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La Bulería como lenguaje universal

Jerez celebra el estilo flamenco que más le identifica. Una fiesta de tres días con dedicatorias a Japón y a la memoria de Manuel Moneo

Gema Moneo baila al cante de José Soto “Sorderita” Fiesta de la buleria 2018, Jerez.
Gema Moneo baila al cante de José Soto “Sorderita” Fiesta de la buleria 2018, Jerez.Juan Carlos Toro

Cambian los tiempos, pasan los años, pero el espíritu de la bulería sigue vivo. El del estilo flamenco, ese rey del compás, y el de la cita con la que, desde hace más de cincuenta años, la celebra Jerez. En ese medio siglo de vida, el evento ha pasado por diversos espacios y configuraciones. Desde hace unos años, con un formato de espectáculos diferenciados durante tres días, la fiesta se ha ubicado dentro o al lado del viejo Alcázar de la ciudad. Este año ha sido fuera, en la Alameda vieja, a la sombra, cuando la hay, de un lienzo de la muralla almohade. Tres noches consecutivas, con una respuesta de público que se hace masiva cuando el cartel responde a lo que se puede entender como la recóndita esencia de la cita: la evocación festiva y a compás de las reuniones comunes en los patios de vecinos que, puesta en pie sobre un escenario, sobrevive con una envidiosa vitalidad, muestra imprescindible de pervivencia de un rito ancestral.

Da igual la forma en que los espectáculos se presenten. En ellos siempre será obligado lo que se denomina fin de fiesta, que será largo y participativo. Cante, baile y, en la escena, un buen número de artistas —en ocasiones, una barbaridad— que nunca parecen estar actuando, sino inmersos en la divertida celebración coral de la bulería, que siempre cobra un nuevo matiz en la garganta que la canta, en los cuerpos que traducen su contagioso ritmo de mil formas distintas. Los componentes de la reunión podrían ser anónimos vecinos, pero cuando se trata de artistas, como es el caso, la reuniones adquieren un rango de calidad que, por momentos, se muestra como irrepetible. Sirva como ejemplo el momento casi final de la edición de este año, en el que —ahí es nada— Tomasa Guerrero La Macanita cantó para el baile de Manuela Carpio, que había sido la anfitriona de la noche. Apoteosis.

En la primera de las noches, que en el orden actual está dedicada a los jóvenes, imperó el blanco radiante que vestían todos los participantes, imagen quizás de la blancura de los patios, pero también de la pureza que transportaba el grupo de niños y niñas que inauguró con su baile el espectáculo y que, inserto en la fiesta final, era símbolo y garantía de continuidad, de un venero que parece no tener fin. Allí se encontraron descendientes de generaciones de sagas jerezanas capitales como los Carrasco, los Sordera o los Agujeta, y también de la vecina Lebrija, de donde vinieron los «primos» Anabel y José Valencia. Un fin de fiesta multitudinario, intenso y prolongado, puso broche a casi tres horas de espectáculo, en el que hubo espacio para más que variado repertorio cantaor y un único baile, el de la joven Gema Moneo, que aunó pujanza y gusto en sus intervenciones. Descollaron también las voces de Joselito Sordera en su encuentro por soleares con Antonio Agujetas Chico, los dos acompañándose a la guitarra.

El espectáculo tuvo la dirección artística de Curro Carrasco, ex componente de Navajita Plateá y habitual lugarteniente de su tío Tate (Diego Carrasco), que ejerció de maestro de ceremonias y dejó dicho que «la bulería es la vena femoral del ritmo». El otro invitado de excepción fue Tomasito, que puso su sello de gracia y compás.

Por si quedaban dudas del valor de la bulería como lenguaje compartido, como vehículo expresivo con vocación universal, ahí quedó la noche dedicada a Japón, con un encuentro entre artistas locales y nipones que terminaron reunidos en la escena como iguales, compartiendo el fin de fiesta colorista, alternando cantes y pataítas con espontánea fraternidad. Antes, el espectáculo había dado para que conociéramos cómo bailan artistas nipones como Hiroki Sato (cantiñas), Shisho Morita (taranto y tangos), y Mayumi Kagita, una estilizada elegancia para el fandango. Disfrutaban con el vuelo de un atrás de lujo: Miguel Rosendo, El Londro y David Lagos (director musical) con las guitarras de José Gálvez, Javier Ibáñez y Alfredo Lagos. Todos callaron ante la llegada de esa sorprendente cantaora que es Yuka Imaeda, que se marcó a palo seco un largo romance para el paso a dos de Miguel Ángel Heredia y Shiho Morita. Yuka, que terminó convenciendo a los más intransigentes, se alargó con malagueña y abandolao y compartió fandangos con Melchora Ortega, donaire y flamencura en sus intervenciones, antes de marcarse baile y cante por bulerías.

La noche había contado con la dirección artística de Javier Latorre y la presencia del legendario Shoji Kojima, que además de personificar como nadie este encuentro (fue nombrado hace años embajador artístico de Jerez), dejó su sello en el baile por soleá. La bulería por soleá, que también define a la ciudad, la interpretó con proverbial mesura y sobriedad el bailaor Andrés Peña, poco después de que el veterano Fernando de la Morena dejara en el aire el sabor de su cante añejo.

Y llegó la última noche con la Alameda hasta los topes. Mucha emoción en una primera parte exclusivamente cantaora en la que se homenajeó al patriarca Manuel Moneo, recientemente fallecido. El dolor de su hijo Barullo por seguiriya fue más que real, mientras que el hermano del recordado, Luis, puso arrojo e intensidad en la interpretación del mismo estilo. La Macanita lució espléndida en una larga tanda de soleares con puntuales recuerdos a Fernanda. Luis El Zambo expuso los fundamentos de la bulería por soleá que cuida como un patrimonio su saga familiar, y Jesús Méndez puso el color de la diferencia con las alegrías. En el acompañamiento guitarrístico, que fue de excepción, destacaron las formas suaves y exactas de Diego del Morao, junto a la flamencura de Manuel Valencia, Miguel Salado y Juan Manuel Moneo.

Tras el cante, llegó la fiesta. La bailaora Manuela Carpio, con un acompañamiento cantaor de excepción (Juan José Amador, Extremeño, Lavi y Juanillorro) dejó sobre las tablas la huella de su baile de fuerza, de pies abrasadores y un compás llevado hasta la extenuación. Remató por bulerías antes de dar paso al multitudinario final. Más muestras de bulería sin fronteras: de Triana vinieron Carmen Ledesma, toda elegancia, y la fuerza arrolladora de Torombo; de Morón, la clase de Pepe Torres… Un sin fin de intervenciones hasta las tantas. ¡Viva la Fiesta!

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