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CRÍTICA TEATRAL | 'CURVA ESPAÑA' Y 'LA CHICA QUE SOÑABA'

Chévere, el teatro foro y el arte de tomar decisiones

La obra 'Curva España' hace cabriolas sobre un cable tendido entre realidad y ficción

Javier Vallejo
Imagen de 'Curva España'.
Imagen de 'Curva España'.José Vicente

¿Por qué muchas de las líneas interurbanas de autobuses más utilizadas de España llevan décadas sin licitarse, cuando por ley deberían salir a concurso? ¿A qué se debe que sus concesionarias sigan prestando el servicio con la concesión caducada? ¿Por qué el ferrocarril entre Madrid y las capitales extremeñas hace una ele en vez de ir en línea recta? Curva España, thriller documental sobre la construcción de la línea férrea entre Puebla de Sanabria y Ourense y el accidente mortal sufrido en 1927 por su ingeniero jefe, resucita en el espectador preguntas que un día se hizo y siguen a la espera de respuesta. Chévere, compañía compostelana especialista en meter el dedo en la llaga (o en el ojo, a falta de aquella), hace esta vez cabriolas sobre un cable tendido entre realidad y ficción.

El título de la obra alude a José Fernández-España, ingeniero a quien la opinión pública atribuyó el diseño de una ruta alternativa, que hubiera vertebrado el valle del Tárnega. La que se construyó atraviesa una serranía despoblada. Seguidos por una operadora de cámara, los actores de Chévere hablan de la investigación que hicieron sobre el terreno y dramatizan escenas donde se traslucen su posición política respecto al lugar que Galicia ocupa en España y los problemas que tuvieron en su día con un alcalde del PP, inhabilitado tras cometer un delito fiscal.

En Eroski Paraíso, Chévere encontró un equilibrio cuasi perfecto entre el testimonio veraz y lo imaginado (lo había logrado años antes en Citizen), pero también entre lo netamente escénico y la imagen filmada, proyectada en tiempo real. El uso de testimonios enlatados, intensivo en un buen tramo de Curva España, le quita bouquet teatral a una función cuyas bazas mejores son las interpretaciones de Patricia de Lorenzo y Miguel de Lira, su humor conciso, seco, brut nature, y el fino hilo con el que Xesús Ron, director de esta troupe, cose su indagación.

El enigma en torno a la muerte sobrevenida del ingeniero está hábilmente trenzado (se non è vero è ben trovato), la duda sobre los intereses que llevaron a la constructora a escoger el trazado menos rentable socialmente está sembrada con destreza, pero la reflexión respecto a cómo se vertebra el territorio sin atender a quienes lo habitan tiene menos desarrollo del que merece. La función está escrita al hilo de hechos y personajes que sus artífices fueron descubriendo sobre la marcha, entre los cuales figura el verinense Eloy Luis André, filósofo amigo de Unamuno, alumno de Wilhelm Wündt en Leipzig, pionero de la psicología en España y artífice verdadero del proyecto ferroviario alternativo antes mencionado, que él mismo se encargó de publicitar en una tournée por la región y a través de un volumen editado en 1923: El ferrocarril del príncipe de Asturias.

En esta obra, Chévere se pregunta qué es cierto y qué falso en cualesquiera relatos oficiales, pero el público sale preguntándose lo mismo respecto a lo que acaban de contarle. El coloquio celebrado tras la función del sábado aclaró este extremo: debería hacerse siempre.

Lucía Miranda, en 'La chica que soñaba'.
Lucía Miranda, en 'La chica que soñaba'.

La inteligencia colectiva

Ante decisiones como la tomada hace un siglo por el Ministerio de Fomento a instancias de MZOV, empresa constructora del ferrocarril de Zamora a Ourense, los ciudadanos de a pie no tenemos margen de maniobra. Nuestro poder de decisión está condicionado aún en el ámbito íntimo, como muestra La chica que soñaba, pieza de teatro foro donde Lucía Miranda abre público debate sobre los impedimentos que encuentran las mujeres cuando pretenden desempeñar una profesión tradicionalmente masculina.

En el teatro foro, creado por el brasileño Augusto Boal, el público no va a ver un espectáculo, sino a abordar un asunto o a dilucidar un problema de manera activa: va a escuchar lo que se le dice desde el escenario, pero también lo que opinan sus compañeros de platea y a expresarse libremente al respecto. En los años setenta, Boal rompió el pacto entre actor y espectador suscrito en época de Eurípides, para crear una herramienta de resolución de conflictos en los ámbitos escolar, social y empresarial.

El caso de La chica que soñaba está planteado certeramente por Lucía Miranda, autora y directora en escena (o joker) de esta función. La artista vallisoletana expone de manera concisa la perplejidad que su protagonista adolescente despierta en sus padres y en su grupo de iguales cuando les comunica su intención de estudiar una ingeniería, las dificultades que encuentra para llevar su decisión adelante y, una vez conseguido su objetivo, lo difícil que le resulta conciliar su anhelo de ser madre con su trabajo en una empresa cuyos contratos hay que ganar en cruenta competencia.

Visto el caso, le toca a la audiencia pronunciarse. De entrada, sorprende la variedad de apreciaciones certeras que formulan espectadores de todas las edades y la pluralidad de sus puntos de vista, que suman incluso cuando son contradictorios: unos enfocan el suelo del asunto, otros el techo o las paredes, pero la visión de conjunto resulta enriquecedora. El teatro foro invita al optimismo: es la constatación de lo bien que funciona la inteligencia colectiva, que tan pocos ámbitos de expresión encuentra en las sociedades autodenominadas avanzadas. El público del madrileño Teatro Conde Duque, que el viernes pasado incluía a multitud de adolescentes, acotó el problema con la precisión de un laser quirúrgico.

En su cara a cara con la audiencia, Anahí Beholi y Belén Santiago no fallaron una sola volea y Ángel Perabá hizo un despliegue fregolístico digno del elenco de La Cubana. Entiendo que la escenografía y la luminotecnia que arropan esta función resultan inexcusables, porque no hay quien venda hoy un bolo sin ese oropel (traduzco: los programadores teatrales no suelen contratar nada que no vaya bien envuelto), pero resulta ajeno a la naturaleza magra y desnuda del teatro foro. La hora y media de duración se queda corta: en ¿Qué hacemos con la abuela? y Las chicas no fuman igual, con más tiempo, Lucía Miranda ahondaba más.

Curva España. Dramaturgia y puesta en escena: Xron, sobre una idea de Chévere. Madrid. Teatros del Canal. Hasta el 15 de marzo.

La chica que soñaba. Dirección y dramaturgia: Lucía Miranda. Suspendidas las representaciones previstas en Madrid.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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