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Tribuna
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El camino de la dignidad

Candidato por Salamanca de la Federación Demócrata CristianaDesde hace bastantes. semanas tenía que escuchar durante mis frecuentes desplazamientos por España una pregunta matizada de inquietud: ¿Cree usted que las elecciones van a ser limpias y sinceras? Ahora, después de la alocución televisada del señor Suárez el día 3 del presente mes de mayo y de la trabajosa elaboración de las candidaturas «centristas», la pregunta ha. cedido la primacía a otra interrogación más alarmante:¿Piensa usted que el señor Suárez, con todos los resortes del Poder de que dispone, va a ser neutral ahora que ha resuelto presentarse candidato y jefe de un partido suyo en plena elaboración? Parece que la penosa explicación que de su decisión dio el presidente ha sido una especie de elemento condensador de todas las dudas que fueron surgiendo al correr de los días al conjuro de los antecedentes políticos de la persona, de sus claudicaciones al aceptar las fórmulas antidemocráticas del anterior Gobierno de que formó parte, de sus cautelosas medidas de liquidación del Movimiento, de sus normas electorales, que en muchos puntos parecen intencionadamente confusas, y de su última adscripción a ese engendro heterogéneo e híbrido que se llama el Centro Democrático.

Lo digo con honrado sentimiento. La credibilidad del señor Suárez en el terreno de la sinceridad electoral ha sufrido un duro golpe, y es muy difícil que se rehaga.

Reconozco que es mucho pedir a un persona que se ha formado como político en cargos de confianza de la dictadura, saltando suavemente de uno a otro al soplo sutil de la brisa del favor, que se transforme de pronto en un demócrata convencido. Las conversiones sinceras son posibles, pero rara vez se dan, sobre todo en el campo de las apetencias políticas, y más aún. para mejorar de posición.

Totalitarismo converso

El señor Suárez -producto típico del totalitario converso tiene que sentir una justificada alarma ante la posibilidad de una reforma constitucional auténticamente dernocrática. Por eso, tan pronto como entró en posesión del Poder por canales de origen dictatorial, se apresuró a aceptar la tramitación de la ley de Reforma Política a través de unos organismos susceptibles de dar nacimiento a unas Cortes que no tengan de constituyentes más que el nombre..

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La necesidad de reconocer al Partido Comunista -dificultad seria que supo vencer no sin vacilaciones y torpezas, aunque al fin con gallardía acentuó en el presidente el temor de verse el día de mañana enfrentado en el Parlamento con unos fuertes grupos de izquierda que se empeñen en someter a revisión todo el pasado.

Por lo que se llama derecha -y dejando a un lado los extremismos y los inadaptados- tenía ya firmes como una roca, a los neofranquistas históricos, dispuestos a elevarse sobre un pedestal de recuerdos sentimentales en liquidación, de responsables de toda clase de atropellos y de miedosos de todas las layas. -Pero esa derecha, más que un aliado, era otro enemigo potencial, demasiado aficionado a los desplantes y a las coacciones. No es de fiar como aliado.

Entre tal derecha y la izquierda que ha sido reconocida en la ley, pero que se procurará desconocer o perturbar en la práctica, se ex tendía un amplio sector, susceptible de ser -cultivado con provecho. El momento era favorable, pues la sociedad española había sido atacada por una verdadera fiebre de «centritis», que creía o aparentaba creer que bastaría con dar el grito salvador de «unidad» para que rápidamente se la, -upasen los grupos o los grupúsculos que se aprestaban a aprovecharse de las abundantes posibilidades con que les brindaban las ubérrimas praderas del centro. Los cálculos centrófilos fallaron. Los grupos que formaban el abigarrado conjunto carecían en su mayor parte de ideales suficientemente Firmes y coherentes, pero, en cambio, tenían un sobrante de jefes, entre los que había necesariamente que repartir el pastel de los primeros puestos de las candidaturas para el Congreso, único modo de asegurar el acta de sus ensueños.

El señor Suárez se hallaba en una posición ideal para utilizar en su favor la caótica situación del «centro». Había ganado prestigio de hombre moderado entre el público deseoso de tranquilidad. Había acudido a capitales del mundo y obtenido en ellas un cierto apoyo con más apariencias de espaldarazo político que de efectiva y suficiente ayuda económica. Y, liquidando lo más llamativo y superficial del Movimiento, se había cuidado muy mucho de no acabar con los resortes provinciales y locales de un caciquismo de cuarenta años que podía serie de gran utilidad.

Con exquisita previsión se reservó en relación con sus propios ministros, una privilegiada posición de elegibilidad que si en el orden jurídico es discutible, resulta difícilmente defendible en el de la delicadeza política. El instrumento estaba ya a punto.

