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CRÍTICA | MATAR A DIOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una fina herejía

Los directores Casas y Pintó tienen talento para mantener una atmósfera que resulta más opresiva que grotesca

Fotograma de 'Matar a Dios'
Fotograma de 'Matar a Dios'

MATAR A DIOS
Dirección:
Caye Casas y Albert Pintó.
Intérpretes: Itziar Castro, Emilio Gavira, Eduardo Antuña, David Pareja.
Género: comedia. España, 2017
Duración: 92 minutos.

Hay premisas cargadas de tanto promesa como peligro y la de Matar a Dios, primer largometraje del tándem de cortometrajistas formado por Caye Casas y Albert Pintó, responde perfectamente a ese patrón: una familia con una crisis en su seno recibe, durante su tensa celebración de fin de año, la visita de un extraño personaje que afirma ser Dios y les concede la potestad de elegir a los dos únicos supervivientes del inmediato Apocalipsis. Un punto de partida que quizá hubiese llevado al Luis Buñuel de El ángel exterminador (1962) o La vía láctea (1969) a frotarse las manos, pero que también podría dar pie a alguna de las más fastidiosas modulaciones de lo que podría calificarse como comedia friqui. Matar a Dios encuentra su singularidad en un territorio equidistante entre ambos extremos y descubre en esta pareja de cineastas a una formación tan poco afecta a las fórmulas como dispuesta a llevar hasta sus últimas consecuencias un planteamiento sumamente arriesgado.

Casas y Pintó tienen talento para mantener una atmósfera que resulta más opresiva que grotesca, pero lo que eleva su apuesta es su capacidad para construir personajes y, sobre todo, su generosidad para confiarlos a manos de un elenco que defiende sus papeles como si, en efecto, esta fuese su última noche sobre el planeta. Ese Emilio Gavira que, sin histrionismos, parece estar poseído por la divinidad colérica del Antiguo Testamento o una absolutamente soberbia Itziar Castro culminando el monólogo de su confesión con una purificadora luz en la mirada proporcionan al relato algunas de sus cumbres, pero todo lo que les rodea, antes del valiente desenlace, no les va a la zaga. Casas y Pintó ven actores (mayúsculos) donde el grueso de la industria audiovisual ve sólo característicos: sacrificando el dogma del star-system han obtenido una fina herejía.

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