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Villarobledo quiere que se reconozca a sus muertos republicanos de la guerra

Francisco Rubio fue sargento de carabineros durante la guerra civil española y combatió en el frente del Ebro hasta el final de la contienda. Cuando acabó la guerra, al igual que muchos de sus convecinos de Villarobledo, regresó del frente, el 10 de abril de 1939. «Al día siguiente -cuenta su viuda-, a las cuatro de la tarde, fue detenido por miembros de Falange y conducido a una casa habilitada para prisión. Era la casa de un médico llamado José Tobarra, quien también fue detenido y posteriormente asesinado. En la noche del 15 de abril, después de ser torturado, mi marido, junto con otras personas, fue arrojado a unos pozos de gran profundidad llamados barreros.»El barrero ha sido, durante cuarenta años, la palabra maldita del pueblo. Se calcula que trescientas personas se hallan sepultadas en tres de esos pozos. Allí fueron empujados, muchos de ellos con vida, en una de las represalias más sangrientas y crueles de nuestra guerra civil. Se trata de unos pozos cuya profundidad oscila entre cuarenta y cincuenta metros, que desde mucho tiempo atrás se utilizaban para extraer el barro con que se confeccionaban las antiguas tinajas. Ahora han desaparecido todos los barreros del pueblo y con ellos se ha ido a pique la totalidad de la industria de cerámica de la localidad. A nadie le extraña, por tanto, que el barrero sea la palabra maldita que hasta ahora no se ha podido pronunciar.

Juan José Ortega Calero, conocido popularmente por Sopa en Vino, es hijo de otra de las personas sepultadas en el barrero. Se trata de un hombre de mediana edad, de carácter pacífico, que se ha propuesto, con toda firmeza, sacar a la luz pública los hechos acaecidos en Villarrobledo cuando él sólo tenía cinco años. Para ello trabajó junto con una comisión del pueblo, en cargada de levantar un monumento, por suscripción popular, a los caídos de los barreros. «Durante estos cuarenta años -ha declarado Juan José Calero a EL PAIS- los vecinos de Villarrobledo nos dirigíamos el día de los difuntos al cementerio. Allí había un monumento erigido a los caídos en el que, año tras año, el Ayuntamiento depositaba flores. Mi padre, junto con casi ochocientas personas, se hallaba enterrado ocultamente. Estaban en distintos lugares del pueblo. Exactamente se encuentran nuestros compañeros en los barreros y en unos refugios existentes en los subterráneos de la plaza del Ayuntamiento. Sin embargo, nos era prohibido acercarnos a los barreros, situados al lado del cementerio. Era incluso peligroso tan sólo dirigir nuestras mi radas a los pozos cuando caminábamos a diez metros de los mismos.»

«Ahora -expresa Juan José Calero- todo eso debe acabar. Nos proponemos levantar un monumento en homenaje a los republicanos ejecutados y que se reconozca oficialmente su muerte. Ya es hora de que termine esa historia de que mi padre ha desaparecido. Son muchos los vecinos y familiares del pueblo que pudieron ver las huellas de los crímenes en los días posteriores a las ejecuciones. No se trata de hablar de revanchas, sino, simplemente, de que se dé un trato justo a la historia de nuestro pueblo.»

Los vecinos se reconcilian

Sesenta mil pesetas recogieron entre los vecinos del pueblo el pasado 1 de noviembre. Puede decir se que toda la población desfiló ante los barreros, en un acto de auténtica reconciliación y de homenaje a sus compañeros. El miedo empieza a quedar atrás, aunque todavía son muchos los que no se atreven a enfrentarse con el ambiente extremadamente caciquil que impera en Villarrobledo. A ello ha contribuido la postura de un alcalde que, desde luego, no parece entender la renovación política del país.En efecto, Francisco Jiménez de Córdoba, actual alcalde de Villarrobledo, se halla en una postura un tanto intransigente. Mientras que cada año el Ayuntamiento enviaba flores al monumento de los caídos, este año, al pedir la comisión que enviara flores a los barreros, ha reaccionado de forma negativa. «No habrá flores para ninguno», parece haber pensado. Y así ha sido. Es de señalar que varios miembros de Comisiones Obreras que se habían trasladado desde Santa Coloma de Gramanet (Barcelona) para hablar con el alcalde sobre esta cuestión no fueron recibidos por él. «El señor alcalde -se les dijo en el Ayuntamiento- no está. Suele venir a la una del mediodía para la firma, pero no sabemos si hoy vendrá, pues es la época de la vendimia y el señor alcalde debe estar en sus fincas.» El señor alcalde es uno de los cuatro propietarios que poseen la inmensa mayoría de las tierras de Villarrobledo. Su padre y su tío fueron fusilados por los republicanos en el año 36 por sumarse al Movimiento Nacional. Sin embargo, el alcalde ha dado el permiso de obras para realizar el monumento de los barreros. Así, por fin, se ha reconocido oficialmente la realidad de unos hechos escondidos durante cuarenta años.

Francisco Padilla tiene 75 años. Es un viejo comunista que tiene un cuñado y un hermano enterrados en el barrero. «Yo mismo -afirma a EL PAIS- me salvé por los pelos. Ahora no tengo carné del PCE porque no lo quiero. No soy comunista de estos de hace cuatro días, y si no me reconocen la antigüedad en el carné no lo quiero.»

Casino Munera Padilla tenía catorce años en 1939. Es también un comunista «de los de antes». «Se llevaron a mi padre y a mi hermano Constancio -nos dice-. Quienes los detuvieron eran falangistas del pueblo vestidos de nazarenos con capucha, para que no se les reconociera. Mi hermano tenía diecisiete años y fue el único, junto con Juan Moya, que se salvó de ser arrojado al barrero, entre los trescientos detenidos. No fusilaron a ninguno ni hubo ninguna formalidad legal. Mi padre no volvió nunca y nunca podré olvidar la mañana del 12 de abril de 1939, cuando fui a la boca de los pozos y vi toda aquella sangre. Mataron a muchas personas conocidas de mi familia, entre ellas a la señora Marta conserje de la casa del pueblo, y a otra mujer, conocida por La Lobica, dirigente del PCE. A esta última la arrojaron junto con su hijo, de pocos meses. Nunca lo olvidaré. Ahora se me revuelve el estómago cuando veo lo que ha pasado con las elecciones.»

La memoria colectiva del pueblo no se ha borrado. Son muchas todavía las personas que esperan un cambio radical de la situación política. También son muchas las personas que desde el poder económico y político local esperan que no cambie absolutamente nada. La reconciliación nacional no ha llegado a Villarrobledo, y a ello ha contribuido esencialmente la existencia de un caciquismo a ultranza, causante de una economía local desastrosa. En este sentido resulta ejemplar la postura del notario del pueblo, que se negó a extender su minuta por un acta de declaración de testigos sobre la muerte de Francisco Herreros. Se trataba de un trámite para conseguir la situación de viudedad de Rosario Padilla, mencionada más arriba. El notario no quiso cobrar ni una peseta por su trabajo. «Conste -dijo- que lo hago por la reconciliación.»

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