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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El fantasma del "lerrouxismo"

De la Comisión Permanente del Congreso del PSAAunque sólo sea porque ha puesto sobre la mesa un tema muy importante -hasta entonces. cuidadosamente ocultado-, ya es suficiente para valorar positivamente las declaraciones de Rojas Marcos a Diario de Barcelona. Hasta ahora, el problema de la inmigración en Cataluña, y más concretamente el tema, del millón y pico de andaluces que allí se han visto obligados a emigrar, se había intentado conjurar con el espantajo del lerrouxismo, como si con una sola palabra, arrojada como piedra, pudiera por sí solo resolverse. Pero el problema está ahí, presente, como una bomba de relojería que algún día pudiera explosionar, y nada más saludable y bueno que, al menos, ponerlo «desenfadadamente» al descubierto. Y esto es lo que ha hecho Rojas Marcos. Primera pregunta: ¿Podría alguien, aparte del PSA, haberlo hecho?

Sepamos por lo pronto ser sensatos, e intentemos ver la situación con el máximo de objetividad. Hoy existe una comunidad andaluza residente en Cataluña, sobre todo en Barcelona, que rebasa el millón de personas. Por el contrario, el porcentaje de la población autóctona catalana era sólo del 53% en la provincia de Barcelona, decenio 1960-1970 (EL PAIS, 23 de agosto 1979), por lo que hay que considerarlo ahora grandemente disminuido. Y, sin embargo, el problema no tendría ninguna importancia si esta población inmigrada se encontrase satisfecha ante el funcionamiento de la futuras instituciones de autogobierno en Cataluña; si esta población no fuese a sentirse discriminada, postergada, en inferioridad de condiciones ante el resto de la población autóctona. Entonces no habría por qué alarmarse, amigos catalanes, porque el peligro de descontento pudiera darse como absolutamente descartado. Pero ¿ocurre esto así? Nos tememos que no, cuando el tema ha suscitado tan honda preocupación.

Tengamos en cuenta, de otro lado, una importante observación: la casí absoluta totalidad de estos andaluces inmigrantes son trabajadores procedentes del medio rural, pertenecen a la clase obrera, la mayoría han sido jornaleros, y hay que suponer que no han marchado por su gusto, sino simplemente obligados a ello para poder subsistir. En definitiva, se encuentren donde se encuentren, tienen unos intereses de clase que defender y por los cuales luchar. La prueba está a qué partidos han votado en las pasadas elecciones.

Aborígenes e inmigrantes

Esto está claro. Lo que ya no está tanto es que en aras de una pretendida unidad de los trabajadores tengan que ajustar o adaptar sus intereses reales a otros más generales, representados, en este caso, por una estrategia de partido, sea PSUC o sea PSC-PSOE.

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Es decir, cuando se esgrime el argumento de que «se pretende dividir a las clases populares en Cataluña entre aborígenes e inmigrantes, y con ello debilitar el catalanismo, apuntalar el centralismo y al capitalismo» (Vázquez Montalbán, El Periódico, 22 de agosto de 1979) se está utilizando algo tan vago y doctrinal como es el famoso «internacionalismo proletario», ahora traspasado a un nuevo «catalanismo proletario». Y se está olvidando algo tan elemental como que los intereses de clase no flotan en el vacío y que han de ajustarse a «las condiciones concretas de cada situación concreta». Y los andaluces residentes en Cataluña, por una serie de circunstancias concretas, tienen también una serie de reivindicaciones muy suyas que no pueden ni deben subordinarse a las generales de los partidos catalanes de izquierda. Con ello no se divide a la clase obrera, sino que puede multiplicarse su eficacia. ¿Acaso no sería válido ese mismo argumento de la unidad para PSUC y PSC-PSOE, que entre sí se reparten el electorado popular, cuando sería mejor que éste votase en bloque? Para mí, personalmente, el argumento de la unidad tiene resonancias totalitarias: sea por aquello del partido único -en los llamados países «socialistas» (?) o en las dictaduras de derechas-, o ya sea por aquello de «la unidad entre los hombres y las tierras de España» que tanto se nos predicó- antaño. Lo importante no es la unidad por la unidad -que se convierte en uniformidad impuesta-, sino la unidad como medio o procedimiento de eficacia, y que ha de partir, necesariamente, de la diversidad.

