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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El llamado relevo generacional

SE HABLA en estos días del relevo generacional. Y hay que decir que no sólo el señor Umbral, sino otros muchos españoles sienten una sensación sospechosa ante la cosa generacional. Los aguerridos neotecnócratas formulan su propuesta así: «Los viejos políticos no representan a nada ni a nadie. Las viejas siglas y las viejas palabras deben ser arrumbadas. Los nuevos líderes deben ser como nosotros, descomprometidos del pasado y nacidos en los años treinta». La tesis está enérgicamente defendida por antiguos muchachos del Frente de Juventudes, y jóvenes opusdeístas. Lo malo es que los actuales defensores del relevo generacional sirvieron con dedicación modélica, y sin protestar a un líder octogenario, enfermo y visible mente disminuido, sin rechistar.Se ha vuelto a hablar del relevo generacional tras la retirada -¿estratégica?- de dos políticos españoles, uno democristiano, otro liberal. Se ha pensado luego en prescindir de un dirigente socialista, poco obediente a las propuestas del poder:- resulta que además de poco disciplinado, sólo había cumplido 35 años. Intolerable.

Hablemos en serio: el poder no es un problema de fechas de nacimiento, sino de talento, prudencia y capacidad. El talento no se mide por los años, por los peinados o por las corbatas francesas, como pretenden algunos de nuestros improvisados líderes. Los niveles generacionales no tienen, a escala individual, traducciones ideológicas seguras: hay padres progresistas con hijos reaccionarios, ancianos liberales y jóvenes nazis.

Kennedy fue el primer dirigente mundial a los 43 años, pero Mao, Adenauer, de Gaulle y Churchill gobernaron después de los 75. Trudeau es jefe del Gobierno canadiense desde los 48 años, pero Morarji Desai gobierna sobre seiscientos millones de hindúes a los 81. Victoria de Inglaterra estuvo al frente del mayor imperio de su tiempo a los dieciocho años, pero también a los 82.

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A la confusión reinante no convendría añadir la artificiosa cuestión generacional. No hay que buscar argumentos favorables por procedimientos aldeanos. Lo contrario equivaldría a montar el futuro español sobre el autoelogioso eslogan comercial de unos almacenes: ¡Qué grande es ser joven!

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