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Tribuna:El terrorismo en Vasconia / y 3
Tribuna
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La difícil unión de los demócratas

Terminé mi artículo anterior consagrado a este tema preconizando la constitución de un frente estrechamente unido de todas las fuerzas democráticas para aplicar con rigor un plan político complementado con las medidas policiales oportunas, Ese frente, cuya solidez y cuya solidaridad no deberían presentar ninguna falla, y cuyos componentes habrían de resistir toda tentación de maniobrar unos contra otros mientras persista la gravedad de la situación actual es -a mi modesto entender- la única réplica eficaz que nuestra democracia puede dar al reto amenazador de los fascismos. Sé muy bien que su creación y su mantenimiento en toda España, y singularmente en el País Vasco (que es donde resulta más necesario), serán difíciles de conseguir. Pero no sólo creo, sino que estoy firmemente persuadido de que, si ese frente no se constituye, será todavía más difícil, si es que no imposible, salvar el naciente régimen democrático de los peligros inminentes y gravísimos que sobre él se ciernen como consecuencia del terrorismo desencadenado en Vasconia.Reconozco que los obstáculos se amontonan, día tras día, embarazando el camino que conduce a esa solución. El PSOE y la UCD, que parecen entenderse bien entre bastidores, cara al público se tratan mutuamente en forma tal que sus respectivos seguidores tendrán mil dificultades para digerir el pacto que llegado el caso, habría de servir de fundamento al frente unido. Nada digamos del PNV, cuya distanciación de los demás partidos democráticos se acentúa por su empeño en propugnar la postura abstencionista en el referéndum constitucional. Por otra parte, los graves sucesos ocurridos en Mondragón el 15 de noviembre demuestran -después de los del verano pasado en Rentería y en Pamplona- que las fuerzas de orden público pierden demasiado a menudo el autocontrol, la disciplina y el sentido de responsabilidad que son indispensables para lograr una eficacia y para mantener un prestigio, a falta de los cuales se convierten en factor de desmoralización en lugar de ser factor de orden y de seguridad, poniendo insensatamente baza tras baza en manos de quienes desean destruir la tranquilidad pública. Y lo ocurrido en el seno del Ejército el 16 y el 17 de noviembre es -por muchas declaraciones apaciguantes que se nos prodiguen- demasiado elocuente y demasiado alarmante para que no nos preguntemos angustiados si será posible que el frente unido para defender la democracia, en el caso de que llegue a constituirse, pueda contar, además de con una policía eficaz y serena, con un Ejército unido y disciplinado, que habría de ser su respaldo indispensable.

Sensatez y catastrofismo. Mientras los partidos mayoritarios (tanto en el conjunto de España como en las provincias vascas) no pierden ocasión de debilitarse unos a otros con maniobras y acusaciones mutuas cuya puerilidad movería a risa si no fuesen tan lamentables, el Partido Comunista parece monopolizar la sensatez, por ejemplo, negándose a firmar el 18 de noviembre un comunicado demagógico y cobarde en el que varias fuerzas políticas guipuzcoanas tratan de explotar la animosidad suscitada en la población por los excesos culpables de la fuerza pública, y en el que se omite la condena que merece la criminal actitud del terrorismo que ha provocado directamente tales excesos y que comparte, en consecuencia, la responsabilidad de los mismos. Sin necesidad de buscar más lejos las explicaciones de semejante sensatez (y sin negar que haya, además, otras), está clarísimo que lo que más le aterra al PC es esa reacción de la extrema derecha, apoyada en una insurrección militar, que -si hay lógica en el mundo- acabará produciéndose en el caso de que el terrorismo etarra continúe haciendo de las suyas, y una de cuyas primeras y más castigadas víctimas sería, inevitablemente, el propio PC. ¿Será por no creerse tan directa y gravemente amenazados por lo que los demás partidos democráticos se comportan como sí la hipótesis catastrofista tuviese unas probabilidades mínimas de realizarse o no fuese a realizarse jamás? Pues ándense con cuidado y no sesteen en su optimismo.

