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sillón de orejas
Columna
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Gatos en la barriga

Tras la polémica sobre el cartel de la Feria del Libro de Madrid, concluyo que, sea gato rojo o gato negro, lo importante es que micifuz coja ratones/lectores

Manuel Rodríguez Rivero
Cartel de la 67ª Feria del Libro de Madrid.
Cartel de la 67ª Feria del Libro de Madrid.

1. Mininos

Feroz discusión con mi asesora portuguesa Ana Coluto a cuenta del dichoso cartel de la 76ª Feria del Libro de Madrid. Todo empezó cuando me permití expresar ­—reconozco que un tanto desabridamente— la triple opinión de que, a) se trata del cartel más hortera de su historia, b) infantiliza el evento y, c) y lo que es peor, insulta a la inteligencia o sensibilidad del público adulto (“los madrileños son gatos; gatos que leen”). Ana se me pone como gato panza arriba —aunque no me sabe decir quién le puso el cascabel al felino—, y me pronostica que el póster con el gato rojo va a gustar hasta al gato, aunque de noche todos sean pardos. Argumento que la autora del cartel —a quien, a juzgar por Internet, no le falta oficio— ha metido en esta ocasión la pata hasta el corvejón, quizás llevada por un precario entendimiento de la expresión “cultura popular”; y le ha pesado mucho —continúo maullando de indignación— lo del puñetero gentilicio gatuno, olvidando que “gato” es también “ladrón” (el expresidente madrileño Ignacio González, entre otros, lo sería por partida doble).

Ana Coluto —a quien la pasión lleva siempre a incurrir en inconsecuencias discursivas— se defiende hablándome de la presencia del gato en la literatura: del minino con botas de Perrault o el inquietante Cheshire de Lewis Carroll, al gato negro de Poe, a los muy lascivos de Baudelaire, o al “Theodor W. Adorno” del maestro Cortázar. Incluso —un golpe bajo— me recuerda que uno de mis cinco relatos favoritos de todos los tiempos es el magistral Gato bajo la lluvia, que Hemingway incluyó en la recopilación En nuestro tiempo (1925). Reacciono como morrongo escaldado diciéndole que me gustaría pasar tan inadvertido como el de Soseki (Soy un gato, Impedimenta) para haber asistido de incógnito al momento del encargo y saber qué le pidieron los directivos de la Feria (no sea que en la comanda pudiera haber gato encerrado). Por último, mientras recuerdo unos versos de la ‘Oda al gato’ (1959), de Neruda —“pequeño / emperador sin orbe / conquistador sin patria / mínimo tigre de salón, nupcial / sultán del cielo”—, e insisto en mi sospecha de que nos hayan querido dar gato por liebre, llego a un consenso con la entusiasta Ana Coluto (que me acusa injustamente de haberle cogido gato a la Feria) en el sentido de que, gato rojo o gato negro, lo importante es que micifuz coja ratones / lectores. Pues que así sea, como diría el obispo.

2. Diabólico

Quizás los historiadores del futuro encuentren en la icónica escena de Rodrigo Rato dándole a la campanita de Bankia el símbolo más cabal de las corrupciones del rajoyato (por ahora)

Nórdica acaba de publicar, reunidos en un solo libro ilustrado por Ana Juan (traducción de Íñigo Jáuregui), dos espléndidos cuentos diabólicos de sendos autores distantes en el tiempo. El hombre del traje negro es un premiadísimo relato de Stephen King, publicado originalmente en The New Yorker (1994), en el que un anciano de 90 años rememora con temor el encuentro que tuvo de niño con un siniestro individuo (desprendía el olor de los fósforos quemados y sus dedos eran como garras) que puso a prueba todas sus creencias, y cuya siniestra presencia sigue acechándole. King se inspiró para escribirlo en el otro cuento incluido, El joven Goodman Brown (1835), de Nathaniel Hawthorne, ambientado en el Salem de las brujas, y en el que el protagonista asiste a un fantasmal aquelarre en el que todas sus convicciones se derrumban para siempre.

3. Iconos

Las banderas, los himnos, las imágenes, los símbolos de todo tipo (duraderos o efímeros) que han expresado valores e ideales partidarios o “nacionales” a lo largo de la compleja historia española contemporánea, invadiendo el espacio público y suscitando adhesiones, rechazos o conflictos, son analizados y contextualizados en Los colores de la patria (Tecnos), un ilustrativo estudio de los historiadores Javier Moreno Luzón y Xosé M. Núñez Seixas en el que también se examinan las razones (tensiones Estado central-nacionalismos periféricos) por las que los ciudadanos españoles tenemos tan escasos símbolos compartidos. En otro orden de cosas, y pensando en las imágenes que nos deja nuestro propio presente, se me ocurre que quizás los historiadores del futuro encuentren en la icónica escena de Rodrigo Rato dándole a la campanita de Bankia el símbolo más cabal de las corrupciones del rajoyato (por ahora).

4. Goteo

Un siglo después, la Revolución de Octubre sigue suscitando no solo controversia, sino ansiedades y temores. Solo así se explica, por ejemplo, que un conspicuo novelista (y columnista) de la derecha, cuyo nombre la piedad me lleva a olvidar, tenga a bien fantasear con las manos de Lenin describiéndolas “como de masturbador de rinocerontes” (sic). Por lo demás, continúa el goteo de publicaciones en español con motivo del centenario. A las ya citadas con anterioridad en el Sillón de Orejas se añaden algunas interesantes novedades y reediciones. Entre las primeras, destaco El gran miedo, de James Harris (Crítica), y dos buenas síntesis: La venganza de los siervos, de Julián Casanova (Crítica), y Breve historia de la Revolución rusa, de Mira Milosevich (Galaxia Gutenberg). Entre las reediciones: La revolución rusa, de Rosa Luxemburgo (Página Indómita), y el importante y documentado estudio de Sheila Fitzpatrick Lunacharski y la organización soviética de la educación y de las artes, 1917-1921 (Siglo XXI); y una curiosidad, La revolución rusa de 1917, de Blasco Ibáñez (Sílex), que reúne los textos sobre el acontecimiento publicados en su Crónica de la Guerra Europea. De entre las novedades extranjeras que he recibido, recomiendo vivamente The Dilemmas of Lenin: Terrorism, War, Empire, Rebellion, de Tariq Ali, publicado recientemente por Verso.

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