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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca
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“Soy suizo, de izquierda, existencialista, y aficionado a la fiesta de los toros”

Bruno Kammerer, exconcejal socialista de Zurich, viaja cada año a España para ver corridas

Bruno Kammerer, en la explanada de la plaza de Las Ventas
Bruno Kammerer, en la explanada de la plaza de Las VentasBernardo Pérez

Bruno Kammerer (Zurich, 1936) tiene una vida de novela. Prestigioso diseñador gráfico, fue concejal de Cultura y Urbanismo en su ciudad natal desde 1970 a 1998, por el Partido Socialdemócrata Suizo. Su padre fue uno de los fundadores del Partido Comunista Suizo, de quien ha heredado el escritorio que utilizó Lenin durante la etapa que vivió en Zurich —desde febrero de 1916 hasta abril de 1917— y que en estos días figura entre los objetos de una exposición sobre las relaciones entre Rusia y el país helvético.

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Siendo un niño conoció a refugiados republicanos españoles a los que su progenitor acogió en su huida de la España de Franco; ahí nació su interés por este país y su cultura; más tarde, se interesaría por la fiesta de los toros, sobre la que leyó e investigó hasta convertirse en un verdadero experto; ha admirado a Paco Camino y El Viti, de quienes se precia de ser su amigo, y para conocer el toro trabajó durante tres meses en la ganadería gaditana de Carlos Núñez.

Desde 1960 visita cada año España para ver festejos taurinos, empaparse de la vida cultural y cuidar de una pequeña viña en Pontevedra. A sus 81 años, después de patearse varias veces este país en su viejo Volkswagen, disfrutar con el flamenco y morder el polvo en numerosos callejones de plazas de toros, afirma con orgullo que sigue siendo un hombre de izquierdas, ateo y convencido de que el existencialismo es la base de la tauromaquia.

“Soy hijo de guerra”, afirma Kammerer, “de la Segunda Guerra Mundial y de la española; mi infancia son recuerdos de los refugiados españoles que dormían sobre colchones que se colocaban en el suelo en casas particulares y en una cooperativa de viviendas. Recuerdo sus canciones y yo los consideraba mis tíos, mi familia política”.

Estudió Diseño Gráfico en la facultad de Bellas Artes, “donde aprendí de los mejores profesores, procedentes de la Escuela Bauhaus de Alemania, que fue cerrada por los nazis”. Estos intelectuales y artistas mostraron interés por España y su cultura, especialmente por la pintura de Goya y Velázquez, y también por los toros “en un ambiente social fuertemente posicionado contra la tauromaquia”.

En los años sesenta, aprovechaba sus viajes para servir de correo entre el PSOE de Llopis y los agrupaciones clandestinas

“¿Qué es eso?, nos preguntábamos”, recuerda Kammerer. “Empezamos a leer libros taurinos e investigar por nuestra cuenta, y comenzaron a surgir los primeros aficionados clandestinos; sabíamos que a fulano o a mengano le gustaban los toros, pero todo se comentaba en secreto”.

“Yo he perdido clientes cuando han sabido que he realizado reportajes sobre toros; hace años publiqué una página de fotos taurinas en el periódico de las universidades suizas y el redactor jefe fue sancionado con una semana de suspensión de empleo y sueldo”.

La afición a los toros de Bruno y sus compañeros encontró una base filosófica en el existencialismo de Jean Paul Sartre. “Hasta entonces, -cuenta- la izquierda había defendido que es la sociedad la que forma al hombre, pero el existencialismo defiende que el hombre es el responsable de su destino, tiene que elegir su propia vida; y en ese contexto es muy interesante la actitud de un ser humano que elige libremente ponerse delante de la muerte. El existencialismo es una nueva visión del hombre, y la base de nuestro interés por la tauromaquia”.

“La fiesta ha perdido la hondura de la filosofía”

Asegura Kammerer que existe una gran diferencia entre los aficionados suizos y españoles. “Nosotros hemos estudiado los toros como científicos. El aficionado suizo lo sabe todo sobre el toro. Para nosotros es algo más que una diversión; es un trabajo intelectual”. Como buen extranjero, su primera experiencia taurina la tuvo en San Fermín. Y allí, integrado en una peña, vivió Bruno dos impresiones inolvidables.

“La primera, el encierro. Sentí algo más que un placer; algo así como una experiencia religiosa, muy íntima, como si me transportara a la otra vida; y la segunda, en la plaza. Recuerdo que en el ruedo toreaba Chamaco, y a mi lado unos mozos comían de una olla llena de comida. ¿Cómo se puede comer mientras un hombre se juega la vida? Yo no entendía nada. Para mí, los toros son una religión. Soy un creyente taurino y ellos eran los ateos”.

“Los aficionados suizos estudiamos los toros como científicos; más que una diversión es un trabajo intelectual”

Eran los primeros años de la década de los sesenta, y Kammerer decidió viajar por España para retratar la cultura de “un país cerrado a Europa”. Pero necesitaba un permiso del estado español para ejercer como informador. Durante dos meses visitó diariamente el Ministerio de Trabajo, pero no lo consiguió; finalmente, y por la mediación de Víctor de la Serna, agregado cultural del consulado de España en Ginebra, se lo facilitó Manuel Fraga, ministro, por aquel entonces, de Información y Turismo, de quien guarda un entrañable recuerdo. “Fraga se molestó mucho cuando supo cómo me habían ninguneado en Trabajo, y me facilitó una carta para cada gobernador civil; así pude moverme con libertad y entrar en los callejones de las plazas de toros”.

Mientras Bruno conocía el flamenco (“una música que pica”), y se emocionaba con los hombres que se jugaban la vida, cumplía, asimismo, una imposición de su padre: aprovechar sus viajes a España para ejercer como correo informativo y económico entre el PSOE que dirigía Rodolfo Llopis desde Toulouse y las agrupaciones clandestinas distribuidas por el país.

“Así, repartí cartas informativas sobre las actividades del partido y la preparación de sus congresos, y también dinero para pagar multas de compañeros detenidos o despedidos por su actividad obrera”.

“El toro bravo vive para atacar y morir en la lucha; se crece en el castigo”

Se encerró tres meses en la ganadería de Carlos Núñez, en Tarifa, para adentrarse en la crianza del toro. Conoció a Paco Camino, “creador de la emoción de la belleza”, a Santiago Martín El Viti, “la cabeza, la inteligencia, la sabiduría”, a Miguelín, “un artista”, y a tantos otros que lo empaparon de cultura taurina.

- ¿Se puede ser aficionado a los toros y de izquierdas?

- Claro que sí; la fiesta no es política, sino una filosofía de vida. Yo he visto toros en Sevilla junto a Jorge Semprún, que no era de derechas, precisamente.

- ¿Decepcionado?

- Como político sé que la vida es transformación. La fiesta ha perdido la hondura de la filosofía. Me duele la situación actual. He vivido momentos en los que he decidido abandonar, pero algún torero me ha devuelto la ilusión. A pesar de ello, creo que las figuras actuales están vacías. Esta de hoy no es la fiesta que me emocionó. Me aburro, pero sigo viniendo todos los años. Por algo será.

- ¿Y no cree, como sus compatriotas, que la lidia es maltrato animal?

- No. El toro bravo está hecho para la lucha, para atacar y morir en la lucha. El toro bravo se crece ante el castigo. Quizá, pueda haber maltrato con el toro actual, con el inválido, manso y descastado de hoy.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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