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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Soberanía de lo diverso

Es cosa científicamente cierta que el cerebro humano no ha cambiado de estructura en los últimos 100.000 años., Tampoco su cuerpo, su biología, se ha modificado durante centenares de miles de añosSobre estas dos realidades, sin embargo, el hombre de hoy se enfrenta con un sinnúmero de cuestionabilidades que le plantea el ambiente que él ha creado, especialmente la civilización tecnoelectrónica y nuclear.

La persona humana ha multiplicado por mil su capacidad de movimiento, y su información, la que le llega aferencialmente como noticias e incitaciones de múltiples caracteres, se ha multiplicado por un millón.

En esta época de la automatización y de las computadoras la sociedad no puede desentenderse de la ciencia y del acento que ésta da a todos los acontecimientos de la vida histórica.

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La ciencia, por ello, da a los científicos una impresionante responsabilidad, los cuales han. de crear una moral y una ética que ordene en cierto modo los medios de proyección de la técnica en la sociedad. De ahí ha de nacer la moral del científico. La competencia y el orgullo no pueden ser el desideratum de la expansión y del talento, que con la técnica modifican la sociedad y la vida histórica.

Se habla por algunos de la moral de los filósofos, de los sociólogos, de los historiadores y de lo economistas, pero todo ello ad viene a pura literatura o a resonancias arcaicas de una tradición moralizante de poca influencia en la vida social.

Cuando alguien ha querido moralizar una política, ha terminado haciendo literatura. Recordemos a Malraux, a Joyce, a Sartre, a Borges y tantos otros.

La ciencia está cambiando al mundo, y es el caso que el pensamiento filosófico le sigue detrás. El pensador político, el sicólogo, el físico, promueven hondas transformaciones en la vida histórica al margen de toda tesis filosófica. Evoquemos los nombres de Einstein, de Freud, de Marx, de Mao, etcélera.

El mundo griego no sufrió esta mutilación del poder de los filósofos sobre la sociedad. Sócrates era un gran preguntador en la vida pública y un gran conversador del ciudadano de la «polis» al que proporcionaba luz y entendimiento, y Aristóteles, que se ocupó de la físicay de la meteorología, fue un experto en encuestas sociológicas.

Lo peor que puede acontecer con estas situaciones que describimos es que el «yo», la identidad personal que compete al filósofo y al metafísico, quede fuera de toda consideración sociológica, y que, al modo del hipnotismo en la etapa presicoanalítica, se intente imponer en la conciencia cuestiones en la que el yo es marginado.

Entonces, como ha dicho Ana Freud, el material reprimido se introduce en la conciencia y el médico influencia al hipnotizado sin introducirse dentro de él, realizando la trampa de todos los intrusos que fracasan siempre y en este caso quedan sin influir en el hombre al que quieren manipu lar. Esto le sucede a la sociología con la moderna sociedad tecnocrática.

En nuestro país se ha producido un hecho admirable, socialmente inédito, y sobre el que la vida histórica de Europa carece de experiencia. En el corto espacio de unos meses, el país ha acu dido consciente y libremente a expresar su voluntad sobre los ordenamientos que prefiere para su convivencia civil, social económica, política, moral, religiosa y metafísica.

Cada uno de los que han acu dido a las urnas ha adoptado una decisión que puede estimarse como el resultado de un proceso lineal y racional, pero ha sido, en puridad, la expresión de un sentir informado por múltiples mensajes afectiavos conscientes o inconscientes.

El hecho empírico objetivo y objetivable es que el país, sometido a una explotación de su con ciencia política colectiva, se ha manifestado de una determinad manera. Es un proceso que está motivado. La realidad no es incondicionada, y esto ya lo observó el gran maestro de Marburgo, Herman Cohen, al que tanto conoció e interpretó nuestro-filósofo Ortega.

Entre las dos guerras mundiales han emergido en Europa influyentes poderes políticos. El marxismo ha tenido una versión y un a proyección después de la última guerra mundial de fuerte significado social e histórico. Pero Marx y Engels son una cosa, y el Manifiesto Comunista de 1840 y la presencia doctrinal de En gels con Marx matiza un marxismo en la teoría y en la prácticaque es discernido en polémicas en torno a su ortodoxia doctrinal.

España, en sus distintas versiones históricas, ha sido siempre la tolerancia política y religiosa, pese a episódicos períodos que parecen negarla. No es extraño, por tanto, lo que leemos del eurocomunismo en estos días.

La fe religiosa de nuestro pueblo no se afectó cuando alguien gritó en Europa «Dios ha muerto», como tampoco ningún intelectual crítico se hizo ateo por el planteamiento del «silencio de Dios». Incluso en mentes distan tes a la confesionalidad ha oído España voces intelectualmente egregias que han dicho y advertido que «Dios está a lavista».

No podemos cometer el error de buscar en Europa algo que ya nosotros habíamos demostrado como inútil y nada conveniente para la felicidad delos pueblos, entre ellos el feroz individualismo, y también en los momentos aúreos de nuestro pensamiento nos pareció mal el atroz nacionalismo con que Europa quería imponerse al mundo, inventando el pecado del colonialismo cuando abandonábamos con sacrificio las ventajas, éticamente recusables, del poder de la metrópoli sobre otros pueblos hermanos.

A esa Europa individualista, nacionalista, imperialista, que ahora resuelve con angustia sus problemas, hemos de incorporarnos nosotros, pero no para plantear lo que ya voluntariamente hemos dejado atrás y por pura filosofía.

Los problemas económicos, sociales, metafísicos, religiosos y la grave cuestión de la europeidad deben pesar en esta hora en los dirigentes políticos, a los que deben informar los intelectuales de nuestros días.

España no es como una computadora que lo recuerda todo, pero España no olvida que ella es lo que es: un cañamazo histórico, una unidad fluyente que le han ido formando durante siglos la civilizaciones y culturas del planeta, todas las cuales fundieror su metafísica con nuestros pueblos, de la cual es fiel expresiór esa dolorida y esperanzadora patria.

Cada día con más fervor y respeto debemos enseñar a amar a los españoles, pero con un amor hacia una identidad estructural rica en contenidos espirituales y sociológicos de una inmarchitable diversidad. Un rey siempre será la serena soberanía de lo diverso.

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