca de los días y las noches, en torno a un libro cuyo título me resulta elegíaco, manriqueño, premonitorio y dulcefúnebre: Cuando sólo nos queda la comida. Y comemos -cenamos- en un hotel madrileño, el menú diseñado por Xavier Domingo:-¿Te ha gustado la cena? -me pregunta.

-Muy bueno este arroz con conejo, aunque el conejo haya excusado su asistencia.

Pienso que esa debe ser la lírica de los gastrónomos: un arroz con conejo donde lo que se degusta es la ausencia del conejo. Un postre teóricamente dulce donde degustamos la ausencia de dulzura. Pero me siento, una vez más, desde que empezó la transición/ involución, como en la cena final de las libertades, apretado nudo de convivencia ilustrada, madrépora de gentes conocidas y queridas, el populoso y breve mundo de la imaginación, cenando a la luz indecisa de unas velas, mientras afuera nos rodea la noche intransitable de navajeros, héroes intempestivos, conspiraciones tan secretas como insolentes, citas con el miedo y besos con la duda. Cuando sólo nos queda la comida. Qué cierto y adivinador el título. Hubo otro que se le aproximaba en elegía y circunstancia: Encerrados con un solo juguete, de Juan Marsé. Entonces estábamos encerrados en una dictadura abierta con el solo juguete del sexo. Ahora estamos encerrados en una democracia cerrada y ya sólo nos queda la comida, no sólo por la irónica renuncia del gastrónomo carroza a cualquier placer con mueble, salvo los placeres de la mesa, sino porque de la libertad sólo nos va quedando el ademán, de la democracia sólo nos van quedando las computadoras de Martín Villa, del canto sólo nos va quedando el desencanto. Cuando sólo nos queda la comida.

-Pues no se queje usted, que a otros ni comida les queda -salta el parado que llevo dentro, pues el parado no es otro que yo mismo.

La voz profunda e irónica de Fernando (así debía tener la voz Quevedo) sonando en el comedor como tantas veces, como tantas noches, como tantos años: una ilusión de libertad reducida a individualidad. Rosa Regás, como un dulce contacto catalán. Berlanga, emplazándome a nuevos emplazamientos, que darán lugar a emplazamientos posteriores, para almorzar, para charlar, para ironizar, que la amistad y la salvación se van dejando de un día para otro, de una vida para otra, hasta que ya apenas le quedan vidas a nuestra vida. La facundia vital y gastronómica de Xavier Domingo. La seda rubia y argentina de Lía, la paz bronquítica de Alfonso Sánchez, el éxito aún crujiente de Vizcaíno, la amistad de Plans, el luto de Emma, que se lo hace de niña trágica, la cordialidad de Mercedes, el viejo diálogo con Perlado, que se iniciara en provincias, ha tantos años, el mujerío fuerte de Carmen Rico-Godoy, la sonrisa pícara y pastorcilla de Raúl, la pipa editorial de Barnatán.

-A Ricardo de la Cierva le han hecho ministro porque UCD no pierda Murcia -me dice alguien.

No lo sé, no sé nada, ya me da igual, pero me encuentro como hace diez años, veinte, en el centro de una cálida gardenia de amistad e imaginación, sabiendo que estamos una vez más y como siempre a puerta cerrada (viejo Sartre de nuestros existencialismos juveniles). Esto es la busca del tiempo perdido por unos, nosotros, y recobrado por otros, los de siempre. La semilla de imaginación y libertad que aquí prendemos, nunca será bosque en la ciudad, porque vuelve siempre, Federico, la fiesta negra de la tala y los taladros, cuando ya sólo nos queda la comida. Y encima yo como poco.

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