La hipótesis catastrofista es aquella por la que han apostado, a la vez, la extrema derecha y el terrorismo etarra. Cosa lógica, pues solamente una catástrofe permitiría, a la primera como al segundo, lograr sus objetivos (objetivos incompatibles entre sí, de modo que el sangriento y decisivo choque final se produciría cuando ambos quedasen solos, frente a frente; pero primero harán lo necesario para quedar solos). Y cuando vemos que ETA amontona millones de pesetas y multiplica asesinatos y atracos, cada vez con mayor eficacia; y que Fuerza Nueva moviliza unas masas cada día más numerosas, cuyo incremento proporciona a la oficialidad levantisca del Ejército una tranquilidad de conciencia, una confianza y un aplomo cada vez mayores, tendríamos que estar ciegos para no ver que las probabilidades de que la hipótesis catastrofista se cumpla aumentan sin cesar.

Lo cual no significa que las fuerzas democráticas no tengan ya posibilidad alguna de evitar la catástrofe: que no puedan unirse para aplicar un programa político razonable completado por las medidas policiales que la situación exija y, así, proteger la democracia contra la doble amenaza que constituyen el terrorismo de ETA y la efervescencia y el envalentonamiento de la extrema derecha. Pero ¿lograrán forjar esa unión y -lo que es igualmente indispensable- mantenerla por un tiempo que, forzosamente, habrá de ser bastante largo? ¿Lo lograrán, sobre todo, en el País Vasco, donde la cooperación del PNV parece indispensable para el éxito de la empresa? Estas interrogaciones son angustiosas porque, si la respuesta ha de ser negativa, lo más probable (y ojalá me equivoque) es que los días de la democracia en España estén contados.

Prepararse para un combate largo

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Y aun cuando -por ventura- no fuera así, sería excesivamente optimista pensar que la formación de ese frente unido y la aplicación rigurosa de su programa bastarán para convertir el País Vasco en una balsa de aceite. Bastarán, sí, para que la democracia venza; pero, para que venza en una lucha áspera que no será corta. Por eso es indispensable que el frente dure, que no se deshaga mientras las amenazas no se hayan alejado y no esté despejado el horizonte.

La guerrilla urbana, cuando ha alcanzado las dimensiones y la intensidad con que la practica hoy ETA, resulta dificilísima de eliminar: no creo que, al decirlo, esté descubriendo nada nuevo. Las fuerzas democráticas tienen, por consiguiente, que estar preparadas para un largo combate, contando con la asistencia de la policía (la del Estado y la de la comunidad autónoma) y con el respaldo, en último término, del Ejército. Pues la aplicación del programa político, por puntual y rápida que sea, no producirá por sí sola el milagro de acabar con el terrorismo. Es preciso que las medidas políticas vayan creando el vacío en torno a los terroristas; y no lo crearán en grado suficiente hasta que no hayan demostrado su eficacia, lo que necesitará meses en unos casos, y años en otros. Mientras tanto, hace falta que el frente democrático permanezca unido y que los gobernantes controlen bien la policía y merezcan la confianza del Ejército. Es preciso que los partidos lo vean así claramente y obren en consecuencia.

Especialmente decisiva será la actitud que adopte el PNV. Si se une a las otras fuerzas democráticas y permanece fiel a ellas, quizá empiece perdiendo sus elementos más exaltados (en el supuesto de que no los haya perdido ya para estas fechas), pero sus perspectivas mejorarán a la larga y le permitirán garantizar que el triunfo de la democracia sobre el terrorismo no implicará el aplastamiento del nacionalismo vasco, como los sectores más radicalizados de éste pretenden hacer creer, empeñándose en pintar como fascistas a los demócratas, cuando la verdad es que los fascistas son ellos. Si el PNV sucumbe, en cambio, a la tentación de no desvincularse del nacionalismo extremista, será víctima de su ambigüedad, porque, entonces, hará imposible la formación, o causará la ruptura, del frente unido de los demócratas vascos, con lo cual el terrorismo proseguirá hasta provocar la insurrección del fascismo españolista; y entonces, si la suerte de los demás demócratas será poco envidiable, aún lo será menos la de los peneuvistas.

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