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Crítica | Egon Schiele: la muerte y la doncella
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La carne y las sombras

Dieter Berner recurre a un estilo grandilocuente para contar una historia que pasa de puntillas sobre lo conflictivo del artista –la pederastia- y evita hablar de arte

Noah Saavedra, como Egon Schiele en el filme.
Noah Saavedra, como Egon Schiele en el filme.

Con un retorcido trazo que anticipa la estética tortuosa del expresionismo, dos cuerpos se abrazan sobre lo que podría ser sábana o sudario, en medio de un paisaje árido que quizás evoque una trinchera de la Primera Guerra Mundial. La figura masculina, vestida de negro, luce una mirada perdida en la que fluctúa el brillo obsesivo de la locura. La figura femenina, con los brazos esqueléticos propios de una futura víctima del Holocausto, se abraza al amante que parece estar sorbiendo hasta el último aliento de su esencia vital. Así es La muerte y la doncella, el óleo con el que el austríaco Egon Schiele selló el final de su historia de amor con Wally Neuzil, modelo de Gustav Klimt, mentor del artista. Si en el imaginario del pintor de El beso la sensualidad bañaba de oro la mirada del receptor, en la obra de Schiele el sexo siempre reveló su inquietante proximidad con lo thanático.

EGO SCHIELE: LA MUERTE Y LA DONCELLA

Dirección: Dieter Berner.

Intérpretes: Noah Saavedra, Maresi Riegner, Valerie Pachner, Marie Jung.

Género: biopic. Austria, 2016.

Duración: 110 minutos.

La muerte y la doncella sirve en bandeja su subtítulo a este biopic del artista que no se ha planteado dialogar, a través del estilo, con las aristas de un legado que, a día de hoy, ha seguido activando miradas censoras: las del nuevo puritanismo de la hipervisibilidad digital. La agonía de Schiele va pautando aquí un recorrido narrativo que centra cada uno de sus capítulos en una figura femenina: desde la hermana Gertie, foco de una atracción incestuosa, hasta esa Edith Harms que cumplió el ingrato papel de apaño una vez el pintor no pudo seguir esquivando sus deberes militares, pasando por la exótica e independiente Moa Mandu y la central Wally Neuzil, el amor de su vida. Dieter Berner recurre a un estilo grandilocuente para contar una historia que pasa de puntillas sobre lo conflictivo –la pederastia- y evita hablar de arte.

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