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Coordinado por Juan Carlos Galindo
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Putin, la precuela

Martin Österdahl firma un thriller que enlaza la nostalgia estalinista con la nueva agresividad de Rusia

Berna González Harbour
Las fuerzas especiales rusas también son protagonistas de la novela de Österdahl.
Las fuerzas especiales rusas también son protagonistas de la novela de Österdahl.Getty

El nazismo dejó y sigue dejando un reguero de libros y películas fascinantes para continuar ahondando en una historia que aún no podemos comprender. El estalinismo, sin embargo, que también sumó millones de muertos, desplazados y una devastación humana que no se ha superado, quedó envuelto en una distancia y un silencio aplastantes, el silencio de los ganadores, que pocas obras se animan a romper. No pidas clemencia, un thriller de Martin Österdahl que publica Plaza y Janés, es una especie de nave perfecta para sobrevolar el pasado imperial y comunista, la caída de la URSS y, en el aterrizaje final, quedar depositado en la pista en la que arranca la era de Putin, la era de la aparente democracia que esconde modos mafiosos y el salto a la guerra tecnológica que ha dado Moscú. Es la precuela perfecta de esta etapa en la que Rusia ha vuelto a tomar protagonismo por sus crímenes fuera de sus fronteras y por la apuesta por influir políticamente en el adversario a través del control de la información en Internet.

Martin Österdahl.
Martin Österdahl.Pierre Björk

“Mientras Alemania trabaja con su conciencia día a día, dentro del país y en sus relaciones internacionales, Rusia nunca ha renegado de la era de Stalin, del terror. Stalin aún logra una valoración del 15 o 20% en las encuestas sobre los mejores líderes históricos. Para mí es increíble”, cuenta Österdahl. “Sentí que es una situación con la que yo puedo hacer algo. Es una historia que debe ser contada. Por eso creé esta red de viejos estalinistas, halcones de increíble brutalidad y línea dura soviética que protagoniza mi libro. Aún existen”.

Martin Österdahl habla en un moderno hotel de Estocolmo, su tierra, a donde regresó después de largas etapas en Rusia, Londres y Nueva York. El autor sueco bebé café en una blanquísima zona chill out. Tiene 44 años, corte de pelo actual y el aspecto de recién salido de una de sus reuniones de ejecutivos de televisión. Ha sido director de la televisión sueca, de Eurovisión, directivo de telecomunicaciones y empresario de estudios musicales, pero abandonó todo para escribir una historia que le obsesionaba desde que tomó contacto con Rusia.

“Rusia hoy me da miedo”

Era muy niño cuando, como estudiante de una escuela musical y cantante de ópera, empezó a viajar al otro lado del telón. “Yo crecí temiendo la tercera guerra mundial, la guerra nuclear, Rusia ha sido siempre el archienemigo de Suecia, mucho antes del comunismo, pero cuando empecé a viajar por ahí descubrí que había gente estupenda, interesante, generosa, hospitalaria, cariñosa… tuve experiencias fantásticas al otro lado del muro”, cuenta despacio, disfrutando por un momento del paréntesis en su vida de aislamiento actual. “Quería entender cómo podíamos tener dos mundos diferentes en un solo continente y a la vez personas tan parecidas, como tú y como yo: les gustaba su vida, querían a sus hijos, tenían sueños y esperanzas como nosotros y eso me impresionó”.

Por eso decidió estudiar la historia y el idioma ruso, y lo hizo en la universidad de Uppsala, donde se apuntó a todos los cursos extra sobre Europa del Este. “Eso se convirtió en mi vía de escape”. Así pudo aprender, por ejemplo, cómo la división de la cristiandad entre ortodoxos por un lado y católicos y luteranos por otro marcó la evolución histórica en todas partes. “El comunismo nunca habría prendido en el Este de Europa como lo hizo si no hubiera sido por la fe ortodoxa. Ésta sitúa el foco en lo místico, lo colectivo, lo misterioso, lo icónico, mientras el luteranismo es mucho más individualista”. Por eso –razona– la percepción de los derechos humanos es tan diferente en Occidente, donde adquiere una dimensión prioritariamente individual, del Este, donde prima desde hace siglos lo que creen mejor para la colectividad.

Österdahl trae realmente ganas de hablar y se ve que puede hacerlo largo rato sobre Rusia. Disfruta del interés que ha vuelto a despertar tras veinte años de olvido. “Después de tantos años con todo el mundo centrado en el 11-S, en Bin Laden, en novelas sobre islamistas o asesinatos de mujeres, he tenido mucha suerte”, sonríe. “Rusia vuelve a estar en las portadas a diario. Ha vuelto a interesar”.

“El comunismo nunca habría prendido en el Este de Europa si no hubiera sido por la fe ortodoxa”

Pero hablemos de la novela. No pidas clemencia es la historia de un experto en Rusia que trabaja para un think tank sueco cuya novia y compañera desaparece en San Petersburgo. Hay secuestro, hay crueldad, hay espías, hay mafiosos y hay unos tarados spetsnaz (ex miembros de las fuerzas especiales) al servicio de un grupo de estalinistas que quieren recuperar el poder. Con hilos que viajan al pasado de la hambruna y canibalismo en la Ucrania de los años veinte, de la guerra mundial y al futuro de guerra tecnológica que ya es presente.

Su novela, como su obsesión, nació en los noventa cuando, tras terminar los estudios, Österdahl tuvo sus primeros trabajos en Moscú y San Petersburgo: tenía 22 años cuando lidió con personajes como los de su novela para intentar abrir negocios televisivos suecos en la supuesta nueva economía de mercado que se abría en Rusia. “Recuerdo que me llevaba un exsoldado spetsnaz armenio, empleado por mi compañía y que se movía con una pistola enorme pagando sobornos decenas de veces en los viajes entre Moscú San Petersburgo. Lo lograba, sí, pero era una locura. Daba mucho miedo pero también era interesante”, ríe ahora al recordar.

Occidente quiso entonces imponer a Rusia una “terapia de choque para forzar una democracia desde arriba”, cuenta, sin comprender que lo que era obvio para nosotros no lo era para ellos, que vieron cómo la frontera se movía en el mapa en su contra. “Putin captó ese sentimiento de amenaza y cuando Ucrania empezó a sugerir su entrada en la OTAN o la UE, dijo basta”.

En su libro, el pequeño grupo de estalinistas brutales apuesta ahora por tomar el control informático de Suecia, en una premonición del Russiagate que se investiga en Estados Unidos. “Rusia no necesita más tierra, más puertos. No planea invadir con tanques pero sí infiltrase en los sistemas informáticos para extraer riqueza de ello. Es un nuevo tipo de guerra”. Lo basa en los noventa, precuela de hoy. “Putin ha activado su ejército, hace muchas maniobras en nuestra región, pero lo que vimos ya en 1996 fue la emergencia de Internet y que la guerra tradicional iba a cambiar. Pero nunca pude imaginar lo que está ocurriendo hoy. Me da miedo”.

No pidas clemencia ha llegado a España dos años después, pero sus protagonistas ya han conocido dos entregas más en Suecia y otros países. Serán seis o siete en total. Un repaso a la historia que le ha aislado de un mundo que, sin embargo, echa de menos. “Para qué te voy a engañar. Antes podía ver a gente divertida todos los días en la oficina. Eso ya no ocurre. Escribir es solitario. Ahora son mis personajes los que, cuando hacen algo, me dan una satisfacción. Pero también una gran frustración”. Algo muy diferente, sin duda, a dirigir Eurovisión.

No pidas clemencia, Martin Österdahl, Plaza y Janés.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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