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Paul Shirley
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Baby Mike’

Kobe Bryant lo hacía todo para aplacar su deseo de ser Michael Jordan. Y a O’Neal aquello le sacaba de sus casillas

Kobe y Shaquille, en 2004.
Kobe y Shaquille, en 2004.REUTERS (REUTERS)

Kobe Bryant ha anunciado su retirada y se supone que debería estar escribiendo que esto es una noticia triste para la NBA, que se acaba una era, o simplemente que es momento de considerar su mortalidad. Pero no puedo decir nada de eso porque cuando pienso en el final de Kobe, todo lo que me sale es dudar de si realmente existió.

Mi primera experiencia como jugador profesional fue en la pretemporada de 2001 con Los Ángeles Lakers de Shaq, Kobe y Phil Jackson. Y seguro que muchos podríais pensar que lo primero que me viene a la mente es su tapón en un entrenamiento y en cómo después acercó hasta una distancia poco prudencial sus genitales a mi cara y empezó a gritarme.

Pero realmente lo primero que me viene a la mente es un partido de esa pretemporada contra Golden State Warriors. Yo estaba en el banquillo sentado junto a Shaquille O’Neal, empapándome de la experiencia de estar sentado junto a Shaquille O’Neal, cuando Kobe hizo una de las suyas (no recuerdo si fue un tiro imposible ante tres oponentes o esa mirada asesina tan suya a un compañero cuando no le pasaban el balón). El caso es que Shaquille se rio y dijo: “Mira a Baby Mike”.

Mike era Michael Jordan, claro.

Bryant lo hacía todo para aplacar su deseo de ser Michael Jordan. Y a O’Neal aquello le sacaba de sus casillas. No porque Kobe Bryant no debía osar emular al mejor jugador de la historia sino porque acentuaba la falsedad de Bryant, su falta de identidad. Porque al final Bryant siempre ha sido un producto de su propia imaginación.

Compartí esa irritación durante mucho tiempo después de que los Lakers me diesen la patada. Era algo evidente en su forma de interactuar con los medios, con sus compañeros y en su (mala) relación con los aficionados. Es algo que he seguido viendo en las notas de prensa de su entorno de los últimos dos años, todos esos tópicos, sutilezas y estados de Facebook sobre su camino hacia la recuperación.

La pretensión de imitar a Jordan acentuaba la falsedad de Bryant. Al final Bryant siempre ha sido un producto de su propia imaginación

Pero si hay un culmen de evidencia de esa falsedad, ése es, sin duda, la idea de despedirse a través de un poema.

“Desde el momento en el que me puse las medias de mi padre y mi imaginación se disparó con lanzamientos ganadores, supe que una cosa era real: estaba enamorado de ti. Y mi amor fue tan profundo que te lo di todo: mi cuerpo, mi mente, mi espíritu y mi alma”.

En esas líneas subyace un deseo desesperado: parecer real. Y puede que haya quien lo crea, especialmente aquellos que se subieron al tren Kobe Bryant al inicio de su carrera y que hoy están tristes porque no volverán a ver a su estrella favorita jugar al baloncesto.

Pero a mí todo me suena muy falso. No me quito esa sensación de otro movimiento calculado más, prefabricado y medido. Otra maniobra más de cara a la galería para cubrir nuestras supuestas expectativas.

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