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Una salida honorable del franquismo

AP y PC son probablemente los tenedores de más títulos de la deuda de gratitud histórica por servicios prestados al franquismo y al antifranquismo. Sólo para encontrarse ahora con que estos títulos han sido devaluados por un país que prefiere grupos y siglas a las que agradecer menos, y a las que hacer también menos responsables por la época anterior.

El país reconoce la contribución importante del Gobierno-«centro» y el socialismo a esta transición. Pero se trata de actuaciones relativamente recientes. La anterior hoja de servicios al franquismo de Suárez y sus gentes ha quedado desdibujada por su obra de Gobierno. El PSOE puede sí capitalizar muy legitimamente unas siglas de cien años, pero sus actuales dirigentes y sus cuadros no pueden presentar un historial de cárcel y de trabajo político que llegue ni mucho menos a tanto. Pero, y esto es lo importante: tampoco el país pide que llegue a tanto. No tiene por qué llegar.Porque el hecho es que este país se ve a si mismo como ya he dicho antes: como poco comprometido en el franquismo y en el antifranquismo de todos estos años. Que esté o no en lo cierto es otra cuestión. Pero se ve así. Ni en el franquismo, ni en el antifranquismo; en otra onda.

De hecho, durante esta campaña Franco ha sido invocado poco, y con poco éxito. De la guerra civil se ha hablado menos, y como para exorcizarla. La República ha sido objeto de una referencia cortés por parte del PSOE, pero sin existir. Se está en silenciar el pasado. En desactivarle. En salir honorablemente de él.

Semejante actitud puede parecer «posible» o «imposible», «útil» o «peligrosa». Pero lo que no cabe negar es que es muy coherente con la conducta de la mayoría de este país durante los últimos diez o quince años, la cual ni ha ocupado posiciones de responsbilidad en el franquismo o en el antifranquismo, ni obtenido mayores beneficios, ni arrostrado mayores riesgos.

Desde este punto de vista, Suárez y Felipe González no aparecen como demasiado diferentes del país. También ellos han sido y son, y se les quiere ver, corno relativamente periféricos al franquismo y al antifranquismo. Gracias a lo cual ni se espera de ellos, ni se les toleraría, sermones-recordatorios de hechos heroicos por o contra el régimen anterior. Que serían una forma de recordar al país el haber estado como al margen de esos hechos, en un estado de pasividad, irresponsabilidad e impotencia política durante demasiado tiempo. No es este un pasado del que el país se sienta culpable. Pero sí es uno con el que se siente incómodo. De aquí que agradezca, y aproveche, la oportunidad para salir honorable y discretamente de él.

Lo que pienso es que sin necesidad de nacerlo demasiado explícito, con su sola presencia, el «centro» y el socialismo (y la corona) ofrecen esta oportunidad de que el país cambie sin que rompa del todo el sentimiento de continuidad consigo mismo, y sin que ello afecte su imagen y su estimación propia.

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Con su sola presencia, y con el espectáculo de sus lances y sus justas de armas, estas instituciones satisfacen también la necesidad de explicarse este proceso de transición como una mezcla de otorgamiento desde arriba y presión o conquista desde abajo de la democracia. Una explicación que carece de vuelos dramáticos, pero tiene la virtud de adecuarse a la percepción que de la realidad tiene, no las sectas proféticas de un extremo u otro, pero, sí la mayoría del país.

Que el tema de esta salida colectiva de un régimen autoritario sea delicado explica tal vez que, a falta de poder construir un mito de la resistencia nacional, como se hizo en otros países europeos, se haya optado, tácitamente, por evitar un debate público sobre el tema. El precio a pagar por esta discreción, seguramente sabia, es la modestia rozando la mezquindad de nuestros discursos políticos. Que contrastan con la magnitud de los acontecimientos políticos que estamos viviendo: un «cambio cualitativo» donde los haya de nuestra historia como colectividad nacional.

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