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Tribuna
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Partidos Políticos

«Ya estás frente a la casa.Y ahora, ¿qué vas a hacer?»

La verbena de la Paloma

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El 24 de abril, hace ahora dos meses, empecé a publicar una serie de artículos sobre «Elecciones». En el primero decía algunas cosas que quizá convenga recordar: «El sistema electoral, con listas "cerradas y bloqueadas", da una importancia decisiva a los partidos, una importancia que no tienen, porque son ellos los que van a recibir los votos. Se entiende, los votos de los demás, porque los de sus afiliados van a ser muy poca cosa.» «Esto quiere decir -añadía- que su organización, cuadros de mando, recursos económicos, comisiones locales, etcétera, todo lo que es normalmente decisivo, ahora va a ser secundario. No va a ganar la organización de los partidos, sino su poder de convocatoria. Y la razón es que no van a ganar los afiliados, sino los que en este momento y en vista de las circunstancias puedan simpatizar con sus propuestas.»

Los resultados de las elecciones parecen confirmar esta previsión. Partidos sumamente «organizados» han tenido un fracaso resonante; y es que han contado con sus votos, pero no con los de los demás; y con los suyos, ningún partido puede ir a ninguna parte.

Algunos partidos «afortunados» pueden caer en la trampa de lo que ahora se llama «triunfalismo» (y que no se admite en el vecino). Se equivocarían si lo hicieran. Hasta hoy, todos los partidos sin excepción son débiles. Algunos no son demasiado coherentes; otros son «retrospectivos»; los hay que, por debajo de las apariencias, tienen graves dificultades internas y por ello una convocatoria ambigua. Es curioso el caso de algunos partidos que, cuando se han dirigido al país en su conjunto -por ejemplo, en la televisión-, han presentado una propuesta vaga, desdibujada y nada «comprometida», hecha de promesas plausibles y no fácilmente realizables, a reserva de proponer algo más «suculento» y excitante a los reducidos grupos de incondicionales. Dentro de poco tiempo algunos partidos empezarán a decir otras cosas, y será el momento de compararlas con sus tesis electorales. Si la diferencia es demasiado grande, su «credibilidad» padecerá, y la opinión sacará ciertamente las consecuencias pertinentes.

Son los electores, con sus votos, los que se han encargado de simplificar el panorama electoral: han volatilizado muchos partidos no viables, han dejado que bailen solos los que así lo habían preferido, han preferido netamente dos grandes opciones desiguales, pero del mismo «orden de magnitud», han rectificado las imágenes de varias regiones que circulaban bajo palabra y sin contraste con la realidad. Desde el 15 de junio, todo está más claro.

Y lo más claro de todo, que las (relativas) victorias no pertenecen tanto a los partidos como a los electores; dicho con otras palabras, los partidos no han «ganado» las elecciones, sino más bien la voluntad democrática de los españoles les ha dado y repartido los triunfos. Y, naturalmente, se los puede quitar. Los españoles no están al servicio de los partídos, sino que esperan que los partidos tomen sobre sí la tarea de realizar su voluntad política que se está constituyendo, que está empezando a germinar y articularse.

Hay unas cuantas cosas graves que importan de verdad a los españoles, y no van a aceptar que se juegue con ellas o se las tome a beneficio de inventario. Constituyen el torso de la sociedad española, el contenido de la «voluntad general» de un pueblo del que durante demasiado tiempo se ha supuesto que no la tenía, y lo que es más importante aún, su subsuelo. Hay otras cosas, en cambio, que unos españoles quieren y otros no, y cada cual sabe -aunque no le guste, aunque no lo diga- que hay derecho a optar, que se puede y se debe preferir y disentir.

Los partidos que vayan contra aquello en que la mayoría de los españoles coinciden -y tal vez sin saberlo del todo- serán forzosamente marginales. Los que intenten negar la licitud de las opciones legítimas, o imponer una voluntad minoritaria, se descalificarán y suscitarán la repulsa de gran parte del país, lo suficiente para pasar a «segunda división».

Una cosa es un nombre o una coalición electoral y otra cosa es un partido político. No hay democracia sin partidos efectivos, y hay que organizarlos pronto. Tienen que convertirse en proyectos, programas, propuestas coherentes y flexibles a la vez. Un partido que bajo el mismo nombre o la misma sigla encierra actitudes contradictorias o tan divergentes que entre ellas hay enemistad, no puede pretender ser apoyado por los que no están sujetos a su disciplina; menos aún suscitar su entusiasmo. La historia política de la República, que recuerdo muy bien, lo prueba con abrumadora evidencia. Después de las elecciones de 1933, ¿qué quedó, qué se intentó siquiera realizar, de los lemas electorales de la coalición de derechas? Y no recuerdo mayor hostilidad que la que existió entre las dos facciones del partido socialista, ni polémicas más enconadas que entre sus diarios El Socialista y Claridad. Las consecuencias de ello son de todos conocidas, y no hay que enumerarlas. En el otro extremo de las formas de partido, cuando la disciplina es tan rígida que no tolera matices ni diferencias, la vida política se extingue y el partido se convierte en una milicia de combate o penetración,'que nada tiene que ver con la política democrática.

Todo esto tendrán que irlo aprendiendo los partidos políticos españoles, que tras cuarenta años de inexistencia o son nuevos o son fósiles: tertium non datur. Sus expectativas de éxito dependen de que sepan ajustarse a las exigencias de la democracia y a la realidad del pueblo español de hoy. Quiero decir, naturalmente, expectativas de éxito democrático; hay otra: lograr un éxito a costa de la democracia (es lo que se intentó en España en 1932, 1934 y doblemente en 1936); pero pienso -que España no la va a dejar escapar tan fácilmente: le ha costado demasiado conseguirla.

España necesita una profunda transformación, porque ha padecido una larga deformación. Para ello tendrá que organizarse, y pronto, unos pocos partidos con verdadero contenido político, lo cual quiere decir con alternativas positivas -y no meramente negativas o polémicas- para la reorganización del país, no para que sea otra cosa que lo que es, cualquier capricho elegido en un muestrario, sino para llegar a ser lo que verdaderamente es y quiere ser.

Los que brinden una imagen de España realmente apetecible y efectivamente viable, tendrán el apoyo entusiasta de la mayoría. Y se ve que un modelo es viable cuando se lo puede imaginar en concreto, cuando se pueden llenar de contenido circunstancial los principios de un programa sin desembocar en contradicciones o quedarse en píos deseos utópicos; o acaso descubrir al fondo del horizonte una forma de vida que suscite el ternor, la repulsión o el bostezo.

Los partidos son, antes que otra cosa, los órganos de la imaginación política, destinados a despertar de su inercia al cuerpo social y ponerlo en marcha hacia una figura de vida colectiva que sea a un tiempo posible, atractiva, inteligente.

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