Enlaza todo esto con el fantasma del «lerrouxismo», hoy resucitado como tremendo anatema. Y la acusación sería válida sólo con una condición: la de que el factor aborigen -el origen andaluz- fuese lo suficientemente «mitificado» o «absolutizado» como para obstruir la conciencia de clase. Circunstancia que, evidentemente, puede darse en todo «nacionalismo», y de hecho así se ha dado, como históricamente lo ha demostrado la burguesía al utilizarlo con estos fines. Pero este riesgo se presenta como mucho más probable precisamente para el catalanismo, cuyo origen burgués, no hay siquiera que mencionar ahora. Y en cambio es mucho más remoto para el «andalucismo» un manifiesto «nacionalismo de clase», anclado y fundamentado en una coincidencia -objetivamente demostrable- entre conciencia de pueblo y conciencia de clase trabajadora. Si no se parte de esta diferencia cualitativa, es imposible que podamos entender la realidad. No se puede mirar el nacionalismo andaluz desde la misma óptica que los nacionalismos vasco y catalán. Como he dicho en otro lugar (Triunfo, número 865, 25 de agosto 1979), el nacionalismo en Andalucía incide en la contradicción principal del sistema capitalista andaluz, su talón de Aquiles; el nacionalismo en Cataluña y el País Vasco contribuye y sirve al propio fortalecimiento del sistema. He aquí la diferencia fundamental de ambos tipos de nacionalismo, que las izquierdas tradicionales de España (centralistas y «nacíonalistas») no acaban de entender.

Por otra parte, el «lerrouxismo» era centralismo estatal; el «lerrouxismo» era demagogia radical en defensa de los intereses de las burguesías centrales, frente a los intereses de las burguesías periféricas catalanas; el «lerrouxismo» fue la utilización de la inmigración que entonces existía en Cataluña, para el enfrentamiento entre las burguesías. No fue intento de dividir a la clase obrera, sino proyecto de poner a una parte de ésta, la inmigrante, del lado de una fracción burguesa, la central. La batalla estaba, pues, librada entre intereses burgueses y no entre intereses obreros frente a intereses burgueses. Lerroux, en una palabra, no era «nacionalista andaluz», sino centralista con «verbalismos radicales». Dejemos las cosas claras. Las condiciones son hoy completamente distintas. Y no es la de menor peso que andaluz emigrado y radical conciencia de clase sean circunstancias que mutuamente se complementen hoy.

Vayamos, pues, a la raíz de los problemas y no nos detengamos en las pueriles anécdotas que estos días se han aireado. A raíz de las declaraciones de Rojas Marcos se han sacado a relucir de nuevo desde Jomeini o Gadafi al tema de la investidura de Suárez o «el dinero» de UCD. Y esto es poco serio. Por favor, un poco de calidad. Lo verdaderamente importante en estos momentos es saber si de verdad existe una emigración andaluza en Cataluña que pueda sentirse perjudicada en sus intereses por el futuro régimen autonómico. Y lo mínimo que puede hacer un partido andaluz soberano, no ligado a otros intereses centralistas, es afrontar de lleno el problema y ponerlo sobre la mesa. Si se demuestra que estábamos equivocados o que los andaluces en Cataluña residentes están satisfechos, «aquí paz y después gloria». Pero que no se nos quiera callar en nombre de «la unidad de la clase trabajadora» o la también «unidad de la izquierda» y se nos asuste con el fantasma del «lerrouxismo», porque para nosotros lo primero son los trabajadores andaluces; antes, por supuesto, de los catalanes, los franceses o los indonesios, por muy queridos que todos éstos nos sean, pero sólo a ellos incumben sus propios mecanismos de lucha y defensa y no a nosotros. Para bien o para mal, somos andaluces y a ello nos, atenemos.

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