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Blogs / Cultura
La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro
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El disco que Bruce Springsteen debería grabar desde hace mucho tiempo

Little Steven, mano derecha del Boss desde hace 40 años, publica un sobresaliente álbum que rememora todo el rock'n'roll que el jefe no alcanza actualmente en sus trabajos

Bruce Springsteen, a la izquierda, junto a Little Steven, a la derecha.
Bruce Springsteen, a la izquierda, junto a Little Steven, a la derecha.

Suena como es: el escudero combate mejor que el caballero de honor. No se ve muchas veces, pero en esta ocasión es un asunto clamoroso. Stevie Van Zandt, conocido como Little Steven, célebre guitarrista de la E Street Band y mano derecha de Bruce Springsteen desde hace 40 años, le ha pegado un repaso al Boss. Solo basta escuchar su nuevo y sobresaliente disco, Soulfire.

El álbum es un alegato de todo ese rock’n’roll que representa Springsteen, pero con el que, de un largo tiempo a esta parte, no casa en sus trabajos. Más allá de sus directos, Bruce hace tiempo que no alcanza las cotas de rock en sus discos como se espera de él. Antes de que salte la parroquia springsteeniana, tampoco dramaticemos: nadie dice que Springsteen esté acabado. Cuando se pone, es un derroche de facultades, pero seamos serios y honestos: Little Steven, a día de hoy, hace de Springteen mejor que el propio Springsteen.

Soulfire empieza como una película de acción, con ese ritmo sincopado y contagioso. Desde los primeros compases es una invitación a dejarse llevar. Suena inocente e ilusionante, como toda buena aventura. Ese es el espíritu del disco, que supone un viaje por las esencias del mejor rock’n’roll norteamericano de los setenta, ese que Springsteen ejemplificó con pasión y talento desmesurados, ensanchando la vía de efusividad que surgió con la primera escuela de los cincuenta.

Con este álbum, Little Steven, como Springsteen en esos setenta, se hace portador de eso que se llamó el sonido de Jersey Shore, una vibrante combinación de estilos primarios, como el rock’n’roll de garito, el blues tabernario, el soul urbano y el doo-wop callejero. Un sonido con sus propias sellas de identidad, que se desarrolló en Nueva Jersey al calor de la música de la Costa Este, alcanzando la asociación entre el fascinante legado afroamericano de los cincuenta y sesenta con el ímpetu beat de las bandas británicas y estadounidenses de la contracultura. Unía a los Drifters con los Rolling Stones, a la Motown con los Beatles. Unía el sudor con las botas de piel, el sábado noche con la carretera interminable. Como escribe Springsteen en sus memorias: “Era la música que conseguía que el corazón de cuero te diese un vuelco”.

Soulfire te da un buen vuelco, y eso que varias composiciones son conocidas por los amantes del Jersey Shore Sound, así como por los fans más eruditos de Springsteen. Algunas de esas canciones como I Don’t Want to Go Home han sido interpretadas por el propio Bruce junto a su colega de fatigas en esa escena en los setenta, Southside Johnny. Ahí, entre ambos y en ese circuito, siempre estuvo Little Steven, incluso antes de que el propio Springsteen grabase su primer disco. En el fondo, es su gran embajador a la sombra del Boss. Van Zandt siempre ha sido un apasionado de la calidez musical de la costa de Nueva Jersey, ese sonido tan entusiasta como melodramático, incandescente en su recreación de románticas estampas urbanas, salpicado por bares de máquinas tragaperras, ferias ambulantes, veranos infinitos y pandillas de greasers buscando magia en la noche a través de interestatales uniendo pueblos con la costa.

Bajo su prisma de rock’n’roll, tan apegado al garage y a ese concepto combativo de banda que vive por y para cuatro acordes que esconden todas las claves del universo, Little Steven, que lleva años dirigiendo un programa de radio basado en todas estas referencias sonoras, ha hecho simplemente el disco que le apetecía hacer. Y le ha salido tal y como una de sus características carcajadas espontáneas y pletóricas. Sus canciones transmiten su misma vitalidad melómana y apasionada. I’m Coming Back, Blues is My Business, I Saw the Light, Saint Valentine’s Day… incluso ese homenaje al doo-wop clásico que es The City Weeps Tonight llevan el entusiasmo por bandera. Basta ondear esas canciones, con ese gran acople instrumental, para tener ganas de vivir.

