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Van Avermaet solo gana cuando el segundo es Sagan

Etapa de transición y tremendo desgaste por el calor para los grandes, que aún ven muy lejanos los Alpes

Carlos Arribas
Greg van Avermaet celebra el triunfo en la 13ª etapa del Tour
Greg van Avermaet celebra el triunfo en la 13ª etapa del Tour Bryn Lennon (Getty)

¿Qué sería de la cultura general sin el Tour y sin las extrañas personalidades de extrañas costumbres que lo pueblan? ¿Sin adquirir conocimientos que una vez propios hacen pensar en cómo podríamos haber vivido antes sin saberlo se multiplican día tras día? ¿Si no fuera por el Tour, por las polémicas que lo invaden los días estériles, sabría alguien qué son los cuerpos cetónicos? ¿Y el aceite de coco? ¿Y la sangre pasada por ozono? ¿Se sabría que Rodez tiene una catedral muy grande y un viaducto horroroso y miles de escaleras en todas sus calles en cuesta?

¿Se sabría que en días como este viernes de calor canicular en las carreteras ásperas sin descanso por las tierras en las que los albigenses huían de los papistas y los capetos que los masacraban, cada ciclista consume un bidón de agua o líquido vario cada 10-25 minutos? ¿Y que el asfalto llegó alcanzar una temperatura de 60,9 grados centígrados, a dos solamente del récord absoluto alcanzado en Les Rousses en 2010?

¿Se perdería el espectador el placer sádico de evitar sucumbir al deseo de roncar sudoroso calculando mentalmente cuántos viajes debió hacer cada gregario de cada equipo de descenso hasta el coche y de regreso hasta el pelotón teniendo en cuenta que la etapa duró para el primero 4h 43m y 42s, 21m 37s más para el último y que en cada viaje un gregario aguador puede portar hasta ocho bidones y que en cada bicicleta se pueden transportar dos?

¿Alguien podría soportar vivir sin saber que Peter Sagan ha terminado nueve veces segundo en una etapa del Tour, cuatro este año ya con la de Rodez, después de haber ganado por última vez, hace dos años en la muy cercana Albi? ¿Y sin apreciar la fina ironía de comprobar cómo el belga Greg van Avermaet, otro especialista en desaprovechar ocasiones de victoria, otro abonado a los puestos de honor como se denomina erróneamente al segundo, al tercero, al cuarto y al quinto, solo es capaz de ganar cuando el rival en la última recta es el mismo triste y enfadado Sagan?

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Los así llamados días de transición del Tour, los que esperan al pelotón en pesada travesía hacia el este por tierras áridas y abrasadas hasta llegar el miércoles a los Alpes, son, en realidad, días de maldición y desgaste que aprovechan corredores como Van Avermaet, un clasicómano belga, para justificar su participación.

En Rodez le esperaba un final en cuesta que no alcanzaron antes los fugados por el trabajo del Giant y el Tinkoff. Ciclista en el BMC de TJ, Van Avermaet, absuelto hace unas semanas de un proceso por supuesto dopaje por el uso de ozono para oxigenar su sangre, aprovechó para ganar la torpeza de su rival, Sagan, quien se maldecía en la meta por haberse dejado llevar por la tentación y sentarse en un momento del sprint en el que pensaba que tenía la carrera ganada. “Y al levantarme de nuevo ya no tenía piernas”, dijo el eslovaco espectacular en su habitual maillot gris. Para Van Avermaet, de 30 años, tercero en Flandes y en la París-Roubaix, es su primera victoria en el Tour y su segunda gran victoria del año, tras la conseguida en la cuesta toscana de Arezzo, donde la vida es bella, en la Tirreno-Adriático también ante el espectacular Sagan.

“¿Cómo que día de transición?”, se preguntan a dúo Froome y Quintana, de amarillo y de blanco, de casco amarillo ambos. “Cuando en una llegada como esta hay cortes en el pelotón y todos los grandes entramos entre los 15 primeros, no se puede hablar más que de cansancio y desgaste”, dice el británico. “Con el calor la fatiga se acumula, y es más difícil recuperar las fuerzas antes de los Alpes”, dice el colombiano.

De los cuerpos cetónicos (contenidos, entre otros alimentos, en el aceite de coco) se habla estos días mucho en el Tour porque tras admitir su consumo hace un par de años, cuando investigadores de Oxford anunciaron que eran un combustible magnífico, las gentes del Sky han comenzado a desdecirse. Ahora se sabe que son uno más de los cientos de productos milagro cuyo efecto placebo es tan necesario para deportistas que viven al límite del rendimiento día tras día y que pasan de moda pasados unos meses.

Sin embargo, la negación del Sky antes de que acabara la noche no parece producirse por tal motivo sino porque su uso se asocia como agente adelgazante combinado con los catabólicos corticoides. Todo el mundo disfruta de la espléndida delgadez huesuna de Froome y de su segundo, Geraint Thomas, el galés que cuando comenzaba en el ciclismo en el mismo equipo sudafricano de su amigo Froome, el Barloworld, lucía, como el líder, unos magníficos y sanos mofletes, y un culo espléndido. Perdidas carnes y kilos, Thomas, de 29 años, un especialista de la pista y la contrarreloj, ha ascendido los Pirineos tan rápido como Quintana o Valverde, y más rápido que Contador o Nibali. “Para mí es el ciclista más peligroso en la lucha por el podio de TJ”, dice Yvon Ledanois, el director del BMC, del galés, quien disputa su quinto Tour y marcha quinto en la general, a 4m 3s de su líder. En los cuatro Tours anteriores su mejor puesto fue el 22º de 2014.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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