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Tribuna
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Niños en llamas

En julio de 1970 los cinco hijos menores de la familia gitana Gabarre Fernández murieron calcinados al arder la chabola en que habitaban. Poco después del múltiple -y multitudinario- entierro les fue entregado a los sobrevivientes de tan disminuida familia un barracón-vivienda en el barrio de la Uva, en Fuencarral; vivienda, presumiblemente, un poco menos combustible. Un grupo de gitanos enviaron a la prensa una declaración de sus hábitos culturales, amemado los hijos y le dan una vivienda. ¿Para qué la quiere ya? Nos parece mal que sólo nos den viviendas. cuando se queman nuestros hijos.» No decían que les pareciera grotesco, injusto, insultante o abominable: se conformaban con escribir que esa tardanza, autora de cinco muertos, les parecía «mal».El 75 % de los gitanos de nuestro país habitan en barracas o en chabolas. Una tradicional miopía llena de romanticismo tardío y de antropologismo indiferente, atribuye a estos seres predilección por esa forma de microexilio y de macroimpotencia que es hoy el nomadismo; si en otros tiempos la vida nómada fue para los gitanos una de las constantes de su conducta, en función de la conservación de sus hábitos culturales, amenazados de exterminio por decretos, bandos, pragmáticas y persecuciones, hoy deberemos reconsiderar el exiguo nomadismo gitano a la luz de otros hechos: si el 80 % de todos los adultos gitanos carecen de trabajo estable y el 75 % de toda la población carece de vivienda segura, los carromatos en que sólo un 5 % de la población gitano-española huye de las chabolas, y muchas veces de la hostilidad y del desprecio, no dejan de tener un profundo sentido.

Tales carromatos preservan al gitano de la desgracia que nace sin cesar en la pobreza. Hace unos días el conductor de un gigantesco Pegaso, Sixto Calvo, payo, residente en Portugalete, no logró dominar el vehículo en una curva y se precipitó con 17.000 litros de disolvente exano sobre una colonia gitana formada por unos arracimados carromatos. La mole hizo explosición al caer desde una altura de catorce metros. Murió el conductor. Conchita, Trinidad, Daniel y Facundo Gómez González, de siete a tres años de edad, y Paulino González, de dos años y medio, perecieron carbonizados en el interior de una furgoneta. «Tan sólo uno de ellos consiguió abrir la puerta, para fallecer al pie de ella convertido en una antorcha», se escribió en EL PAIS. No es impropio conjeturar que los habitantes de esa colonia móvil venían huyendo de la discriminación de la cultura dominante, de la subvida en las chabolas y de la falta de trabajo y la discriminación laboral. Esa huida no les dio resultado. Cinco niños de dos y medio a siete años han muerto calcinados entre las llamadas. Ni el chabolismo ni el nomadeo preserva de la desgracia y de la muerte.

La semana pasada, un gitano llamado Angel Medina, con la notícia de prensa en la mano, habló a la comunidad gitana de Madrid. «Hay que hacer algo», dijo. Se comenzó a hacer algo. Por el momento, a protestar. Algunos payos que ayudan como pueden a las comunidades gitanas, Cáritas, la Asociación de Desarrollo Gitano, etcétera, iniciaron una recogida de firmas.

No ignoro que la cuestión gitana, considerada en su totalidad, es muy compleja. Están en juego no sólo una discriminación centenaria, sino también unos profundos rasgos culturales gitanos que pueden obstruir -en ocasiones, de forma no ilegítima- a un proceso de ayuda, a un movimiento de reparación. Están en juego unas constantes de Indiferencia, desconfianza e incluso de racismo más o menos encubierto y más o menos agresivo en parte de la cultura paya. Está en juego una muy sólida y casi pavorosa desconfianza gitana hacia todo lo payo, a veces sin discriminación, a veces lindando el racismo. Que esa desconfianza esté consolidada por la inmisericorde historia es un hecho tajante, pero que en nada ayuda a la supresión de un escándalo. El racismo, cuando existe, tampoco ayuda nada, por supuesto, y en muchas ocasiones es mutuo.

El problema de gitanos y payos es cuantioso y complejo. Dos cosas están claras. Primera: la muerte de unos niños en chabolas o en carromatos, gitanos o payos (porque también hay niños payos que viven en chabolas), antes que el resultado de una complejidad histórica y racial es un.suceso simple y bárbaro, cuya solución puede y debe iniciarse sin esperar a hallar una forma de coexistencia total de culturas. Y segunda: la coexistencia de estas dos culturas, la necesaria erosión paulatina de su mutua desconfianza, será una conquista laboriosa y difícil, pero ha de iniciarla ya la cultura más fuerte. Si cinco hijos del presidente de un consejo de administración de cualquier multinacional murieran carbonizados a causa de inercias sociales, temblarían, sin duda, los cimientos de unos cuantos países. Si Cinco niños gitanos mueren carbonizados y un país se traga esa noticia como un aperitivo, de modo soñoliento y despiadado, ese país tendría en sus cimientos morales un cemento de barbarie y de podredumbre. España está en este momento construyendo una formidable salud moral y cívica. Esa salud debe servir también a los gitanos españoles. Quien no lo entienda así no será únicamente insolidario contra los gitanos: será también insolidario contra nuestro completo porvenir.

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