Ese entusiasmo adictivo es principalmente lo que le falta, con puntuales excepciones, a los últimos discos de Springsteen, desde que publicase The Rising en 2002. En todo este tiempo, tan distinto de la época dorada de los setenta, Bruce ha dado muestras de su calidad compositiva. También de su fuerza sobre un escenario. Pero, entre alabanzas, éxitos y autocomplacencia -ahora también sabemos por su autobiografía que depresiones-, el autor de Born to Run ha perdido esta llama en un disco. Y si no la ha perdido, esta no brilla con la misma intensidad sonora, con el mismo brío abrasador, que la que ilumina Soulfire.

Ante esto, la pregunta es evidente: ¿Por qué Springsteen en todo este tiempo no ha contado con Little Steven como productor de sus trabajos? Más allá de sus colaboraciones en los gloriosos años de The River, Steven ya tiene carrera a los mandos de sonido. Sin ir más lejos en 2015 produjo el esperado regreso de Darlene Love con un más que notable resultado. Aquel disco ya ofrecía un sonido musculoso y emotivo. Pero Sprinsgteen ha preferido a Brendan O'Brien, dando una cal y otra de arena, y al inoperante Ron Aniello. Ha preferido perder esencia a favor de no se sabe qué. La esencia en toda la historia del rock’n’roll que simboliza Springsteen está mucho más cerca de su camarada Little Steven que de cualquier otra persona. Así que no se entiende.

El año pasado, coincidiendo con el paso de la gira de homenaje a The River por Madrid –que no fue tal por la alteración del setlist-, me contaba en persona Little Steven que a él todas esas canciones, a las que hay que sumar los numerosos descartes y las tomas alternativas de la época compositiva más fructífera de Bruce, le siguen gustando más que cualquier otra parte del enorme cancionero de su amigo del alma. Recuerdo perfectamente una frase: “Venimos de ahí”. Cuando Van Zandt se refería a venir de ahí, en el fondo, iba más allá de aquellos años juntos dando forma al doble disco de The River. Tal y como relata con jugoso detalle el propio Springsteen en sus memorias, ambos forjaron su camaradería y su simbiosis musical antes de grabar una sola canción juntos, cuando compartían bandas y sueños en los bares de Asbury Park y otras localidades de la Costa Este. Bruce habla de “la sociedad de admiración mutua”. “Por fin conocía a alguien que sentía la música como yo, la necesitaba tanto como yo, respetaba su poder de un modo que estaba un escalón por encima de los demás músicos que yo había conocido hasta la fecha, alguien a quien entendía y sentía que me entendía a mí”, escribe en su libro. “Desde el principio, entre Steve y yo hubo un nexo de corazón con corazón y alma con alma. Nos enzarzábamos en apasionadas e interminables discusiones sobre las minucias de las bandas que amábamos. Aquel profundizar en los más ínfimos detalles de los sonidos de guitarra, el estilo, la imagen; aquella hermosa obsesión por compartir una pasión insaciable con alguien que era tan obstinado y loco como yo… eran cosas que no podías confiar plenamente a extraños, porque como definieron a la perfección los Lovin’ Spoonful: “Es como hablarle a un desconocido de rock and roll”. ¿Crees en la magia?”.

A día de hoy, da la sensación que, si bien tanto Steve como Bruce pueden todavía creer los dos en la magia, solo el primero tiene la actitud, la predisposición, las ganas intactas de alcanzarla. Y si no es así, al menos, Little Steven acaba de demostrar que no se ha olvidado de cuál es el camino de regreso a casa cuando se trata de grabar un disco. Me alegro por él, en gran medida porque, tal y como me confesó en otra larga charla hace ya unos años, es el primero que sabe que sus primeros discos en solitario, tras abandonar la E Street Band por el rumbo que Bruce quería dar a su música con Born in the USA, no estuvieron bien trabajados ni producidos, aparte de toda la implicación política que tuvo en esos años ochenta.

Por tanto, Soulfire representa un acto de justicia con un tipo justo y que entiende y ama la música. Más que suficiente. Pero también es un indicativo importante. Indica que Bruce Springsteen, mucho más talentoso, podría tomar nota. Porque este disco es el disco que Bruce Springsteen tenía que haber grabado desde hace mucho tiempo, aunque solo fuera para no ir dando tumbos y devaluando su propia figura. Parece sencillo y obvio pero, a saber por qué demonios, es tan complicado para el creador que hizo de esta música una expresión tan brillante del espíritu. Solo basta oír Love On The Wrong Side of Town, compuesta a cuatro manos por Bruce y Little Steven, para creer con fe ciega que, de ponerse a trabajar codo con codo una vez más, podría salir algo que, como mínimo, recordara a los viejos tiempos. Y, sinceramente, a estas alturas, no es poco.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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