Pero la operación de imponer la autoridad a la multicolor mezcolanza centrista no era fácil.' Por lo pronto. hubo grupos que, más celosos de la pureza de sus ideales que de los beneficios personales de sus directivos, se negaron a imitar a Esaú vendiendo prosaicamente por un acta la primogenitura de muchos años de legitimidad democrática. Por otra parte, no había que soñar con que ese aglomerado, sostenido precariamente por los alicientes electorales, se convirtiera semanas antes o después en un sólido partido. Es que no acertó a comprender el señor Suárez que el día en que desaparecieran los partidos con sus correspondientes menudas jefaturas, se haría imposible toda transacción a base de repartos de los primeros puestos en las candidaturas?

El panorama no era seductor, además, para un gobernante que aspiraba a incrustar en las candidaturas del centro unas docenas de independientes de su confianza, que apoyasen en las Cortes una política que hasta ahora no ha pasado por la prueba del fuego de la palestra parlamentaria.

El señor Suárez cortó por lo sano. Se proclamó cabeza de lista de independientes, se reservó el noble papel de orientador de una candidatura salvadora y delegó en un hombre de confianza y de probada lealtad -separado previsoramente de su cargo ministerial unos días antes- la menos brillante pero indispensable función de encajar los sublevados apetitos en el rompecabezas de las candidaturas centristas. ¡Una vez más quedó la gran empresa humana dividida entre el señor de los altivos pensamientos y el de las ruines tareas!

Intereses creados

Y apenas trazado el esquema de estos nuevos intereses creados, el señor de los bellos sueños comenzó a dictar desde su alta posición de gobernante medidas captadoras de votos con el lazo del agradecimiento económico a costa del presupuesto, y a utilizar a su favor el arma decisiva de la televisión con generosidad que ya querrían para sí los representantes de los demás grupos políticos. ¡Y eso que no hemos hecho más que empezar! ¿Cree sinceramente el señor Suárez que de ese modo se forma y es capaz de cumplir su misión equilibradora un partido equivalente a los que centraron la política occidental europea después de la catástrofe provocada por el fascismo? Si no lo comprende y no obra en consecuencia, lo sentiré por España y por él. Se lo dice con todo desinterés quien nada le pide y nada desea para sí.

Quien ha tenido la suerte -¡triste privilegio de los años!- de haber vivido los esfuerzos de un De Gasperi, de un Adenauer y de un Schumann para salvar a Europa a base de una democracia limpia. no puede concebir para España una formación política de centro que comienza por transigir en materia de ideales con los restos del totalitarismo superviviente a cambio de unos escanos en el Congreso o en el Senado. No es así como se comporta una verdadera Democracia Cristiana que aspira a formar un sólido centro popular susceptible de atraer otros núcleos colocados más a su izquierda y crear así una poderosa fuerza evolucionadora y un valladar eficaz contra todos los extremismos revolucionarios.

Los acontecimientos de los últimos días anuncian lo que, por desgracia, se veía venir: el empeño de crear un partido del Jefe del Gobierno, que, por desgracia. no dejará de comprometer a la Corona a base de una docena de grupos que no se entienden, de ambiciones y vanidades pueriles y de maniobras caciquiles -iniciadas ya con todo descaro en varias circuriscripciones- del tipo de las que hundieron en el descrédito la obra de la Restauración.

No se haga ilusiones don Adolfo Suárez. Las próximas Cortes no nacerán ya con el prestigio preciso para aprobar una Constitución digna de tal nombre y para hacer posible el pacto o compromiso social sin el cual la crisis económica tendrá difícil remedio.

Vistas así las cosas, parecería obvia una conclusión: dejar el terreno libre a las ambiciones y no empeñarse en llegar a unas Cortes que nacen marcadas por el sello del descrédito. Por mi parte, sin embargo, no lo haré. Retirarse desde ahora al Aventino me parecería impolítico y cobarde. Más aún. Quien no deserta puede incluso prestar un servicio a su Patria afrontando de lleno las consecuencias de una contienda desigual, en la que siempre triunfará: por los votos que obtenga o por la ejemplaridad de una conducta que no se doblega.

Es preciso luchar sin desánimo. Si se ha perdido la fe en los hombres que gobiernan, no se ha perdido la fe en el ideal que ennoblece. Y ello es bastante para presentarse con la frente alta ante la opinión. El resultado importa menos que la gallardía y el decoro.

Siempre he pensado que saber mantenerse con dignidad sin alquilarse y sin venderse, es lo único que, de tejas abajo, hace que los hombres más humildes no se conviertan en pigmeos.

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