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Crítica | La gracia de Lucía
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una virgen contra la especulación

Zanasi reivindica la tradición de una comedia popular humanista con un punto de sofisticación

Alba Rohrwacher, en un fotograma de 'La gracia de Lucía'.
Alba Rohrwacher, en un fotograma de 'La gracia de Lucía'.

Que el cabello rubio de Alba Rohrwacher forme una perfecta rima con los campos de trigo de la región de Lacio —por obra y gracia de la fotografía de intensificados colores de un Vladan Radovic postulándose como sucesor de Vittorio Storaro— no es lo más prodigioso que uno puede encontrar en el interior de La gracia de Lucía, sexto largometraje de ficción del italiano Gianni Zanasi. La caída de un meteorito parece abrir, tanto en el paisaje que centra la trama como en la vida de la protagonista, una puerta para lo improbable. Y, en ese negociado, quizá no haya nada más improbable para un mirada atea (la de Lucía) o para un territorio codiciado por la corrupción inmobiliaria (el lugar donde se edificará el complejo residencial Las Olas) como una aparición mariana. A Lucía, aparejadora necesitada de trabajo, se le manifestará lo inefable: la Virgen María en persona, reclamando la edificación de una iglesia allí donde las fuerzas vivas tienen planes muy distintos.

LA GRACIA DE LUCÍA

Dirección: Gianni Zanasi.

Intérpretes: Alba Rohrwacher, Elio Germano, Giuseppe Battiston, Carlotta Natoli.

Género: comedia. Italia, 2018

Duración: 110 minutos.

La presencia de Rohrwacher y la infiltración de una figura religiosa pueden llevar a pensar en una cierta cercanía entre La gracia de Lucía y la imponente Lazzaro feliz, pero, si bien ambas películas aluden a una gloria pretérita del cine italiano, resulta evidente que la película de Zanasi juega en otra liga (menor). Formado por Nanni Moretti, Zanasi reivindica aquí la tradición de una comedia popular humanista con un punto de sofisticación, barnizándola de modernidad con el radiante juego cromático de Radovic. Su película no tiene reparo en apayasarse puntualmente —la Virgen se comunica con su emisaria a puñetazos—, pero en todo momento queda claro que tanto la verdad del conjunto como el sentido del espectáculo no necesitan más que la solvencia de la actriz protagonista para sostenerse. La película, en definitiva, es Alba Rohrwacher.

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