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Wawrinka aúpa a Federer

La pareja suiza decide competir en el último minuto, gana 3-6, 5-7 y 4-6 a la francesa y deja a su selección a una victoria del título (Francia, 1-Suiza, 2)

Juan José Mateo
Federer remata ante Wawrinka.
Federer remata ante Wawrinka. Julian Finney (Getty Images)

François Hollande, el presidente de la República de Francia, llega a Lille y se cuelga del cuello una bufanda para darse un baño de masas en la final de la Copa Davis. Al final del día, sin embargo, el único botín que cosecha el mandatario es el de la mezcla de aplausos y silbidos que le reciben, porque Julien Benneteau y Richard Gasquet caen 3-6, 5-7 y 4-6 ante Stan Wawrinka y Roger Federer (Francia, 1-Suiza, 2). Al grupo de Serverin Luthi le basta con ganar uno de los dos partidos del domingo para que el campeón de 17 grandes, todavía dolido en la espalda, levante La Ensaladera, el único gran título que le falta. Desde 1990, solo en dos ocasiones se consiguió remontar un 1-2 en la final

Antes, el golpe maestro de Federer y Wawrinka, que se ponen de acuerdo para sustituir a los doblistas titulares. Los suizos sacan la calculadora. El número dos mundial, renqueante de los dolores que hace seis días le obligaron a renunciar a la Copa de Maestros, sabe que puede ser más competitivo en el dobles que frente a Tsonga en el cuarto punto (domingo). Tras sentarse con Luthi, decide jugar a doble o nada: confía en imponerse en el encuentro por parejas, lo que en caso de victoria le asegura que Wawrinka pueda sellar el título ganando a Monfils aunque él caiga con Tsonga. Los helvéticos, sin embargo, no pueden prepararse para lo que les espera.

Richard Gasquet y Julien Benneteau.
Richard Gasquet y Julien Benneteau.Peter Dejong (AP)

Por fin, el público silencia a la orquesta, al dj y a quien se le ponga por delante. Miles de gargantas se unen para formar un torrente de voces y convertirlo en un arma más de los locales. Lo que debe ser un infierno para los suizos acaba transformándose en un martirio para los franceses. Esto es lo que ocurre. Arnaud Clement, el seleccionador galo, opta por un experimento en el día D y a la hora H, que es como si los aliados no hubieran preparado el desembarco de Normandía: en plena final decide probar con una dupla que nunca se ha alineado junta en la Davis. Gasquet jamás fue un tenista al que distinguiera el carácter ni la gestión de la presión en los momentos clave. Benneteau, un doblista notable, campeón este año de Roland Garros, se pasó todo el curso jugando en el lado de la ventaja para que su seleccionador decidiera ponerle en el opuesto en la jornada clave. Eso le quita filo a su resto y a su segundo golpe, sus dos mejores armas. Un galimatías que le deja indefenso y que pronto aprovechan Wawrinka y Federer.

Con el número uno suizo estirándose en la red como si no sintiera dolores, el dos toma el mando de las operaciones. Sin necesidad de acercarse a la media pista, el campeón del Abierto de Australia resuelve los puntos más importantes con sus impresionantes tiros de fondo. Sus golpes, a medio camino del latigazo y el disparo, dejan noqueado a Benneteau, que arrastra irremisiblemente a un Gasquet intrascendente. “Allez les bleus!”, insiste la grada. “Buuu”, abuchea el gentío a Federer, al que castiga por buscar en algún tiro el cuerpo de sus contrarios. Y los bleus, sin embargo, que se asfixian y se ahogan en presión, incapaces de pelear a cara de perro un partido que podía poner a Francia en la lanzadera hacia su décima Ensaladera: tienen cinco bolas de break en tres juegos distintos y no convierten ninguna.

“¡Richard! ¡Richard!”, intenta animar el gentío. No hay rescate posible. No hay forma de que Gasquet deje una sola señal positiva en el encuentro. La pareja suiza cierra una racha de cuatro partidos seguidos perdidos. Por primera vez gana un encuentro sobre tierra batida. Las dos marcas desnudan a la dupla francesa, que nunca había jugado junta en la Davis: los experimentos, con gaseosa.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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